Por Alessandra Miyagi
“Usando solamente la mano derecha, el teniente comenzó a cortarse el vientre de lado a lado. Pero, a medida que la hoja se enredaba en las entrañas, era rechazada hacia afuera por la blanda resistencia que encontraba allí. El teniente comprendió que era menester usar ambas manos para mantener la punta profundamente hundida en su cuerpo. Tiró hacia un costado, pero el corte no se produjo con la facilidad que había esperado. Concentró toda la energía de su cuerpo en la mano derecha y tiró nuevamente. El corte se agrandó ocho o diez centímetros. […] Y el estómago, que hasta el momento se había mantenido firme y compacto, explotó de repente, dejando que las entrañas reventaran por la herida abierta. […] La cabeza del hombre se abatió, sus hombros se estremecieron y un fino hilo de saliva goteó de su boca”.
Tokio, 25 de noviembre de 1970. 10 años después de escribir “Patriotismo”, Yukio Mishima —cuyo verdadero nombre fue Kimitake Hiraoka. Tokio, 1925 – 1970— seguiría uno a uno los pasos del teniente Shinji Takeyama, fascinado por la idea de una muerte heroica. Acompañado por cuatro miembros de la Tate no kai o Sociedad del Escudo —un grupo paramilitar fundado por Mishima en 1968, compuesto principalmente por estudiantes universitarios, cuyo propósito era restaurar los valores tradicionales de Japón, proteger al emperador y luchar contra la amenaza del comunismo— ingresó al cuartel general del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa, irrumpió en el despacho del general Kanetoshi Mashita y lo ató a una silla. Parado en la cornisa del edificio, Mishima pronunció con rabia un discurso donde incitaba a los solados a dar un golpe de Estado y restituir el poder del emperador. En lugar de una audiencia enardecida por el orgullo nacionalista, se encontró con un grupo de hombres cínicos y desconcertados que se burlaban de sus pretensiones. Entonces pasó: Mishima volvió al despacho y solemnemente se rebanó el abdomen. A diferencia del teniente, Mishima sí contó con un Kaishakunin que lo asistiera en el último trance; pero lejos de ser liberado de la atroz agonía, tuvo que sufrir los embates de una feroz katana empuñada por un espadachín poco diestro. Tras tres golpes brutales que empañaban la belleza del momento, Hiroyasu Koga (otro miembro de la Tate no kai) le arrebató la espada a Masakasu Morita, y cercenó por fin la cabeza de su mentor. El código se había cumplido, el honor había quedado intacto; pero el imperio no volvería jamás al ser el del Sol Naciente.
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El harakiri o seppuku consiste en la muerte ceremonial por destripamiento practicada por los samurai y extendida posteriormente a los bushi —el término “bushi” denomina a los guerreros en general, mientras que la palabra “samurai” está reservada únicamente para los de más alto rango—. Esta práctica proviene del Bushidō —“el camino del guerrero”—, un código que regulaba el comportamiento de la clase marcial japonesa de los siglos X al XIX. Según esta serie de preceptos, el samurai, como el más noble de los guerreros, debía contar principalmente con los valores de lealtad, coraje, compasión y sabiduría; y además debía estar dispuesto a cumplir su deber aun en desmedro de su propia vida y sufrimiento. “El camino del samurai reside en la muerte. […] El que prepara su corazón como es debido, día y noche, para poder vivir como si su cuerpo ya hubiese muerto, alcanzará la liberación en el camino. Hará una vida intachable y cumplirá la misión a que dedica su vida”, sentencia el “Hagakure” (1716), uno de los documentos más importantes, escrito por Yamamoto Tsunemoto (1659-1719). A diferencia de lo que muchos piensan, le vocablo “harakiri” no consiste en un vulgarismo, sino que corresponde al kunyomi del kanji, es decir, a la lectura en el sistema fonético japonés del ideograma; mientras que “seppuku” se refiere al onyomi o pronunciación en chino. La palabra está compuesta por los kanji 腹 y 切, que significan literalmente “abdomen, entrañas” y “cortar”, respectivamente. Es preciso señalar que el kanji “hara” también hace referencia a las ideas de mente y corazón; pues en la cosmovisión japonesa el bajo vientre es el centro energético del cuerpo y de la mente; de modo que al abrirse las entrañas, el guerrero destruía la integridad de su ser y la dejaba a la vista de los testigos. La ceremonia tenía lugar de forma voluntaria para evitar ser capturado por el enemigo, para recobrar el honor perdido —“La deshonra se evita por una vía sencilla: con la muerte”, afirma el “Hagakure”—, como una forma de protesta en contra de una decisión tomada por su daimyō o por el shōgun, o simplemente como una muestra de lealtad ante la muerte de su señor. Pero esta también ocurría bajo la forma de pena capital debido a una falta grave cometida por el samurai. En cualquiera de los casos, la ceremonia seguía una serie de pasos que a partir de la era Edō (1603-1868) se fueron estandarizando. Antes de iniciar el rito, el samurai preparaba su cuerpo: se bañaba, se vestía con un kimono blanco —reservado únicamente para los muertos—, y bebía sake junto a su comida favorita. Luego escribía un jisei no ku, un poema de despedida como preparación para la muerte, y finalmente, se arrodillaba sobre el suelo, desnudaba su torso, se bajaba un poco el fundoshi (taparrabos) para dejar expuesto el vientre, y se perforaba el lado izquierdo del abdomen con su tantō, una espada corta de doble filo, en cuya hoja ataba una venda blanca para evitar cortarse la mano. Pero no bastaba con eso: la espada debía rebanar horizontalmente el abdomen hasta llegar al lado derecho, luego volver hasta la altura del ombligo y hacer un nuevo corte hacia arriba, hasta el esternón. En la mayoría delos casos, el samurai contaba con un kaishakunin, un asistente que lo decapitaba parcialmente —la katana cercenaba el cuello del samurai entre las vértebras, pero debía dejar una delgada capa de piel y grasa que mantuviera unidos el cuerpo y la cabeza, de modo que esta última descansara sobre el pecho y no rodara por el suelo indignamente— para liberarlo del dolor. En caso de no contar con uno, él mismo podía remover el tantō de su vientre y clavárselo en la garganta, o ponerse de pie y dejarse caer sobre la espada, apuntando al corazón. Otros, simplemente, morían desangrados.
Persistencia del honorSi bien el harakiri como pena capital fue abolido oficialmente en 1873 por el emperador Mutsuhito (1868-1912) como parte de las reformas de la restauración Meiji, las enseñanzas del Bushidō estaban tan arraigadas en la cultura e identidad japonesa que muchas personas continuaron practicándolo voluntariamente. En abril de 1895, 40 militares se destriparon como protesta por la devolución de la península Liaodong, un territorio conquistado a China durante la primera guerra Sino-Japonesa. Nogi Maresuke, general del Ejército Imperial Japonés, y su esposa se suicidaron tras la muerte del emperador Mutsuhito, el 13 de setiembre de 1912. En la madrugada del 15 de agosto de 1945, un grupo de oficiales desesperados por impedir que el emperador difundiese el mensaje de la rendición incondicional de Japón, invadió el Palacio Imperial. Tras ser reducidos por los guardias, Hatanaka y Shizaki, los cabecillas, pidieron permiso para realizar harakiri frente al Palacio. Luego los siguió el general Tanaka, otro de los líderes de la conspiración. Horas después, el general del Ejercito Imperial y Ministro de Guerra, Korechi Anami, tras firmar la rendición, escribió una nota que decía: “Yo, con mi muerte, me disculpo enormemente con el emperador por el gran crimen”, y se mató. La nota, junto a su espada y su uniforme ensangrentado son exhibidos en el Museo Yūshūkan de Tokio. De igual modo, ante la noticia de la derrota del imperio y el pasmo causado por la “declaración de humanidad” del emperador, donde se despojaba a sí mismo de la condición de divinidad, muchos soldados y civiles decidieron matarse. Y así siguió. Medio siglo después, en marzo de 1999, el gerente de la Bridgstone Sport, Masaharu Nonaka, discutió acaloradamente con el presidente de la empresa acerca de la reestructuración de la compañía y su inminente despido. A pesar de la intervención de varios agentes de la policía, Nonaka tomó un cuchillo de cocina de 14 centímetros y se apuñaló el vientre. El 28 de setiembre del 2001, Isao Inokuma, campeón de jūdō en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, no encontró otro camino para enmendar la vergüenza de la quiebra financiera, que suicidándose como había aprendido de su formación en las artes marciales. Así debía ser, y así fue. Porque para todos ellos el imperio japonés sí estaba destinado a gobernar el mundo, porque el emperador sí era un dios encarnado, porque las deshonras se limpiaban con la propia sangre. Porque es innoble vivir alejados del camino. Porque un japonés debe morir con honor y belleza.