Hay dos noticias esta semana que motivan estas preguntas y comentarios. La primera, los resultados de una encuesta de IPSOS sobre motivos de orgullo y vergüenza de los peruanos: la gastronomía aparece en primer puesto como motivo de orgullo. La segunda: acaba de lanzarse la campaña “Mi nombre es Perú. El Perú que imaginamos,” iniciativa del Proyecto Bicentenario de la PCM orientada a la participación y reflexión ciudadana con motivo de los 200 años (2021) del Perú como república.
Mi principal motivación—como filósofa y profesora comprometida con la práctica de filosofía con niños— es que no pase desapercibido el aporte de la filosofía en este contexto, tanto de pandemia como de proximidad a nuestro bicentenario.
En una famosa viñeta Mafalda le pregunta a su papá ¿Qué es la filosofía? Obviamente, no tiene una única respuesta, sino muchas y variadas, y probablemente estas se complementen entre sí. Definir qué es la filosofía constituye todo un problema filosófico. Con humildad y desde mi quehacer como profesora de escuela, comparto lo que suelo resaltar—con mis estudiantes— como conceptos e ideas clave que nos acercan a comprender de qué trata el “hacer filosofía”: preguntar, pensar y dialogar.
La pregunta, duda, curiosidad, perplejidad o problema, es lo que nos motiva – nos mueve—en búsqueda de respuestas, lo que a su vez requiere de nuestra reflexión: que nos detengamos a pensar (el aspecto temporal es importante pues para pensar necesitamos darnos el tiempo). Pensar es poner en diálogo nuestras ideas, intuiciones, imaginación, emociones, recuerdos: todo lo que “sabemos” o creemos saber. El diálogo podría concebirse como la forma en que intentamos completar—así sea de modo preliminar, nunca completo—un rompecabezas.
La filosofía con niños
Lo hermoso y retador del diálogo es que se complejiza y a la vez se potencia, cuando se da no solo de modo subjetivo sino intersubjetivo: entre los pensamientos y sentires de más de una persona.
La filosofía con niños –como programa y propuesta pedagógica—busca desarrollar en las y los niños su pensamiento crítico, creativo y ético. Lo particular de esta propuesta es que considera que para lograr estos objetivos se requiere construir, promover y practicar “comunidades de diálogo,” ya que, aunque el pensar es una tarea que realiza uno mismo (nadie puede pensar por uno), es una tarea colectiva en el sentido que requiere y se nutre del diálogo con otros. De allí que la práctica de la filosofía con niños (FcN) se haga en comunidades de diálogo o comunidades de “investigación filosófica”. ¿Qué se investiga?
Las simples y a la vez grandes preguntas que la práctica de la FcN considera fundamentales y orientadoras de todas las demás son : ¿Qué tipo de persona quiero ser? y ¿En qué tipo de mundo quiero vivir?
Es así que desde la filosofía y la práctica de FcN hemos aportado al proyecto bicentenario, proponiendo traducir o aterrizar estas grandes preguntas filosóficas y existenciales a ¿qué tipo de ciudadano quiero y/o me imagino ser? Y ¿En qué tipo de país/Perú quiero y me imagino vivir/convivir?
Los resultados de este ejercicio, dependerán—por supuesto—de qué tan interesados y comprometidos estemos para hacerlo, qué tan dispuestos y abiertos estemos para pensar, reflexionar y dialogar. Por ello, los resultados del ejercicio, sean los que fueran—no le quitan a la filosofía ni su corazón ni su cuerpo ni su alma. Tampoco le quitan su potencial aporte a que los peruanos, incluidos nuestros niños, nos demos el lujo y el tiempo para realizar un ejercicio vital, que quizá tenga mayor sentido y relevancia que muchas otras actividades en las que invertimos nuestro tiempo, recursos y energía, tan acríticamente—cada día.
Las letras del Perú
En estos tiempos, yo no me quiero llamar Perú con P de patria, sino con P de pensar en preguntas como las de arriba, o sí con P de patria, pero si patria significa querer preguntar qué queremos ser y cómo queremos convivir entre peruanos. No quiero que mi nombre sea Perú con E de ejemplo, sino tal vez con E de la escucha, de que nos podamos escuchar de verdad, con apertura y amor, entre unos y otros. Prefiero llamarme Perú con R de recuerdo y de responsabilidad—que no serán lo mismo pero que en nuestro caso—son inseparables.
No estoy segura de llamarme Perú con U de unión, si la entendemos como eliminar o no reconocer nuestras diferencias—muchas de ellas injustas o producto de la exclusión, discriminación, injusticia. Si tu nombre es Perú ¿qué quisieras que cada letra represente?
Al leer los resultados de la encuesta de Ipsos que indica que el mayor motivo de orgullo de los peruanos es nuestra gastronomía, me inquieta—sino perturba—la pregunta de cómo se traduce eso que nos hace sentir orgullosos en nuestra percepción de lo que somos y de lo que quisiéramos ser. ¿Habrá elementos de lo que entendemos por gastronomía y de lo que nos hace sentirnos orgullosos en relación a ella, que aporten a nuestra reflexión sobre el tipo de peruana que queremos ser y el tipo de país en el que quisiéramos vivir?
Si incluí a Miguel Grau en el título de esta columna es porque en estas fechas también fue su cumpleaños y hay consenso en la ciudadanía de que el comportamiento del “caballero de los mares” ejemplifica varios valores que estimamos como deseables cultivar y practicar en nuestras vidas. ¿Es así? De ser así ¿Cuáles son? ¿Por qué los consideramos valiosos/importantes? ¿Qué requerimos o nos hace falta para ponerlos en práctica?
La mesa de preguntas – desde la filosofía con niños—está servida. Están invitados a probar y a seguir colocando más alimento para el pensamiento y el diálogo. La investigación filosófica puede ser un ejercicio y práctica de todos los que se animen a escuchar, aprender y pensar en comunidad. Desde los más pequeños.