A inicios del nuevo milenio, los músicos Carlos Torres y Ronald Sánchez empezaron a tener inquietudes musicales afines. Por aquel entonces también, la casa de Torres —una azotea cerca de El Trigal, en el distrito de Surco— se convirtió en punto de encuentro de varios músicos de la escena rockera limeña. Sin mayor planificación, los jóvenes se juntaban a ‘jammear’, es decir, a improvisar con los instrumentos típicos del rock. Sin embargo, los intereses sonoros de Torres y Sánchez fueron decantándose un poco más hacia el ambient y la música electrónica.
Sánchez, hijo de un hogar donde se respiraba mucho folclore andino, trató de conciliar las melodías y técnicas de la electrónica con los instrumentos autóctonos peruanos, aunque con pocos recursos y de manera rudimentaria. Y en ese empeño se le unió Torres hasta que decidieron formar Altiplano. Ambos se encargaban de la composición y ejecución y su debut oficial fue con el álbum independiente “La corte cósmica” (2005), un conjunto de temas que renunciaban al formato canción para acercarse a sonoridades libres, enigmáticas. “Creo que nos inspiramos un poco en lo que hacían Fripp & Eno —proyecto experimental del músico y productor Brian Eno con Robert Fripp, guitarrista de King Crimson—, de manera bastante intuitiva”, dice Torres.
Desde entonces, Altiplano ha continuado con su quehacer sonoro de una forma poco usual. Sánchez explica: “Al principio tratamos de hacer lo que haría una banda regular, pero luego me di cuenta de que lo que hacíamos no era música para el público, sino para espacios, y mi instinto comenzó a tocar puertas que un músico normal, por así decirlo, no tocaría”. Y efectivamente, el dúo empezó a relacionarse con antropólogos para nutrir su discurso andino, o buscó alianzas para hacer música que acompañe muestras de arte o arqueología, como sucedió en el 2011 cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores le encomendó la realización de una pieza para las exposiciones que en ese año se realizaron en celebración del descubrimiento de Machu Picchu por parte de Hiram Bingham.
— Música en ruinas —
Altiplano tiene tres discos editados y varios trabajos por encargo de instituciones culturales. Su segundo álbum lleva por título “Los mitos de la creación”, y contiene fragmentos hablados del médico, escritor, etnólogo y museólogo tacneño Arturo Jiménez Borja, asesinado el 2000, quien dedicó algunos años de su vida a investigar y restaurar el sitio arqueológico inca de Puruchuco, en el distrito de Ate-Vitarte. A partir de ese trabajo, Altiplano estableció una relación particular con Puruchuco, pues sus composiciones se convirtieron en fondos musicales recurrentes en las muestras que ha ido desarrollando el museo de sitio de dicho complejo.
El Museo de Sitio de Puruchuco, bautizado precisamente Arturo Jiménez Borja, cumple 56 años este 2016, y por tal ocasión se les encomendó a los músicos de Altiplano una tarea inédita en su carrera: componer una pieza musical para las celebraciones, pero con el reto y privilegio de emplear los instrumentos musicales y objetos sonoros con los que cuenta el museo, algunos de tres mil años de antigüedad, y que están en óptimo estado de conservación, perfectamente hábiles para ejecutar música. Así, Torres y Sánchez asumieron el reto y llevaron un estudio portátil hasta las ruinas para captar los sonidos de estos artículos ancestrales. “Fue impresionante. Los instrumentos estaban allí, y de hecho que la pensamos un poco, porque al tocar una quena tan antigua temíamos que pudiera tener alguna ‘bacteria milenaria’, pero los arqueólogos nos dieron la tranquilidad de que no había problemas en usarlos”, cuenta entre risas Torres.
El resultado es la pieza musical “La casa del origen”, dividida en tres partes en representación de sendos mundos en la cosmovisión andina: Hanan Pacha o el mundo de arriba, Kay Pacha o el mundo terrenal y Hurin Pacha o el mundo de abajo y perteneciente a los muertos. Para la composición de la pieza se utilizaron tambores, silbatos y trompetas de cerámica, antaras, sicus —especie de antaras de madera—, quenas de hueso, sonajeros, vasijas sonoras, y el que quizá sea el objeto más enigmático: una camilla-sonaja hecha de cañas con piedras adentro —a la manera de un palo de lluvia— y sobre cuya superficie se encuentra la momia de un infante.
— Electrónica y serranías —
Sánchez comenta: “Aún no se sabe si esta camilla-sonaja fue una especie de instrumento ritual, pero fue impresionante poder utilizarla; claro, una pieza tan antigua y delicada fue manipulada por los profesionales del museo, pero pudimos grabar los sonidos que emitía”. Luego de recopilados en el estudio portátil en Puruchuco, vino una delicada labor de ordenamiento de los sonidos obtenidos, un poco a la manera de un collage. “Yo siento que nuestro trabajo es más de estudio. De pulir los elementos muchas veces sin un guion o una idea previa, sino de ir viendo cómo íbamos armando todo hasta que tuviera un orden, una consistencia”, comenta Torres.
El dúo echó mano también de instrumentos convencionales como guitarras eléctricas con efectos, teclados y sintetizadores. El resultado podrá ser apreciado el 21 de diciembre, durante la ceremonia de celebración del aniversario del museo de sitio y donde explicarán en vivo su trabajo. La comunidad aledaña participará y el público general está invitado. Asimismo, se han fabricado réplicas de los instrumentos originales que los visitantes podrán ejecutar para experimentar en espíritu propio la relación de nuestras culturas ancestrales con el sonido.
Escuche aquí la música de Altiplano