La historia es más o menos así. Bruno Mendizábal (Lima, 1958) empezó escribiendo versos de manera casi clandestina, en cuadernos que se ha llevado el viento, cuando estudiaba en San Marcos a principios de los años ochenta. Distintas circunstancias lo recluyeron en el departamento de su madre ubicado en la Residencial San Felipe, mesocrático conjunto habitacional que la crisis y el tiempo han deteriorado y arrebatado su esplendor original. Es en ese aparentemente anodino microcosmos donde Mendizábal fundó un universo lírico pletórico de personajes, epifanías y acontecimientos que en su superficial simpleza y cotidianidad esconden los intrincados designios y tragedias de la condición humana.
Esos oscuros y pequeños seres pueblan su primer libro, el ya mítico San Felipe Blues (1999, 2004), uno de los más contundentes poemarios de la década pasada. En sus composiciones, siempre de corte autobiográfico y epigramático, hallamos el testimonio de un yo poético que ha decidido observar el mundo desde la ventana de su habitación conventual, negándose a trasponer las puertas que lo conducen a la adultez, reconociéndose inhabilitado para ejercer el papel que sus congéneres han adoptado naturalmente: independizarse, conseguir un trabajo, casarse, tener hijos, es decir, todo aquello que nos hace gente seria y respetable.
Él, en cambio, prefiere construir artefactos compuestos de palabras que lo distraigan de la monotonía de los días siempre iguales, conversar con seres marginales como los muchachos que juegan pelota en los parques de su urbanización, idealizar a los solitarios guachimanes y a las inalcanzables y altivas chicas de su barrio. Con tan pedestres elementos, Mendizábal forjó una serie de poemas musicales y conmovedores, entre los que destacan “The Eternal Boys”, “Pinball Queen”, “Caro Zegarrín” o “Milner”. Nuestro autor ahondaría en estas personalísimas motivaciones en sus siguientes libros, Otras canciones (2005) y Extravío personal (2007), con los que parecía cerrar un ciclo temático muy inspirado en la poesía beat —especialmente la de Ginsberg— y en la melancolía sexual del mejor Cavafis.
PoesíaTodos estos años Bruno MendizábalEditorial: Estruendomudo Páginas: 47Precio: S/ 19,90
Una década después, cuando muchos creíamos que Mendizábal había optado permanentemente por el silencio, aparece un volumen breve, como todos los que ha publicado hasta ahora, que, aparte de sus logros intrínsecos, tiene la virtud de servir como arte poética de su obra entera. Se titula Todos estos años y ha sido acertadamente editado por Manuel Fernández, quien asumió la ímproba tarea de cribar los centenares de poemas que Mendizábal había escrito y resguardado en su escritorio durante mucho tiempo. No hallaremos demasiadas sorpresas temáticas ni formales: Mendizábal es poeta de un solo tono y de obsesiones muy restringidas, por lo que es admirable que, aun así, encontremos estos textos tan frescos, intensos y entrañables como los que dio a conocer por primera vez.
La mayor diferencia con los poemas anteriores es que en esta ocasión hallamos a su creador más consciente de sus límites y necesidades temáticas y formales, dedicado a hacer poesía a través de esa introspección y autoconocimiento: “Yo ya no quiero poemas largos/ porque tras páginas y páginas de versos/ se perdería la intensidad./ Yo ya no quiero poemas largos/ por eso he decidido/ dedicarme a los poemas cortos/ porque he encontrado en ellos/ la víspera de tu cuerpo”. Esto es todavía más palpable en el estupendo “La trattoria”, una potente declaración de principios que podría ser uno de los textos mayores —si es que esa definición es posible en la poesía de Mendizábal— entre todos los que ha escrito: “Pero a nadie le importan los poemas, son para perdedores./ Selma trata de invitarme un poquito de su spaghetti, pero yo retrocedo, está picoso y siento miedo,/ aeropuertos, taxis, hospitales, a todo le tengo miedo./ […] Entonces regresamos a casa/ satisfechos por la comida y la efervescente amistad”.
En esta visión retrospectiva de su obra también se incluye el amor y el erotismo, tan trajinados en sus primeros libros, pero ya no abordados desde la poesía beat, sino con un aliento más bien cercano a Ernesto Cardenal: “En mis viejos libros de poesía/ que solo leo parcialmente/ está una parte de mí/ que también es una parte de ti/ de este poema sobre ti/ que aún estoy escribiendo”. Todos estos años se cierra con una agridulce promesa de continuidad, la de quien se sabe atado a un oficio ingrato y a la vez redentor que lo someterá siempre en la conclusión de cada jornada: “He escrito el poema/ sin desenfado/ y con palabras muy simples/ y eso me condena/ a seguir escribiendo”.