Parece que Pedro Costa nunca riera. Y no es que no lo haga, sino que aun cuando sonríe lo que vemos es solo un esbozo, un amago de alegría que regresa rápidamente al rictus casi inexpresivo. ¿Le habrán transmitido esa dureza de gestos sus propios personajes, esos zombis extraídos de los barrios bajos de Lisboa? ¿O será él quien se la transmitió a ellos? En el documental “¿Dónde yace tu sonrisa escondida?”(un título que parece destinado a sí mismo), el director portugués retrata el proceso artístico de la pareja de cineastas franceses Jean-Marie Straub y Danièle Huillet y su lucha contra “una época de traición” en el cine. La traición que vivimos hoy, claro, entre industrias y multisalas. Una lucha que comparte Costa, sin duda. Una lucha que renace película a película.Seguir a @ElDominicalEC !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Pedro Costa ha llegado al Perú como invitado del 5.° Festival de Cine Lima Independiente. Viene de Portugal y de aquí partirá hacia Taiwán. Lima es una escala de cuatro o cinco días en su recorrido por el mundo. Luego retomará el nuevo proyecto de filmación que ha iniciado hace poco. ¿Otra ficción? Costa hace un gesto de duda ante la pregunta. Y es que sus ‘ficciones’ difícilmente pueden encorsetarse en un género muy definido. La mayoría, eso sí, tiene como elemento común a un grupo humano de la desaparecida Fontainhas, el barrio de Lisboa en el que el cineasta empezó a filmar sus mejores obras, todas protagonizadas por los propios vecinos del lugar y recreadas en sus calles, en sus casas. Aquel escenario marginal se convirtió en su mundo, en parte de sí. ¿Qué sería del cine de Costa sin Fontainhas?
“Si no hubiese conocido este lugar ni a estas personas, es probable que hubiese seguido haciendo disparates, las mismas idioteces un poco inconscientes que venía haciendo”, afirma con sorna. Añade que grabar sus películas en Fontainhas le ha permitido escapar de las dificultades (y también de las facilidades) de trabajar en el sistema tradicional de producción, con enormes presupuestos, pero a la vez menos libertades. “Mi cine exige mucho trabajo físico, mucho trabajo intelectual y mucho trabajo emocional. Todo en partes iguales”, explica.
Su reciente filme, “Cavalo dinheiro”, que le permitió ganar el premio a mejor director en el Festival de Locarno y que se estrenó en Lima Independiente, es el más oscuro y complejo de su filmografía: una auscultación de la memoria de los anteriores habitantes de Fontainhas, que han sido desalojados del barrio y trasladados a lugares que no son los suyos. Explica Costa que “de alguna manera, estos personajes construyeron su vida desde la pérdida. De lo único que son dueños es de sus recuerdos. Hoy ya no tienen ni un país ni un hogar; sus familias están destrozadas, sus relaciones de comunidad, dinamitadas”. Y aunque gran parte de los pobladores de Fontainhas eran africanos, Costa dice que al menos poseían los mínimos recursos con los que podía contar un extranjero en Portugal. La situación que viven hoy muchos inmigrantes en Europa, en cambio, “es tan cruel, violenta y desproporcionada que traspasa los límites de la comprensión”, asegura.
***Los escenarios en el cine de Pedro Costa, de una estética tan conmovedora como hipnótica, están siempre sumergidos en las sombras, encuadrados en tomas fijas y angulares que por momentos parecen tomadas del expresionismo más radical, pero que en el fondo, por su delicadeza en los detalles y sus intensos puntos luminosos, le deben mucho al cine clásico de Hollywood. “A mí me gusta tanto el cine de Chaplin y de John Ford, como el de cineastas más modernos como Godard. Para mí no se excluyen, no son estilos enemigos”, explica.
En el 2009, escapando un poco de sus trabajos habituales, Costa grabó Ne change rien, un documental musical sobre la cantante Jeanne Balibar. Todo a su estilo, por supuesto, en un blanco y negro elegantísimo y altamente contrastado, que además le permitió reencontrarse con una pasión de juventud, de una época en la que tocaba la guitarra y su vocación tentaba otros caminos. “Con esta película, además, constaté que la música no miente: que para tocar una nota, solo hay que tocar bien esa nota. En la música todo es más verdadero”, dice antes de soltar una verdad que suena casi a confesión: “El cine, en cambio, es esencialmente falso y mentiroso”.