El estudio del Estado inca es un tema que ha motivado muchos libros y artículos desde que los europeos lograron doblegar a los que tuvieron la capacidad de conformarlo. En primer lugar, están los que se interesaron en él para realzar el mérito de la hazaña que lograron un puñado de aventureros que se atrevieron a enfrentar un complejo sistema político que sometió a seis o diez millones de habitantes y que se extendió por un vasto territorio que, según algunos como García Rosell, alcanzó los 4.000.000 kilómetros cuadrados y otros, más conservadores, como Métraux, 984.998 kilómetros cuadrados. En segundo lugar, figuran los que específicamente pusieron sus miras en este complejo político para alcanzar un mejor conocimiento de su armazón a fin de adecuar mejor el ordenamiento político que le aplicarían.
Aunque en ambos casos —sin pretenderlo— transmitieron información valiosa solo porque no podían sustraerse a su presencia, la mayor parte de las veces lo hicieron sin poder eximirse de sus propios marcos culturales o por consideraciones ideológicas propias de los esquemas valorativos con que justificaban la dominación que ejercían sobre aquellas sociedades.
Tratándose de informaciones de segunda mano, debió pasar mucho tiempo para que los estudiosos —por lo general, historiadores— de este sistema político pudiesen trascender aquellas premisas culturales. Al fin y al cabo, siendo parte de la misma cultura, tanto las fuentes escritas que proporcionaban la información como sus lectores contaban con los medios para acceder al sentido de la información que era volcada en dichas fuentes.
Nuevas interpretaciones
Es por ello que, en gran medida, el legado dejado por estos estudiosos es conjetural, como es el caso de las numerosas biografías que se hicieron de los supuestos monarcas cuzqueños; o supuestas guerras como la de los incas sobre los chancas, a partir de las cuales el triunfo de los primeros daba lugar a la formación del imperio inca; aparte de enjuiciamientos anacrónicos, tildados de socialistas, totalitarios, esclavistas y más.
Aunque todavía muchos investigadores no se apartan de estos cánones, renovados estudiosos alumbrados por disciplinas como la antropología, arqueología y lingüística han comenzado a ofrecer nuevas interpretaciones que van alejándose de las corrientes conjeturales y nos presentan un panorama más plausible, que —sin alejarse completamente de la diacronía— da más peso a la sincronía.
Gracias a la generosidad de Paulo Pantigoso, country managing partner de Ernst and Young (EY), y la extraordinaria editora Anel Pancorvo, este libro pretende ser una muestra de lo que el uso combinado de la antropología, arqueología, historia y lingüística —que configuran lo que se ha venido a llamar etnohistoria— ha comenzado a lograr en el conocimiento de distintas expresiones de corte estructural que cimentaron el Tahuantinsuyo o imperio de los incas.
La controversia de los monarcas
Al ser nuestro principal objetivo enmarcar las instituciones que se desarrollaron dentro del esquema de su universo categorial, empezamos con una reflexión sobre el valor que los incas les confirieron a conceptos tales como Tahuantinsuyo e inca para seguir con una meditación sobre su visión del pasado, y el ordenamiento del mundo y su sociedad través de sus mitos de origen.
Es así que el capítulo cuarto del libro que comentamos está dedicado a la naturaleza de sus agrupaciones sociales y a la importancia otorgada a sus relaciones de parentesco.
Siguiendo la huella del antropólogo Tom Zuidema, nos detendremos en las nociones de panaca y ayllu asociadas a la organización cosmológica del Cuzco a partir del sistema de los ceques o santuarios interconectados. Esto nos conduce al tema de la naturaleza ahistórica de aquellos que, al igual que los reyes europeos, fueron considerados monarcas que se sucedieron en el tiempo, desde Manco Cápac hasta Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa.
Proponemos que, en realidad, estos fueron símbolos totémicos de las agrupaciones jerárquicas (panacas o ayllus) que ordenaron a la nobleza inca ocupando posiciones fijas en el espacio y el tiempo.
Ajena a la economía de mercado
Por la condición sagrada de estos emblemas que se inscriben en sus nociones de monarquía, el sexto capítulo del libro está dedicado a sus creencias religiosas y a su venerado panteón a través de un complejo sistema religioso de fiestas y funcionarios. Esto nos conduce —en el séptimo y octavo capítulo— a las bases materiales que sustentaron el ordenamiento de una sociedad que fue ajena a una economía de mercado, y que se valió de la mano de obra de sus súbditos para sobrevivir y conciliar sus tradicionales consideraciones de estatus de naturaleza colectivista con las de contrato, propias de las sociedades que propendían a darles mayor importancia a los valores del individuo.
Más que acabado, este libro debe entenderse como un estudio en proceso, cuya principal finalidad es repensar lo que hasta hace poco se venía sosteniendo sobre los incas y poner al corriente a los lectores acerca de los derroteros que se están abriendo sobre nuestros conocimientos en torno a esta sociedad tan compleja, gracias a las disciplinas que conforman la etnohistoria.
Legado de la antropología
El mayor mérito de la antropología es que, por sus experiencias en el estudio de diferentes conjuntos socioculturales, sustentados predominantemente en relaciones interpersonales y en una visión holística, nos entrena a doblegar tendencias etnocéntricas, propias de nuestras premisas culturales y de una formación predominantemente homogeneizante.
Además, su halo comparativista estimula el encadenamiento del universo categorial y funcional del material del que disponemos, enriqueciéndolo gracias a su capacidad de acercarse a la herencia que perdura del pasado prehispánico en muchas comunidades campesinas contemporáneas.
Gracias a esta continuidad, hemos podido refrendar los sistemas de parentesco y la permanencia de las agrupaciones de naturaleza simbólicas análogas a las antiguas panacas que convalidan la ahistoricidad de las dinastías incas que nos proporcionan las antiguas crónicas.