Ana María Shua ha dicho que “a veces el humor (que yo practico indiscriminadamente) es casi un facilismo. Como lectora, tengo más respeto por los microrrelatos ‘serios’. Caer en el chiste es un gran peligro para el género”.
¿Lo que nos dice Shua significa que el microrrelato no debería buscar la risa? En absoluto: no solo ella reconoce tener relatos breves de humor, sino que podemos enumerar a otros escritores del género que tienen creaciones frente a las que no podemos evitar reír: Luis Landero, Augusto Monterroso, Jorge Luis Borges y Raúl Brasca son solo algunos nombres de una lista que incluiría a la vasta mayoría de escritores de microrrelatos. ¿A qué se debe esto?
El investigador Santiago Fortuño Llorens ha señalado que el microrrelato se caracteriza, entre otras cosas, por ser sumamente consciente de su propia condición de texto literario, lo que en muchos casos lleva a lecturas irónicas e irreverentes de la propia tradición de la que bebe y en la que se inscribe. Según Sigmund Freud el chiste permite desafiar y dirigir la agresividad hacia instituciones de poder contra las cuales no podemos, en ocasiones comunes, alzarnos por las represalias que eso implicaría.
El microrrelato es un espacio privilegiado para ironizar tanto sobre los cánones literarios, artísticos, teológicos, etc. Un ejemplo: “Para qué perder tanto tiempo, se dijo el artista, antes de colgar a sus modelos directamente en las paredes de la galería”. “Hiperrealismo I”, de Ricardo Sumalavia.
Pero ahí no terminan los límites: el microrrelato puede (y tiende a) ironizar sobre la totalidad del bagaje cultural de quien lo produce, incluyendo formas textuales ‘no literarias’, menos prestigiosas, al ser un género nuevo y dúctil. Ni la canción infantil se salva, como nos demuestra Ana María Shua con “Se quiso quedar”: “Todos los patitos se fueron a bañar y el más chiquitito se quiso quedar. Él sabía por qué: el compuesto químico que había arrojado horas antes en el agua del estanque dio el resultado previsto. Mamá Pata no volvió a pegarle: a un hijo repentinamente único se lo trata —como es natural—, con ciertos miramientos”.
Ya sabemos por qué el microrrelato tiende al humor, pero ¿qué le diferencia entonces del chiste? Según Raúl Brasca: “Ambos son breves, ambos son condensados, ambos ofrecen gratificación intelectual y utilizan las mismas técnicas por lograr la risa”, pero “el chiste […] es la tentación de la facilidad exitosa”.