Más grave que Donald Trump, que solo hay uno, es el trumpismo. Los practicantes de eso son millones.
Son los que acogen ese pensamiento territorial, racista y xenófobo que se sustenta en la jerarquía social y el insulto para defenderse de lo que consideran una amenaza: la diversidad.
Este aislacionismo primitivo, peligrosamente idiota, cuenta a su servicio con el chauvinismo, el nacionalismo y demás falsos valores que tantos momentos macabros le han dado a la especie. La historia que no se conoce se repite; y por degradación argumental lo hace en una versión cada vez más vulgar.
Trumpismo es lo que suena cuando se escucha reclamarle a los shipibos qué hacen en Lima cuando ellos son de la selva. Trumpismo es el muro invisible que quiso hacer de Asia un balneario socialmente homogéneo. Trumpismo es cuando los de Miraflores llaman al serenazgo porque los de Surquillo pisan sus parques. Trumpismo es expulsar a parejas del mismo sexo de un centro comercial. Trumpismo son los vecinos de Miguel Dasso queriendo desalojar a una vendedora de frutas porque trae moscas. Trumpismo son dos hombres masacrando a una mujer por un parqueo frente a una cebichería.
Trumpismo es el cojo que no le presta un guante al manco, el manco que le apaga el radio al ciego, el ciego que le niega los anteojos al mudo. Y trumpismo es el mudo que hace un negocio a costa de migrantes zarandeados según distorsionada ciudadanía en donde la ignorancia supone que el mundo, ancho y ajeno, nació con dueños. Los dueños somos siempre nosotros, jamás otros.
Catorce mil años antes de Cristo, cuando Lima no era de los limeños porque ni Lima ni los limeños ni el Perú existían, los primeros pobladores del continente cruzaban Beringia, el hielo sobre el estrecho de Bering, para empezar a poblar una tierra dominada por lagartijas. Los restos óseos peruanos más antiguos, el hombre de Guitarrero y Lauricocha, tienen entre 13 y 10 mil años de antigüedad. Los primeros habitantes de América, los reyes del barrio, fueron amebas.
Antes de las amebas y las lagartijas todo se remite a Etiopía. Ahí fue donde la primera homínida erecta de la cual se tiene evidencia —Lucy— un día de hace 3,5 millones de años se cayó de un árbol, murió y se convirtió en el más antiguo eslabón común de la humanidad: una mujer de un metro diez de estatura y 27 kilos que vivió veinte años en tránsito evolutivo entre los primates y el Homo sapiens.
-
El saliente presidente Barack Obama visitó los restos de Lucy en África en el 2015. A él, primer presidente de Estados Unidos de ascendencia africana, se le permitió tocar la osamenta como símbolo del parentesco cósmico. “Cada uno de nosotros, siete mil millones de personas, incluyendo a Donald Trump, descendemos de esta cadena”, le dijo entonces el paleontólogo etíope Zeresenay Alemseged. Hace un año Trump era una broma.
Ahora que la broma es el presidente electo, a él y a sus seguidores se les recuerda que nuestra parentela común es una mujer oscura, enana y llena de pelos. Una de ellos. A la familia se le respeta.