Intercambiamos varios e-mails para coordinar esta entrevista y definir algunos temas. Alberto Fuguet responde los mensajes rápido. Usa frases breves y entusiastas. Dice que se encuentra agotado (remarca la palabra en mayúsculas), pero incluso por escrito se le nota divertido, satisfecho, embalado, como a mil por hora. Cuenta que a estas alturas de su carrera la publicación de un libro ya no le divierte tanto, que lo deja demasiado cansado y que en realidad preferiría no hacer nada de prensa. “Quisiera publicar el libro y después desaparecer”, dispara. Pero su entusiasmo parece demostrar lo contrario. Fuguet tiene 51 años, ha publicado casi 20 libros y dirigido media docena de películas. Responde desde el D.F., adonde viajó para presentar su nuevo libro. Después volará a Santiago para hacer lo mismo en la FILSa. El esfuerzo está dando resultados. “'No ficción' debutó en el puesto tres en la lista de best sellers”, cuenta. “Hace mucho que no me pasaba eso ni me tocaba firmar libros por cuatro horas. Creo que desde la época de “Mala onda”. Cada vez es más difícil entrar a los más vendidos, [lista] que está llena de libros tipo “Crepúsculo” o “Los juegos del hambre”. Para que te hagas una idea, lo más serio que aparece es Isabel Allende. Pero “No ficción” ha funcionado muy bien. En Santiago hablan de Álex y Renzo como de gente que de verdad existe, como una dupla”. He leído su último libro y puedo confirmar que sí: Álex y Renzo son una dupla. Pero una dupla extraña: un director de cine con fama y éxito, y su antiguo asistente de dirección, que ahora se dedica a reseñar películas de serie B. Por ocho años fueron mejores amigos. Muy cercanos, quizá demasiado para ser solo amigos: compartieron conversaciones, viajes, sueños, proyectos. Hubo avances, toqueteos y ambigüedades, pero no llegaron a consumar una tensión sexual que parecía evidente. Álex estaba enamorado de Renzo, pero nunca se le dijo. Hasta que un día se mandó con todo y la relación se quebró. Tres años después de la última vez que se vieron, Álex va a buscar a Renzo para decirle que escribirá un libro sobre él. “No ficción” es el diálogo que se produce entre ambos aquella tarde de reencuentro. Le pregunto si no le preocupa que su libro sea leído con puro morbo, como si estuviera asumido que todo ocurrió tal como se cuenta. “No me da miedo. El morbo, en todo caso, es parte de la literatura”, responde Fuguet vía Skype, una semana después de los e-mails, ya de vuelta en Santiago. Se le nota relajado, como en una conversación informal. “Creo que mi libro es una revisión del concepto de autoficción, del que quería separarme porque me parece pudoroso: soy yo, pero no soy yo. Quise hacer algo parecido, pero más frontal. Entonces, como esta es una historia muy cercana, me pregunté: ¿por qué no estirar la cuerda? Una novela con dos hombres donde uno se parece mucho a mí gana con el título de “No ficción”. Si voy a empelotarme, me parece válido mostrar el pico. ¿Por qué no? Hay tantos novelistas moviéndose en el límite entre lo que es ficción y lo que no, escribiendo autoficciones o novelas autobiográficas, y hay tanta teoría y cháchara al respecto, que sentí que la cosa tenía que ser más al chancho. Más frontal”. Los universos construidos por Fuguet siempre fueron radicalmente masculinos, pero en “No ficción” el tema gay pasa de insinuado a explícito. Le pregunto por ese cambio. “No quiero ser solo un escritor gay: quiero que la gente sienta cosas. Pero tampoco es la primera vez que el tema aparece: que en “Missing” el protagonista se meta a la cama con un marinero no es un dato menor. Un heterosexual no diría: ‘sí, es verdad, una vez me involucré con un pata pero fue algo puntual’. Yo creo que lo gay no estaba ausente, y si no era explícito no fue por falta de experiencia sino de lenguaje. Y también porque no me gustan las novelas gay. Me parecen poco masculinas. Y para mí el mundo masculino es fascinante. Se ha escrito muy poco en Latinoamérica en esa onda: ciertos momentos de Manuel Puig, cuando es más explícito, aunque lo suyo fue apostar más por las mujeres. Mi novela dialoga con su libro más masculino, que es “Maldición eterna a quien lea estas páginas”, y por supuesto con Vargas Llosa. Yo me he excitado leyendo a Vargas Llosa, con ese cuento ‘Día domingo’ y también con “Los cachorros”. Si alguien quiere hacer queer studies le doy 'Los cachorros'”. Aprovecho para preguntarle por las mujeres. ¿Por qué no son tan importantes en sus historias? ¿Le parecen menos interesantes? “No, puede que incluso sean más interesantes que los hombres, pero no por eso tengo que escribir sobre ellas. A Almodóvar, por ejemplo, le sale muy bien el tema de las mujeres, pero le va muy mal con los hombres. Sus películas de hombres son atroces, todos son pedófilos o travestis, lo que me parece casi insultante”. ***Es temprano por la tarde, y llevamos un buen rato conectados. Al otro lado del Skype, se nota que Fuguet está con ganas de hablar. No solo de “No ficción”, sino de repasar su carrera, conectar sus últimos libros con los anteriores, atar los hilos de una obra que a estas alturas es diversa, variada, desbordante, pero con hilos en común, líneas que se repiten: los perdedores, los perdidos, los que no se encuentran. Libros y películas, textos híbridos que cruzan el ensayo, la crónica, el artículo, la ficción, la biografía. Su obra es larga y variada, y quizá por eso en los últimos meses repite cada vez más seguido que puede dejarlo todo. Que ya cumplió. Escribió lo que quería escribir, filmó lo que quiso filmar. Incluso escribió para mostrarle a cierta gente —esa crítica que esperaba sus libros para destrozarlo— que era capaz de escribir con sus parámetros. Jugar con las reglas del enemigo. Y ganar. “Con 'Tinta roja' quise demostrar que podía escribir como me daba la gana. Podría escribir una novela como Cortázar, pero no quiero. Impostar la voz no es tan difícil. Pero ya no me importa convencer a nadie. “Missing” tuvo una crítica muy positiva, pero también muy boluda. Decían cosas como ‘por fin maduró’ o ‘por fin tocas temas nuevos’. Y después publiqué “Aeropuertos” y lo consideraron una estafa. Dijeron que me tiré para atrás, que volví a lo mío, a mis temas, cuando yo nunca sentí que “Missing” fuera un libro diferente a los otros y mucho menos que fuera un libro de madurez. Era lo mismo”. De rato en rato suena su teléfono. Fuguet pide que lo disculpe un momento. Lo escucho hablar, entusiasta, con energía. No puedo verlo pero lo imagino sonriente, satisfecho, mientras coordina entrevistas. Dice que con “No ficción” ha dado muchas para la radio, pero que esa tarde tiene una con “El Mercurio”. ¿Y qué tal si hacemos una breve genealogía de homosexualidad no explícita en tus libros y películas? Su respuesta cae de inmediato. “Veamos: “Aeropuertos”, “Missing”, “Mi cuerpo es una celda” y “Todo no es suficiente” son libros claramente masculinos, con elementos ambiguos o francamente gays. Escribí “Sobredosis” en medio de mi primera relación con un tipo. Hay tensiones en “Mala onda” y en “Por favor, rebobinar”. En “Missing” está el episodio con el marinero. Y “Música campesina” tiene esta especie de paraíso, una casa con porche y puros hombres adentro. Está el primo bisexual en “Velódromo”. Y mi obsesión con Caicedo. Por otro lado, ¿cuántos lazos hombre-mujer hay en mis libros? ¿Hay realmente conexión erótica entre mis personajes hombres y mujeres? ¿Por qué será?” [risas]. “De verdad me llama la atención que 'No ficción' parezca salido del clóset. Podré haber mejorado o empeorado, pero soy el mismo. Me gustan los hombres en todos los aspectos: como personajes, como amantes, como amigos, como inspiración, para filmarlos. Esta temática no es nueva, lo que es nuevo son las ganas de que mis personajes tengan sexo. Que no se hayan dado cuenta es otra cosa. Yo soy gay desde hace rato. Si hasta hice un documental acerca de “La ley de la calle” (Rumble Fish). ¿Qué más quieres?”.
***A Fuguet le he leído decenas de entrevistas y ya le conozco el estilo. Sé que a veces termina su respuesta con una pregunta. Me parece una buena estrategia retórica. ¿Es también un poco violenta? Yo no lo siento así, pero conozco a otra gente que lo ha entrevistado y les pareció violento o irónico o burlón. Quizá tiene que ver con la manera en que entró al medio literario chileno, hacia el final de la dictadura, y se le vio como representante de una juventud perdida del nuevo Chile pos-Pinochet. Drogas, juerga, individualismo. ¿Para eso querían democracia? Pituco, facho, frívolo: Fuguet fue estigmatizado y encasillado, no solo dentro de su país. ¿Por qué tanto odio? ¿Es la consecuencia natural del éxito temprano, de un apellido poco común, de una niñez angloparlante, de sus referentes pop? ¿O fue McOndo, aquella embestida contra el entonces todavía sagrado realismo mágico lo que hizo explotar la bomba? Pienso: una mezcla de todos esos factores. Pienso: da igual porque Fuguet va por delante de la crítica. A pesar de su título quizá demasiado coqueto y provocador, a la larga McOndo ganó la partida: el realismo mágico, como tantos otros regionalismos, exotismos e imposiciones de mercado, terminó en la lona. KO. “Yo he sido etiquetado, ninguneado, destrozado”, me cuenta, cambiando un poco el tono de voz. “Cuando sacas un libro como “Mala onda” y te haces famoso al tiro, todo el mundo opina de ti. Con solo dos libros, incluso sin leerme, muchos pensaban que mi literatura era horrorosa y querían que me retirara”. Pero ahora han pasado los años, y yo, uno de sus viejos lectores, que ha leído todos sus libros menos uno, como le digo esa tarde por Skype, todos menos uno, pienso que existe un Fuguet del siglo XXI distinto al de los noventa, y que los críticos y muchos lectores (o más bien no lectores) se quedaron con el de los noventa. A él le gusta lo del Fuguet-siglo-XXI, pero piensa que la diferencia es otra: que en el XXI pudo al fin volverse cineasta y eso le permitió que su literatura dejara de intentar ser cine (para eso tenía las películas) y se volviera más “literaria”. Escribió dos libros en paralelo (“No ficción” y “Sudor”, que se publicará el próximo año), a los que considera “hermanos”, pero que tienen como diferencia que en el primero nunca llega a producirse contacto directo. Por eso su editor le dice que en vez de No ficción pudo llamarse “No fricción”. En Sudor, en cambio, habrá más corporalidad. Mucho contacto físico y poca cercanía emocional. Sexo al paso. ¿Qué condición es la más importante para este tipo de relaciones? El aspecto físico, pienso. La pinta es clave para el mercado sexual. Gay, lésbico, straight, de cualquier tipo. Fuguet lo sabe y por eso piensa que en general sus personajes son guapos. “A la gente le gusta las personas que se ven bien. Todo el mundo lo sabe, que no se hagan los hipócritas. Hay escritores que quieren hacer una estética del feo o el deforme. Ponen un actor muy feo y se supone que es una estética, pero parece que se estuvieran burlando de él”. Me cuenta que quizá lleven “No ficción” al teatro, y le preocupa un aspecto específico: el personaje de Renzo es descrito como poco atractivo. “Serás la estrella de mi libro aunque de galán no tengas nada”, le dice Álex al inicio de la historia. Pero Fuguet lo imagina al menos con cierto estilo. “Quizá no es exactamente guapo, pero puede que tenga bonitos ojos o algo así. Espero que no hagan la tontería de poner un tipo muy feo en ese papel. Espero no sonar frívolo diciendo eso”. Le digo que no. Me parece realista, verdadero, cotidiano. Que no sea políticamente correcto es otra cosa. Pero de eso se trata. Estamos por terminar la conversación. Ha sido más larga de lo previsto. “La he pasado bien”, señala Fuguet. Y entonces le digo que quiero hacerle una última pregunta. Tiene que ver con la idea de “salvación”, que está en casi todos sus libros. Se lo dice Álex a Renzo en “No ficción” todo el tiempo: “yo te salvé”. Lo mismo ocurre con Beltrán en “Las películas de mi vida”, con Pablo en “Aeropuertos”, con Carlos (que está “perdido” en más de un sentido) en “Missing”. Siempre la idea de que uno se salva: como si la gente estuviera extraviada, a la deriva, y en cierto momento un cambio o un golpe de suerte la salvara. O no pasa nada y termina condenada. Le pregunto de qué hay que salvarse. Le pregunto más al grano: ¿de qué te has salvado tú, Alberto? “No lo sé exactamente”, responde. “Tal vez de no vivir la vida como corresponde. De sentir que se me escapó. Me salvé de ser un chico perdido que no sabía castellano cuando volví a Chile y solo hablaba inglés. Después me salvé de ser como los demás y tener una vida como todos. Por eso me hice escritor y luego cineasta. Pero ahora me encantaría salvarme de ser artista y ser normal. Hoy, en el 2015, eso es para mí salvarse: ser normal”. Mi celular registra la frase. Compruebo que el cronómetro avanza, que todo quedó grabado. Bien, le digo, con esa frase terminamos. La entrevista saldrá el domingo 15 de noviembre, agrego, el día que el libro llegará a Lima. “Perfecto”, responde. Durante toda la conversación tuve al lado, uno sobre otro, casi todos sus libros. No los abrí, no los usé. Solo los tenía ahí. Pienso comentárselo, pero no lo hago. Nos despedimos y pocos segundos después Fuguet aparece como desconectado. Me quedo mirando sus libros mientras cierro la ventana de Skype. Tengo ganas de leer alguno. Pero no sé cuál.Título: No ficciónAutor: Alberto Fuguet Editorial: Random HousePáginas: 176Precio: S/. 59.00