Truman Capote nunca se recuperó del desgaste emocional que significó la escritura de “A sangre fría”. Murió en 1984, casi 20 años después de su publicación, sin poder terminar ninguna otra novela. Con este libro había alcanzado el éxito que siempre buscó, pero al lograrlo se había condenado también a una pesadilla: la de arrastrar el horror de una historia que jamás dejó de perturbarlo. Una mañana de noviembre de 1959, mientras leía el diario, Capote se tropezó con el titular de un crimen: “Rico granjero y tres miembros de su familia asesinados”. Eran Herb Clutter, su mujer Bonnie y sus dos hijos. Más abajo se afirmaba que “les habían disparado a bocajarro con una escopeta después de ser atados y amordazados”. La inquietante brevedad de la noticia y la brutalidad que narraba impresionaron a Capote. De inmediato convenció al editor de “The New Yorker” para que lo enviara a Holcomb, el solitario pueblo de Kansas donde había ocurrido la masacre. Quería armar un artículo sobre el impacto de la tragedia en los habitantes del pueblo, pero terminó escribiendo un libro de más de 300 páginas sobre la historia de los criminales y las víctimas. Un libro que le demoró cinco años culminar, pero que en realidad lo persiguió toda su vida: “He terminado el libro, pero de algún modo jamás lo hice. Regresa una y otra vez a mi cabeza. Aparece y veo que nada ha terminado. Es como un eco: no le das importancia pero sigue ahí. Uno siempre lo escucha”, afirmó en una entrevista. Era cierto: había acabado con el libro, pero también, de algún modo, el libro había acabado con él. (Alguna vez, Capote escribió: “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”). Hoy se sigue considerando a “A sangre fría” como la primera novela de no ficción y el libro que más influyó al Nuevo Periodismo de los años sesenta en los Estados Unidos. El primer capítulo apareció en “The New Yorker” el 25 de setiembre de 1965, hace exactamente 50 años, y desde entonces Capote empezó a referirse a su propia obra como una ‘novela documental’ o ‘novela de no ficción’. Con su habitual tendencia a la vanidad, anunciaba estar descubriendo una nueva forma de literatura: la historia de un hecho real narrado con los recursos de la ficción. “A sangre fría” cuenta de manera minuciosa el asesinato de la familia Clutter, ocurrido la noche del 14 de noviembre de 1959, pero también crea un perfil psicológico de los criminales (Perry Smith y Dick Hickock), al mismo tiempo que expone el proceso de la investigación policial. Cuando se publicó el volumen en 1966, y hasta el día de su muerte, Capote insistió en que era “inmaculadamente objetivo”. Con los años, sin embargo, han ido apareciendo pruebas que cuestionan esa supuesta veracidad sobre lo que realmente ocurrió. Ahora parece discutirse más el mito detrás del libro que el libro en sí. No es casual que en los últimos años se hayan estrenado dos películas (“Capote” e “Infamous”) que, en vez de adaptar la novela, narren la historia de cómo Truman Capote la escribió. Como nunca, el relato de un autor que investiga para escribir un libro nos resulta más apasionante que el relato de un crimen.
Novela sin mentirasEn Holcomb, el pueblo en donde había ocurrido el asesinato, nadie quería hablar con Truman Capote (nacido en Nueva Orleans en 1924 con el nombre de Truman Streckfus Persons). Les provocaba desconfianza este hombre extremadamente delicado que tenía voz de niño y se vestía de forma extravagante. En un pueblo escondido y desolado adonde no solía arribar casi nadie, Capote era lo más cercano a un extraterrestre con traje de levita y anteojos. Su amiga Harper Lee (la autora de “Matar un ruiseñor”), a quien él había pedido que lo acompañara, tuvo que encargarse de las primeras entrevistas. En un principio, el más receloso ante la presencia de Capote fue el detective a cargo del caso, Alvin Dewey. Pero a partir de una invitación que su esposa les hizo a ambos para cenar, y en donde Capote lució el encanto que lo había vuelto célebre en fiestas sociales, todo cambió. Durante varias semanas, él y Harper Lee se dedicaron a conversar con los amigos y familiares de los Clutter, lograron observar las fotografías de la escena del crimen, recabaron centenares de páginas de apuntes, examinaron con minuciosidad la casa de la familia, y entrevistaron varias veces a los asesinos después de ser capturados y sentenciados. En estas conversaciones, Capote nunca usaba grabadora. Confiaba en la exactitud y limpieza de sus notas y en su inusual habilidad de recordar cada detalle de lo que escuchaba. (Alguna otra vez, Capote escribió: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”). Sin embargo, el periodista George Plimpton solía bromear sobre esta fidelidad de su memoria: “A veces me decía que recordaba el 96 % de las conversaciones, y otras me aseguraba que era el 94 %. Él podía recordarlo todo, pero nunca se acordaba de la cifra exacta que me decía”. Su obra maestra dependía de la precisión de su memoria y de la legibilidad de sus apuntes. Quizá por eso, cuando al fin viajó a España para escribir el libro, Capote decidió trabajar durante un año en esas notas, sin escribir una sola línea. Así empezó un largo proceso que duraría entre cuatro y cinco años. En ese tiempo, no dejó de cartearse con el detective Dewey y con Perry Smith, el asesino con el que llegó a entablar una amistad y del que, según los medios de la época, se enamoró. Uno de los principales cuestionamientos sobre la veracidad de “A sangre fría” radica en la imagen heroica con la que el autor perfiló a Alvin Dewey. Se ha acusado a Capote de privilegiar el retrato del detective a cambio de tener acceso total a la investigación del crimen. Lo cierto es que, en la amplia correspondencia que existe entre ambos, el escritor suele decir a Dewey y su esposa cosas como “les gustará cómo quedarán en el libro, salen terriblemente bien” o “el señor Shawn [editor de “The New Yorker”] me preguntó el otro día en una carta: ‘Todos esos Dewey, los cinco (incluyendo al gato), ¿son de verdad tan encantadores, amables e inteligentes?’ La respuesta fue ‘sí, por supuesto’”. Capote sentía por ellos un afecto verdadero y una amistad más allá del libro, aunque el énfasis de su aprecio parezca también una forma de conveniencia. En las cartas los llama “mis corazones”, “mis preciosidades”, “mis dulces y queridos conejitos”. Casi todos los mensajes terminan con un “besos para cada uno de ustedes, los quiero y extraño de verdad”. A Alvin Dewey lo elogia permanentemente con frases como “eres mi detective favorito”. Aunque no deja de indagar en el crimen ni de precisar datos sobre la investigación, Capote acompaña sus demandas con preguntas acerca de la salud del detective o de sus hijos. Suele enviarles dinero para que compren un whisky en su honor o para cualquier gasto relacionado con el caso. La atención, por supuesto, fue recíproca: Dewey consiguió algunas entrevistas con personas que se negaban a hablar con Capote; le confió sin restricciones el diario íntimo de Nancy Clutter, la hija que había sido asesinada; e incluso lo ayudó a obtener un permiso de conducir. También accedió a cuestiones tan minuciosas y necesarias como esta: “¿Te importa si inserto algún que otro ‘demonios’ o ‘maldita sea’ en tus diálogos? Es que en algunas escenas pareces más bien un monaguillo”. Pero Capote no solo modificó el modo de hablar de su personaje según la escena que necesitaba narrar, sino que incluso relató sucesos que nunca ocurrieron. En el 2013, el periodista Kevin Helliker publicó un artículo en “The Wall Street Journal” en el que demostraba que una escena del libro se manipuló para ofrecer una determinada imagen de Dewey. En la novela, el detective recibe una información clandestina sobre la identidad de los asesinos y, de inmediato, envía al agente Harold Nye a buscarlos. Cuando llega a la casa de Dick Hickock, no lo encuentra a él, pero sí a sus padres. La estrategia es no revelar el verdadero motivo de su visita, sino más bien disimularla mediante la acusación de un delito menor. El señor y la señora Hickock lo atienden con amabilidad e incluso le ofrecen una taza de café. Conversan un buen rato. En un momento, el agente Nye observa una escopeta en la sala de la casa: era el arma que había acabado con la familia Clutter. Esta es la escena que se describe en “A sangre fría”, pero es en su mayor parte ficción. Según documentos de la Oficina de Investigaciones de Kansas, el detective Dewey se demoró cinco días en enviar al agente Nye a buscar a los asesinos. No creía que ellos fueran los culpables. Al detective favorito de Capote le falló el instinto: estaba convencido de que se trataba de sujetos del mismo pueblo. Truman Capote sabía que colocar eso en la novela contradecía el perfil que había trazado de Dewey como un detective sagaz y extremadamente hábil, así que prefirió modificar la versión real y relatar una escena que jamás ocurrió: la conversación de Nye con los padres de Hickock en mitad de la noche. El final del libro también es ficción. En su biografía sobre Capote, Gerald Clarke revela que el encuentro en el cementerio entre el detective Dewey y la mejor amiga de Nancy Clutter es completamente falso. Es, de alguna manera, un final luminoso después de tanta oscuridad. Quizá Capote haya sentido necesaria una especie de redención en las últimas páginas de su libro, y al no poder extraerla de la realidad, se la inventó. Es como si de pronto se hubiera dado cuenta de que escribir la vida, tal y como ocurre, sería una pésima novela. O, en todo caso, una novela imperfecta. Capote quería escribir la realidad, pero en su intento de agotar cada detalle tuvo que estirar ligeramente la veracidad de los hechos hasta convertirlos, en algunos casos, en pura ficción. En su correspondencia hay una carta que le envía a uno de los personajes del libro avisándole que le hará decir cosas que no dijo en una conversación que jamás tuvo con el asesino: “Quiero insertar una larga escena entre tú y Perry en la que usaré algunos materiales que obtuve de mis propias conversaciones con él; en otras palabras: me sustituirás”, dice Capote. Por otra parte, en su libro “Truman Capote y el legado de A sangre fría”, Ralph Voss afirma que el autor delineó un perfil literario y filosófico del criminal Perry Smith que no se correspondía con la realidad. En algún momento, Capote necesitó crear una versión más literaria de la tragedia a partir de los detalles. Los hechos reales no le bastaron para construir una historia conmovedora en la medida en que él la había imaginado, pero eso, en el fondo, importa poco. Hoy seguimos leyendo “A sangre fría” con la intensidad de un relato que nos hunde en el horror de la muerte y en la certeza de que hay ciertos actos que nos condenan para siempre.
La caídaPara terminar de escribir “A sangre fría”, Truman Capote tuvo que esperar que sus personajes fueran ejecutados. No podía acabar el libro sin tener un final, y el único final posible era la muerte de los asesinos. Pero cuando ocurrió, Capote quedó destrozado. “Perry y Dick fueron ejecutados el martes pasado. Lo presencié porque así lo quisieron ellos. Fue una experiencia horrible. Es algo de lo que nunca me recuperaré”, escribió en una carta. Había pasado muchos años teniendo pesadillas por las noches y vomitando mientras escribía. Fue una época oscura en la que se obsesionó con la historia a tal punto que se sentía parte de ella. Fumaba demasiado al escribir, en un estado casi irracional, y esto le hizo desarrollar ciertas manías: no podía ver más de tres colillas en el cenicero. Sin embargo, a los pocos meses de que publicara el libro, Capote organizó una gran fiesta de máscaras y antifaces para celebrar el éxito de la novela. Fue el acontecimiento social del año, y él sentía que tanto sufrimiento durante la escritura del libro le era por fin recompensado. No fue así. Pasado un tiempo, Capote cayó en una sequía literaria como nunca le había ocurrido. Todo fue en picada. Paramount Pictures le rechazó un guion basado en “El gran Gatsby”. No lograba terminar su siguiente novela, “Plegarias atendidas”. Empezó a beber más. Veinticuatro años después de esa mañana de noviembre de 1959, en que leyó el titular sobre el asesinato de la familia Clutter, Capote seguía horrorizado por los muertos. “Esa historia ha cambiado mi vida, ha alterado mi punto de vista sobre casi todo”, escribió. Existen otros libros suyos estupendos, como “Otras voces, otros ámbitos”, “Árbol de noche”, “El arpa de hierba”, “Desayuno en Tiffany’s” y “Música para camaleones”. Pero “A sangre fría” fue su mayor triunfo, pero también su maldición.
Sigue la polémicaEl hijo del agente Harold Nye (quien junto al detective Alvin Dewey realizó la investigación del asesinato de la familia Clutter) ha anunciado más de una vez que publicará un libro con nueva información sobre el caso. Según Nye, estos documentos y cuadernos cambiarán parte de la historia conocida sobre el crimen. Su padre, quien falleció en el 2003, nunca estuvo de acuerdo con la versión de Truman Capote. “Solo pudo leer hasta la página 150 antes de tirar el libro al piso”, recuerda su hijo.