Llegó a la semiótica guiado por profesores como Juan Carlos Godenzzi, Guillermo Dañino y Desiderio Blanco. Eran los años 70 y Óscar Quezada Macchiavello quedó deslumbrado por una disciplina que, en sus palabras, “buscaba fundamentalmente enfocar la comunicación humana desde la perspectiva de la producción de sentido y significación”. Algo que puede parecer complejo, pero que él explica así: “creo que todos sin mayor jerga podemos percatarnos que en nuestra vida queremos que las cosas tengan sentido y cuando esto pasa, nos sentimos satisfechos. Date cuenta cómo he empleado la palabra sentido desde el punto de vista de sentir, es decir como verbo, y de sentido como sustantivo, como la orientación que tienen las cosas. Y cuando hablamos de significación, hablamos de cómo está articulada esa materia prima que es el sentido. Entonces, la semiótica es esa disciplina que en el mundo de la comunicación hace mucha falta porque no la enfoca solo en la perspectiva de un emisor que transmite señales a un receptor, sino nos hace entrar de lleno en la perspectiva de las ciencias humanas, pues se trata de la presencia de un enunciador y de enunciatario, dicho en términos sencillos de alguien que hace saber y creer y de alguien que decide creer y saber”.
Y en esa línea, Quezada reúne en Ensayos semióticos un conjunto de textos que abordan los temas que siempre le han interesado: la teoría semiótica, los mitos andinos y los cuentos de escritores como Borges, Arguedas, Ribeyro, además de la poesía de César Vallejo. Conversamos con el autor sobre estos temas y la vigencia de la semiótica en el mundo contemporáneo.
- Usted mencionó el término sentido y me parece interesante esa palabra en un mundo actual bombardeado por múltiples mensajes, pero sin dirección específica.
Es que el sentido es algo muy frágil, algo que se hace y se deshace, es como un flujo, nunca está donde estamos sino donde vamos. Y en ese orden de reflexión, el ser humano siempre está construyendo sentido, a pesar de su insignificancia frente al universo, el tedio y la rutina que van vaciando de sentido la existencia. Siempre con Desiderio (Blanco) recordábamos una frase de Paul Valéry, quien decía que el mundo se conserva por los moderados y cambia por los extremos. Es decir, se conserva por quienes adquieren y sostienen el sentido de las cosas y prácticas, pero cambia cuando estas se vuelven absurdas, cuando pierden sentido o cuando el sentimiento de insignifcancia nos satura.
- ¿Cuál ha sido su relación con los autores que toca en el libro?
Son autores que han marcado mis gustos literarios e inquietudes como estudioso de lo humano, de lo social. Borges, con ese relato circular (se refiere a “Un sueño”), construye una metáfora del literato, quien está en el centro de una obra sin saber nunca lo que ella puede dar a pensar. Ese relato también es una metáfora de lo que decía el taoísmo, por más que uno viaje, uno no se mueve nunca de su lugar. Es decir, cuando uno quiere buscar la riqueza o el sentido fuera de sí mismo, se da cuenta que ya lo tiene en su interior. Los relatos de Borges son modelos figurativos de razonamiento y siempre me han inquietado. Lo de Arguedas (el análisis de “El sueño del pongo”) se dio a raíz de una inquietud que teníamos los profesores de semiótica, sobre todo cuando comenzamos a darnos cuenta de que los sueños son mitos privados, íntimos. Es decir, los sueños son mitos privados y los mitos son sueños públicos, colectivos, y ambos son los dos lados de una misma realidad. Si te das cuenta la figura del sueño cruza casi todo el libro, desde los cuentos de Borges y Arguedas, las ensoñaciones de Alfonso Cisneros Cox y el relato de Ribeyro (“El banquete”) sobre este político que sueña con tener un ferrocarril en sus tierras y ser embajador en Europa. Quizás la única excepción sea el poema “Los herados negros” de Vallejo.
- Quería centrarme en los relatos de Borges y Arguedas. En el primero, dice, se alude al eterno retorno y en el segundo hay una subversión simbólica. Me gustaría que explique estas relaciones.
En el caso del relato de Borges, sueñas contigo mismo, pero no te reconoces. No sabes qué has dicho, qué has hecho. Has escrito algo, pero no tienes acceso a tu escritura. Es un sueño íntimo. En el caso de Arguedas, no. El pongo es un personaje con una resonancia sociohistórica que representa al explotado y si te das cuenta, él sí reconoce su sueño como suyo, y no solo eso, el relato es tan exquisito que el patrón le da la palabra y ya no la recupera. El patrón queda en la posición del que escucha y se deja encantar por la palabra del pongo y a través de ella el pongo realiza la utopía. Lo que decía Roland Barthes “cuando tú realizas la utopía esta deja de serlo”. Y el mediador, ¿quién es? Es el padre Francisco, el tayta, un personaje mitico-religioso que representa a la cosmovisión sometida que hace justicia. Y hace justicia porque embadurna al patrón de miel y al pongo de excremento, y en ese momento el patrón siente que la justicia divina es coherente con la terrenal, el patrón dice: “caramba, Francisco está haciendo justicia, yo soy la luz, el brillo, la dulzura, y él es lo desechable”, pero en la orden “lámanse”, se produce el cortocircuito, y además es un lámanse por toda la eternidad.
- Al comentar el Manuscrito de Huarochirí afirma que hay dos semiósferas enfrentadas en el Perú. ¿No cree que ese es uno de los problemas de fondo que tenemos como nación?
El Perú vive esa tensión entre dos recorridos que tienen una diferencia potencial. El recorrido que niega lo aborigen para afirmar lo cristiano, y el recorrido que niega lo cristiano para afirmar lo originario, pero el mito del Manuscrito es complejo. Es complejo en tanto no se queda en esa doble negación, en ese estado neutro, sino más bien apunta hacia qué es lo cristiano y lo andino, o lo andino y lo cristiano. En ese primer momento de la extirpación de idolatrías, La estrategia de los evangelizadores fue identificar las religiones indígenas con el demonio, pues de ese modo les quitaban pureza, pero al hacerlo terminaron mezclándolas con lo cristiano. Meten al demonio en el pensamiento indígena, y el indio comienza a temerle, y el evangelizador lo convence de que está confundido por el demonio y de que la verdadera fuerza vital la tiene el tayta Cristo, el wiracocha de los blancos. Date cuenta cómo ya no puedes evitar la mezcla, ya no hay pureza. Pero no se entenderían los mitos de Huarochirí sin el concepto de camac, que es la fuerza vital andina, entonces la lucha en el Perú hasta el día de hoy es la lucha por ver cuál es la fuerza que nos vitaliza, que nos da vida.
- Y la semiótica en sus cuadros saca a relucir esa medición de fuerzas
Esa tensión, ¿no? Yo niego lo occidental, niego lo blanco; ahora si quieres politízalo y se puede decir niego a los capitalistas para afirmar lo propio, lo comunal, la cultura andina, la cooperación… Esa tensión está presente en el conflicto de Las Bambas, por ejemplo, cuando unos defienden su tierra, sus formas de vida, y otros la explotación de la tierra, que ya no es vista como una mamá, sino como un objeto inerte al cual hay que sacarle las riquezas. Poco a poco, la semiótica que empezó siendo la ciencia de los signos terminó siendo el proyecto con vocación científica de las formas de vida, de cómo estas envuelven estrategias y estas a su vez prácticas y de cómo las prácticas envuelven objetos, signos y enunciados.
- Habla del caso las Bambas, pero en el libro toca el caso Lucchetti, este conflicto entre empresa y medio ambiente, entre quienes querían levantar una fábrica en Chorrillos y quienes defendían los Pantanos de Villa…
Claro, la pasión de la conservación. Yo te hablaba de los cuidadores del sentido. La pasión de la conservación tiene que ver con los que asocian el sentido a los procesos naturales, a dejar ser a la tierra, a dejar ser al cielo como son. Mientras que los industriales, en la medida, habría que subrayar, que no respeten los procesos naturales, hablo de la industria minera también, van a estar en permanente conflicto con los que sí los respetan.
- Finalmente, afirma que el poema “Los heraldos negros” es un disangelio, ¿a qué se refiere?
Por contraste del evangelio que salva, el disangelio condena al dolor, al golpe y a la muerte…
- Existen muchos elementos religiosos, cristianos, en la poética de Vallejo
En todos Los heraldos negros y en Poemas humanos… ese sería un trabajo que faltaría hacer, ver cómo está sembrada la poética de Vallejo de figuras evangélicas, cristianas, pero siempre con una ironía, con una vocación de pena, en el verdadero sentido de la palabra, de pena por lo que no sirvió o por lo que nos quisieron hacer creer.
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