Poco después de su cumpleaños número 37, luego de años de padecer los embates de su propia oscuridad psíquica y emocional, uno de los pintores más influyentes e incomprendidos agonizaba en un cuarto de la posada Ravoux, en la localidad de Auvers-sur-Oise, al norte de París, como consecuencia de una bala que atravesó su pecho. Llegó caminando, al anochecer, con la mirada perdida, la ropa ensangrentada y la pipa de tabaco entre las manos. No fue un robo ni fue por venganza, ni siquiera con alevosía. Fueron sus propios y prodigiosos dedos los que habían jalado el gatillo, según anunció al llegar a la posada; sin embargo, el arma nunca fue encontrada y nadie se molestó jamás en investigar el caso. Para ese entonces, la fama de desquiciado que Van Gogh se había ganado se encontraba bastante consolidada: había protagonizado una serie de escandalosas peleas e incidentes violentos, pasó un par de temporadas recluido en hospitales psiquiátricos, le obsequió un pedazo del lóbulo de su oreja derecha a una prostituta llamada Rachel, su cuerpo se había sacudido varias veces sin control y echado espuma por la boca. Todo el mundo asumió que se había tratado de un suicidio. La bala nunca fue extraída y su cuerpo fue sepultado en el cementerio de la misma ciudad, en una tumba sin epitafio. “He arriesgado la propia vida por mi trabajo, y mi mente casi ha naufragado”, decía Van Gogh en la última de las más de 600 cartas que le escribió a su hermano Theo, encontrada en su lecho de muerte el 29 de julio de 1890. Ocho años fue lo que duró su vida artística. Ocho años de frenético trabajo y de constantes colapsos, en los cuales pintó cerca de 900 cuadros y produjo más de 1.200 dibujos. Ocho años también ha tomado la realización de “Loving Vincent”, una película a medio camino entre el biopic y el thriller policial, que 126 años después hurga en los hechos que rodean la misteriosa muerte del pintor neerlandés. Inspirada por su magnífica obra y por las cartas a Theo, la pintora y directora de cine polaca Dorota Kobiela decidió combinar sus dos pasiones y hacer un corto animado reproduciendo ella misma los cuadros al óleo de Van Gogh. Era el 2008 y el proyecto se encontraba en una primera etapa de conceptualización cuando, de pronto, apareció Welchman. Después de ganar un Óscar a mejor cortometraje animado por “Peter & The Wolf” (2006), el productor inglés Hugh Welchman viajó a Polonia para trabajar en otro filme, donde conoció a Kobiela. “Primero me enamoré de ella y luego me enamoré de su proyecto”, dijo Welchman, quien convenció a Kobiela de llevar todo un paso más allá: crear el primer largometraje animado del mundo pintado totalmente a mano. El matrimonio vino después. “Al principio, pensé que era una locura, me parecía demasiado arriesgado y virtualmente imposible, pero luego me di cuenta de que eso era lo que Vincent hacía, arriesgaba todo por su pasión”, explicó Kobiela en una entrevista reciente. Así, el proyecto poco a poco fue tomando dimensiones cada vez mayores, hasta que Kobiela y Welchman —ambos directores, guionistas y productores de la película— completaron su equipo con otras importantes figuras del cine internacional. El compositor Clint Mansell, responsable de las bandas sonoras de películas como “Réquiem por un sueño” (2000) y “Cisne negro” (2010); Tristan Oliver, director de fotografía de “Fantastic Mr. Fox” (2009) y “Grand Hotel Budapest” (2014); “Lukasz Zal”, director de fotografía nominado al Óscar por “Ida” (2013), entre muchos otros. Además de un reparto de reconocidos actores entre los que se cuentan a Saoirse Ronan, Jerome Flynn, Robert Gulaczyk y a Helen McCrory. A pesar de que la película es animada, primero se grabaron las escenas con los actores reales y posteriormente se pintó a mano cuadro por cuadro. Para ello, se sumaron al equipo 85 artistas de todo el mundo, quienes recibieron un entrenamiento intensivo de 18 días para aprender la técnica del painting-animation y para reproducir el estilo característico de Van Gogh. El resultado: 62.450 piezas pintadas al óleo, a lo largo de 88 minutos en los que más de 130 cuadros del artista cobran vida, y consiguen crear un filme sui generis que produce un efecto que combina el movimiento más realista con un trazo opresivo, alucinado, genial. Y es que como el mismo Van Gogh escribió en la última carta a su querido hermano: “No podemos hablar, sino a través de nuestras pinturas”. Y eso, exactamente, es lo que “Loving Vincent” intenta hacer, transportarnos al núcleo mismo de la intimidad del artista, al interior de sus cuadros para que ellos mismos, sus criaturas, nos cuenten su verdadera historia, despojándolo por fin de los innumerables prejuicios y leyendas que han empañado su vida y su muerte por más de 125 años.
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