
Fue un 5 de setiembre de 1972 que, durante los Juegos Olímpicos de Múnich, el grupo terrorista palestino Septiembre Negro secuestró a 11 deportistas del equipo israelí en plena villa olímpica. Su demanda era la liberación de más de 200 prisioneros que se encontraban en cárceles de Israel. El rapto no duró mucho: tras algunas horas de tensión, secuestradores y secuestrados se desplazaron a una base aérea, desde donde viajarían a El Cairo (como supuestamente se acordó en las negociaciones). Una vez allí, tuvo lugar un caótico y fallido operativo de rescate. Los 11 deportistas terminaron muertos, al igual que cinco terroristas y un policía.
Esta película dirigida por el suizo Tim Fehlbaum tiene la particularidad de centrarse en la cobertura periodística del incidente, específicamente la que llevó a cabo el canal estadounidense ABC. No es poco, al tratarse de la primera transmisión en vivo de un atentado terrorista en la historia. En ese sentido, la cinta enfoca algunos de los dilemas éticos que enfrentaron los hombres de prensa en aquel momento: desde el hecho de que quienes estaban en el lugar eran periodistas especializados en lo deportivo, hasta la discusión de si había que filmarlo todo y emitirlo sin filtros ni edición.
Fehlbaum plantea una reconstrucción muy interesante de la época: la pátina setentera de la película se apoya en el uso de recursos analógicos: pesadas cámaras, rollos de cinta, cableados telefónicos, papeles fotográficos. Instrumentos y procedimientos que, vistos desde un presente totalmente digitalizado, refuerzan la idea de un oficio periodístico que se manejaba a un ritmo distinto, aunque su ética de fondo permanezca invariable: el dilema en torno a la difusión de una premisa o la espera cautelosa de la confirmación oficial sigue siendo el mismo ayer y hoy.
“Septiembre 5″ es una cinta breve y directa, que evita las divagaciones y destaca por sus buenos momentos. En ciertos pasajes, alterna el registro puramente ficcional con la utilización de material de archivo, lo cual le concede cierta aura documental al relato. Las buenas actuaciones de Peter Sarsgaard, John Magaro y Ben Chaplin –en especial en sus encontronazos respecto del tratamiento de la crítica situación desde la pantalla– le insuflan ritmo y agitación a una narrativa que, desde la perspectiva claustrofóbica de un ‘switcher’ televisivo, puede tender a ser floja y paralizante. Pero lo mejor de la película termina siendo su renuncia a idealizar un episodio que, más bien, funcionó como una sucesión de errores.
Si las películas de temática periodística que se suelen proyectar en las facultades de comunicaciones a menudo ensalzan el oficio y reconfortan su espíritu y su vocación, esta bien podría ser utilizada como un contraejemplo: su resolución incómoda y amarga la dota de un realismo y una verosimilitud inusuales dentro del subgénero de cintas que abordan la ‘heroicidad’ de la prensa frente al mundo. En tiempos de posverdades y ‘fake news’, luce más pertinente que nunca.
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