El más reciente libro de Mario Montalbetti (Lima, 1953), “El más crudo invierno. Notas a un poema de Blanca Varela”, es una reflexión de cerca de 100 páginas centrada en el tercer poema de “Concierto animal”. Sin embargo, en ningún momento intenta explicar de qué ‘se trata’ el poema. Nos reunimos en el local del FCE de la calle Berlín (que lleva el nombre de Varela) para, entre otras cosas, averiguar por qué.
En el ensayo señalas que el tercer poema de Concierto animal “es un poema que es como un poema”. Es un poema que es como un poema, y tiene una serie de pistas sobre eso. Uno, está estructurado sobre la base de una comparación (mi cabeza como una gran canasta); y dos, produce un lugar común de ‘lo poético’, el más crudo invierno, como una indicación de que, si quieres hacer un poema, deberías escribir algo como eso. Y al mismo tiempo no, porque incluye Varela una agramaticalidad, “la no mía cabeza”. Creo que este poema reúne estas tres cosas (el símil, la agramaticalidad y el ripio del lugar común) y los pone al servicio de esta otra construcción del poema que quiere parecerse a sí mismo.
¿Qué hace posible que surja un poema tan consciente de su propia condición?Esta especie de cuestionamiento del poema como tal se explica solamente en los últimos 200 años o inclusive menos, y tiene que ver con que el poeta comienza a perder fe en el lenguaje. Hay dos tipos de escritores: uno que cree en el lenguaje, que puede agarrarlo del pescuezo, retorcerlo y hacerlo decir lo que se quiere; y otro que cree que en el fondo el lenguaje está hablando a través suyo.
No te interesa la poesía que mantiene esa fe en el lenguaje, ni como poeta ni como ensayista.No la practico, pero admiro esos ejercicios. Hay muchos poetas que la tienen y a mí me resultan fascinantes por esta especie de… —ingenuidad es una palabra demasiado dura— fe de que, en efecto, “yo puedo hacerle decir cosas al lenguaje”. ¡Y lo consiguen! Watanabe es un caso de esos, Cisneros también. En general, la mayoría de los grandes poetas tienen fe en el lenguaje. Pero hay otros… uno de los casos más claros es Arguedas. Arguedas como poeta pierde fe en el lenguaje. Y como escritor también. El Arguedas inicial tiene fe. El final, el que escribe “Los zorros” y los poemas, es un caso típico de alguien que ha perdido la fe.
¿Cómo proceder frente a un poema?Leerlo y ver si hay algo que te llama la atención, y seguirlo. Pero el poema no es una adivinanza. Hay que ver hasta dónde lo puedes llevar. Es como jugar a la patadita en fútbol: el asunto es que no se caiga la pelota. El ejemplo de la patadita es buenazo porque no se juega metiendo goles. Se juega contándolas: “Yo la tengo en suspensión por 48 pataditas, tú la tienes por 23, gané”. Yo agarré un poema y escribí cien páginas de pataditas y lo dejé ahí porque me cansé. No hay finalidad, hay fin, y hay fin solamente porque lo dejas. Creo que esa es la actitud que deberíamos tener con los poemas cuando los leemos. Para mí la labor más interesante del crítico es impedir que tú puedas decir: “Ah, el poema va sobre esto”. Si el crítico puede ayudarte a mantener el poema en el plano de las indagaciones, de las intrigas, habrá hecho su misión.
Hace poco dijiste que la novela contemporánea te parece fácil y aburrida, pero también que hay otras a las que siempre vuelves.A “Moby Dick” regreso con frecuencia, probablemente sea la novela que más he releído. Y regreso por esto mismo que encuentro en los poemas: hay lenguaje que está siendo trabajado de una manera distinta y nueva.
Lamentablemente ha fallecido el poeta Rodolfo Hinostroza. ¿Cómo fue tu relación con él?Rodolfo fue muy importante para mi generación. El punto de referencia para nosotros siempre fue la del sesenta, y ahí había dos pilares: Cisneros e Hinostroza. Hinostroza tiene dos libros que son fundamentales: “Consejero del lobo” y “Contra natura”. Cisneros produjo muchos más imitadores. Lo de Hinostroza era más difícil, pero todo el mundo reconocía que había ahí algo que era sumamente importante. Después de producir “Contra natura”, casi no publicó nada de poesía, salvo una cosa que todo el mundo debería leer y releer más: el poema “Nudo borromeo”.
¿Y a nivel personal?Un gran tipo, conversábamos de vez en cuando. Una vez me llamó y me dijo: “Mario, vamos a tomar un café”. Me quería hablar sobre la Guggenheim que había ganado y sobre un proyecto que tenía, medio extraño. Nos sentamos e Hinostroza pidió un brioche. La chica viene con el brioche, se lo deja, y era básicamente un cachito. Entonces Hinostroza protesta, y dice: “’Eñorita, esto no es un brioche, es un cachito”. Y la chica le responde algo maravilloso: “Acá le llamamos brioche”. ¿Te imaginas? Vas a un restaurante, pides un lomo saltado, te traen un cebiche y te dicen: “Acá le llamamos lomo saltado”. Se quedó con la boca abierta, nos reímos mucho, y siempre decíamos: “Acá lo llamamos brioche”.