Marco Martos (Piura, 29 de noviembre 1942) tiene a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y a Facultad de Letras tatuados en el corazón. Es su segunda patria, y en ella ha vivido todo aquello que hace que la vida valga: estudió, escribió, conoció a sus amigos, enseñó. Aún aún enseña, pero ahora de forma virtual, como manda la pandemia.
Al poeta de la generación del 60 conocido, entre otras cosas, por publicar sus poemas en Facebook no le fue difícil ingresar pronto al mundo de las reuniones por Zoom y Google Meets. “Recuerdo cuando me vi obligado a aprender a usar una computadora: eran los años 90 y empecé a trabajar en el Diario Gestión. Me dieron una oficina para mí solo y cuando entré a conocerla me di con la sorpresa que había una computadora que yo no sabía ni prender. Felizmente era jueves y yo empezaba a trabajar el lunes, así que tuve tiempo de aprender a prenderla y a escribir en ella. Ni siquiera aprendí a cortar y pegar, solo a escribir”, recuerda. Y lo cuenta riendo. Desde entonces ha procurado seguirle el paso a la tecnología. Y lo ha conseguido.
Para el también presidente de la Academia Peruana de la Lengua el 2020 es un año duro. Como para todos. Contrasta totalmente con el 2019, año en el que recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Piura y escuchó un poema suyo, probablemente el más famoso, leerse en más de 40 lenguas distintas en el Estadio Nacional a propósito de los Juegos Panamericanos.
¿Cómo nació su poema “El Perú”?
Nació como parte de un proyecto que trabajé con dos buenas amigas, Luisa Pinto y Consuelo Pasco. Escribimos libros para niños de colegio de 1ero a 5to de primaria para la ONG Tarea y Luisa Pinto me dijo: “falta un poema al Perú, uno que enseñe a los niños a querer al país”. Esa fue la frase. Y empecé a buscar; pero buscaba y buscaba y no encontraba uno que se acogiese a esa idea central, por lo que un día lo escribí de golpe. El poema me sorprendió.
¿Le sorprendió también que lo elijan para los Panamericanos?
Sí, fue un gran e inesperado honor, y yo creo que ese honor no lo ha recibido ningún poeta aquí en Perú. El último poeta que recitó en un estadio fue Gustavo Valcárcel, el año 1946; y yo he tenido el honor no solo de que mi poema se lea en un estadio, sino que llegue a millones de personas en distintas lenguas. Recuerdo que el año pasado salía de la Feria del Libro y mucha gente se acercaba a saludarme y a felicitarme. Y esto ha tenido un efecto multiplicador que no se acaba, pues muy seguido me escriben personas a decirme que les gustó tal poema a partir de esa presentación. Y bueno, el poema está también en varias embajadas del Perú en el extranjero. Es una suerte.
Ha pasado un año de ello y hoy estamos en medio de una pandemia, ¿cómo ve al Perú en este momento?
Esta pandemia, ya lo sabemos, ha desnudado las carencias del Perú. Sobre todo, en salud y educación. Mira: las minas se acaban, el petróleo se acaba. Lo que no se acaba es la inteligencia, la educación. Si hubiéramos sido un pueblo más educado hubiéramos enfrentado mejor la pandemia, con mayor disciplina.
Pero ya sabíamos que éramos un país fragmentado
Sí, pero ahora es conciencia pública. Es primera vez que todos sin excepción que nos damos cuenta de que somos un país fragmentado y no podemos ocultarlo porque la realidad ha explotado en la cara de todos. Ahora vemos que todos estamos conectados. Se está hablando desde los escritorios de la nueva normalidad que no sabemos cómo será, pero tiene que ser más solidaria o no sería nueva.
¿Cree que lo logremos?
Lo espero. Hay un libro de Todorov que se llama La vida en común. Es magnífico. En él dice que los seres humanos somos los únicos con consciencia de la vida y la muerte, pero también de solidaridad. Los seres humanos necesitamos siempre de otro, por eso, salvo los anacoretas o los que se creen autosuficientes, nadie puede vivir sin el otro. Somos seres individuales, pero no somos nada sin el otro el reconocimiento, el aprecio viene del otro. Ahora estoy interesado en saber cómo se manejan las sociedades que están funcionando mejor en esta pandemia y creo que son las nórdicas, que han equilibrado la vida en comunidad con la economía.
Tal vez es la fragmentación la que no nos permite hallar ese equilibrio.
Sí, pero también son las autoridades. Mira, no recuerdo cuando fue la primera vez que vi un metro, tal vez fue en New York. Siempre he sido admirador de los metros y siempre me he preguntado por qué en Lima, en el Perú, nunca hubo uno. ¡Si todos los países desde los años 30 tienen metros! Había que hacerlo. pero qué pena que nadie lo haya pensado o no lo haya pensado con fuerza.
Siempre se dice que nuestra diversidad es nuestra mayor fortaleza y nuestra mayor debilidad, que hace del Perú un país difícil de, digamos, administrar.
En 1979 conversaba con Pablo Macera sobre un ministro que era muy malo. Yo le dije a Macera “parece que en el Perú se escoge siempre a los peores”. Y él me dijo “es que no hay mucho que escoger porque el promedio nacional no es alto”. Yo creo que ahora esa frase es menos cierta pero igual se siguen equivocando.
¿Ha seguido escribiendo en esta pandemia?
Siempre. Yo siempre escribo, pero ha aprovechado la pandemia también para organizar por bloques, lo escrito. Si no se hace ese trabajo no se hace un libro.
Un trabajo necesario, pero que a veces pasa desapercibido o que a veces no se realiza adecuadamente.
Sí, y eso es lamentable. Sin un buen trabajo de selección y edición no sale un buen libro.
Han salido muchos libros malos los últimos años ¿Cree que ahora es más fácil que antes publicar un libro en el Perú?
¿Sabes cuál es el problema? Tiene que ver con la educación en el Perú, En las primeras décadas del siglo XX todos o casi todos los que escribían, escribían bien. No digo escritores, sino cualquier persona: se escribía bien una carta y un volante obrero. En ese tiempo la educación, tanto la primaria como la secundaria, eran muy buenas, el problema es que no eran para todos. Yo todavía alcancé a recibir una muy buena educación en un buen colegio público. Pero no es verdad que esos fueran mejores tiempos, pues, como te digo, esa educación llegaba a unos pocos. Los obreros que tenían educación primaria eran pocos, eran los que estaban en las juntas obreras y en los sindicatos. Pasa el tiempo y en los años 60 se democratiza la educación y llega casi a todo el Perú —menos a la Amazonía, una región que hasta ahora es descuidada en todos los ámbitos—, pero eso significó una baja en la educación. El Estado no pudo manejarlo y hasta ahora no puede. Te digo esto para poner en contexto que antes la gente escribía mejor, los editores tenían más criterio. Antes un libro lo editaba un editor porque le parecía que podía ser bueno. Eso me pasó con Milla Batres. Ahora es cierto que hay algunas editoriales que ven las publicaciones como un negocio. Sin embargo, hay algunas pequeñas editoriales que sí cuidan su material así el poeta pague. A esas hay que ir.
¿Cómo recuerda sus primeras experiencias editoriales, sus primeras publicaciones?
Mi primer libro lo editó Francisco Carrillo el año 65. Cuando lo conocí, él era profesor en San Marcos y yo era un alumno de la PUCP, y él quería sacar una revista que después sería Arawi, por lo que estaba buscando poetas nuevos. Lo conocí por medio de un amigo, y así fue que Carrillo publica un poema mío en Arawi el año 61 y, cuatro años después, mi primer libro a través de su editorial, Biblioteca Universitaria. Luego también me publicó Milla Batres, a quien conocí en casa de Washington Delgado un día que le llevé [a Washington] mis poemas. En 1968, cuando yo vivía en Ayacucho, Milla Batres me escribió diciendo que podía editarme un libro. Eso ya casi no pasa ahora. Un editor ya no busca un autor, es al revés. Eso ha cambiado. Se pierden muchas cosas en ese proceso.
¿Hay alguna publicación suya a la vista?
Sí, sí. Se va a recuperar mi libro Cuaderno de quejas y contentamientos, que fue publicado en 1969 y que fue con el que gané el Premio Nacional de Poesía. Se publicará en formato virtual, en e-book. No sé bien aún cómo es eso, pero aprenderé.
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