Las elecciones de hoy, en tiempos de coronavirus, tienen indicaciones claras: llevar lapicero, doble mascarilla, protector facial y alcohol en spray para una desinfección continua. Es lo necesario en medio de una pandemia que se desarrolla en el siglo XXI. Sin embargo, estas precauciones no se tomaron en las elecciones que se realizaron en nuestro país en los siglos XIX y XX.
La primera de ellas fue en 1868, cuando el país era afectado por la fiebre amarilla y la segunda, en 1919, cuando se repetía la fiebre mientras se vivían los estragos de la peste bubónica y la gripe española.
La epidemia amarilla
En 1868, el Perú parecía sumido en la anarquía a causa de las guerras civiles de caudillos que se habían sucedido durante los primeros cincuenta años de independencia. Así lo escribe Eduardo Zárate Cárdenas, médico e investigador de la UNMSM, en el libro La mayor epidemia del siglo XIX: Lima, 1868 fiebre amarilla. “No existía en el país una clase social que pudiera ser comparada con la burguesía francesa o inglesa. Tampoco se avizora, en el corto plazo, una transición generacional que implicara el surgimiento de nuevos líderes civiles. En ausencia de una clase política que agrupara a civiles, el poder lo disputaban y ejercían los caudillos militares. Sin embargo, la situación económica era singular por la bonanza del período del guano”, añade.
El mismo texto cuenta cómo era Lima en el contexto de pandemia y elecciones: en las calles, se cavaban zanjas en las que se concentraba basura, y los alimentos se vendían en puestos de mercados sobre tablones y al aire libre. Eran similares las condiciones en el virreinato con el agravante de que la población y las acémilas habían aumentado. El mes de ingreso de la epidemia, febrero, fue el de mayor temperatura, cuando se celebraban las fiestas de carnaval y en etapa de elecciones presidenciales.
Las medidas de contención de la epidemia se priorizaron en El Callao, ya que ahí arribaban los barcos con pasajeros, quienes, de acuerdo con la teoría miasmática, eran los portadores de la enfermedad. Las notas principales y los espacios de los diarios de la época daban cuenta de las elecciones próximas y sus campañas presidenciales, de la formación de círculos de adeptos y de las reuniones en los clubes electorales que apoyaban las candidaturas.
Algunos aspectos de la vida cotidiana en la ciudad se vieron limitados. Por ejemplo, el concierto mensual de la Sociedad Filarmónica tuvo escasa concurrencia, y el director titular fue reemplazado por encontrarse enfermo con fiebre amarilla. El concierto finalmente se realizó.
Contrariamente a lo que sucede ahora —en que la pandemia dejó por mucho tiempo las elecciones en un segundo plano—, los comicios de 1868 acapararon no solo las noticias, sino también las discusiones políticas. Como señala el doctor Zárate Cárdenas en su libro, las prioridades sanitarias de la autoridad municipal y de la junta de sanidad de entonces no estaban en la epidemia, sino en las próximas elecciones. Las crónicas dieron cuenta de que los comicios los ganó José Balta con 3.168 votos. Ese mismo año, entre mayo y junio, murieron cuatro mil personas.
Una fiebre persistente
Las elecciones de 1919 se llevaron a cabo en medio de condiciones sanitarias muy complejas. En marzo de ese año, llegó al Perú la llamada gripe española y volvió a explotar otra epidemia de fiebre amarilla, además de la descontrolada peste bubónica. Tras accidentadas elecciones realizadas en mayo, Augusto B. Leguía dio un golpe de Estado en julio y se hizo con el poder. Tras vivir exiliado en Londres, Leguía había regresado a Lima en febrero de 1919 y fue recibido con una manifestación pública el 9 de febrero donde recibió el aplauso y el respaldo de la población.
Al asumir la presidencia, Leguía contó con la ayuda de la Fundación Rockefeller para hacerle frente al problema de salud de entonces. Las primeras medidas que se tomaron en el norte del país —que es por donde se identificó que entró la enfermedad— fueron labores de fumigación, exámenes de las fuentes de agua y una cuarentena departamental para evitar que las personas huyeran por el sur de Piura. Se prohibieron también las reuniones después de las seis de la tarde a fin de impedir la propagación de la enfermedad, según escribió el abogado Freddy Centurión González en el artículo “Apuntes para la historia constitucional peruana. La Constitución de 1920, cien años después”.
En dicho texto, publicado en la revista IUS, de la Universidad Santo Toribio de Mogrovejo, se dice también que las acciones impuestas por el Gobierno fueron rechazadas por un sector de médicos de la época, y, en su mayoría, estas resultaron inefectivas debido a la oposición de comerciantes y artesanos a la cuarentena y a las quejas de los pobladores por las medidas de fumigación.
Hasta 1920, las campañas contra la peste bubónica fueron limitadas. El desborde de la situación obligó a que gobierno de Leguía adoptara una serie de medidas de saneamiento ambiental bajo la asesoría de especialistas extranjeros.
Según detalla el investigador Marcos Cueto en el libro El regreso de las epidemias. Salud y sociedad en el Perú del siglo XX esta campaña fue liderada por Henry Hanson, miembro del servicio de salud del Canal de Panamá, y las políticas sanitarias fueron aplicadas de un modo autoritario, con una gran confianza en la tecnología y con poco énfasis en los programas comunitarios, los factores ambientales, y culturales en torno a la enfermedad.
De 1920 data la Ley N.° 4126, que dispuso la ejecución de obras sanitarias en Lima y 32 ciudades del país, autorizó el gasto de cincuenta millones de dólares para realizar caminos, desagües, pavimentación de calles, sistemas de eliminación de basura, agua potable y refacción de puertos que fueron construidos por la Foundation Company, quien además prestó los fondos al Gobierno.
Hacia 1925 se creó la Dirección Técnica de la Dirección de Salubridad, que incrementó el control sobre las construcciones para disminuir las posibilidades de reproducción de las ratas transmisoras de la peste. Entonces también se amplió el uso de concreto y asfalto, y se mejoraron los servicios de agua y desagüe.
¿Qué dirán las crónicas del futuro sobre esta campaña electoral y las políticas de salud aplicadas por este y el próximo gobierno?