Ha quedado científicamente probado, gracias Universidad de Leicester, que manejar más de dos horas al día te hace más estúpido. La declinación cognitiva comprobada entre los más de medio millón de conductores sometidos al estudio es comparable a la que se da entre fumadores compulsivos y los consumidores de una dieta alimenticia inadecuada. El estrés y la fatiga añadida vienen gratis, haciendo del estúpido al volante un estúpido fatigado.
Este manejo idiotizante es el referido a aquel sujeto al tráfico denso e inmovilizador, horas perdidas en que la actividad cerebral se ralentiza en una suerte de pequeño coma irritante, y donde la conciencia del ser se focaliza en zonas anatómicas primarias: cuello, nalgas, próstata. No hay mucho más que hacer bajo el imperio de la inmovilidad. Puedes meditar, citar las enseñanzas contemplativas de Gisela Valcárcel, pero igual no vas a ninguna parte. El concepto del tiempo se relativiza, y se convierte en una entidad amorfa e inmanejable y definitivamente perdida. La nada con motor.
(Digresión: si es la inactividad cerebral lo que colabora en el proceso de estupidización, pues habría entonces otros escenarios sobre los que habría que estar alertas: hacer colas, salas de espera, interminables reuniones laborales y algunas familiares podrían ser perfectos eventos de idiotización a la vena).
Esta constatación científica de estupidez inducida al volante podría darle algún sentido, por lo menos una explicación, a la recurrente imagen de un camión atrapado en un puente de menor altura que la del vehículo. Es la imagen gráfica de la estupidez automotora. De igual forma hay que ser estúpido para bloquear una intersección sin posibilidad de tránsito, para atropellar a un policía que obliga a detenerse o para arrasar con peatones que se presentan como los eslabones más débiles de una estupidizada cadena alimenticia caníbal.
Lo lamentable es que manejar, en el sentido libérrimo y paisajístico del término, es un placer sicomotor al que el tráfico insulta. La incomparable sensación de controlar un motor de combustión por una carretera despejada es lo que hace que lo importante sea el viaje y no el destino. Principio filosófico de plenitud en movimiento que disfrutan a cabalidad todos los perros que sacan la cabeza por la ventana. Ellos saben.
Una buena o mala noticia adicional es que otro estudio complementario del University College de Londres establece que el uso de un GPS al manejar constituye una cancelación del funcionamiento cerebral ante la tecnología. El hipocampo y el córtex prefrontal entran en reposo cuando las instrucciones robotizadas asumen el espacio de decisión que debería corresponderle al cerebro, invitando a este hacia una cómoda y relajada estupidización tecnológica. Qué diablos. Si es que ser idiota acaba siendo inevitable, mejor serlo tomando todos los atajos posibles.