La etapa de la vida de San Martín que ha suscitado más libros e investigaciones está ligada a su rol como militar y libertador de Argentina, Chile y el Perú. Sin embargo, antes y después de ese período, hay un ser humano que desde niño se forma como militar y participa en África en arriesgadas misiones a la vez que se vuelve un amante de la lectura y los libros. Hay también un hombre reposado que pasa en Francia sus últimos años aprendiendo griego y realizando trabajos manuales para sus nietas. De ese San Martín, más allá del monumento, conversamos con el historiador argentino Felipe Pigna, quien es un gran conocedor de la vida del general nacido en Yapeyú, en 1778.
—¿Cómo un niño nacido en Yapeyú, en un pueblo lejano, en la frontera entre Argentina y Paraguay, se convierte en el libertador de todo un continente? ¿Cómo fueron su niñez y juventud más allá de la leyenda?
Es una historia muy potente la de este niño que nace en Yapeyú, en un territorio que había sido de las misiones jesuíticas y que, en 1778, era ya un territorio real. Su padre, Juan de San Martín, era el teniente gobernador de esta zona, y ahí José pasará cuatro o cinco años de su infancia con una niñera guaraní, Rosa Guarú, de la que tendrá siempre recuerdos; luego, pasará un año en Buenos Aires hasta que, finalmente, al padre lo destinan nuevamente a España y ahí comienza otra historia particular de José. Él, como todos los varones de la familia, también se incorporará a la milicia, al regimiento de Murcia, que tenía como misión controlar los territorios españoles en África. Así, a los 11 años, San Martín entra a la milicia y es llevado a la zona de la actual Argelia, de Marruecos, donde va a tener sus primeros combates, francamente, muy temerarios. Se encarga de los explosivos y tiene sus primeras acciones destacadas, que le valdrán condecoraciones y ascensos hasta llegar a los 15 años con el grado de capitán y teniendo bajo su mando a bisoños guerreros mayores que él, obviamente.
—Hoy resulta sorprendente que un niño de 11 años pueda entrar al Ejército y participar en acciones. ¿Era normal en esa época?
Hay que tener en cuenta que el promedio de vida era más bajo: todo empezaba antes. La gente se casaba más joven, y los niños comenzaban a ser adultos antes también. De alguna manera, en aquel mundo de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, la incorporación de niños a la milicia era muy común a partir de los 11 o 12 años… Josecito, podemos decir, se lo toma muy en serio y va escalando posiciones a partir de acciones de coraje, como atravesar las líneas berebere durante más de un kilómetro y medio entre explosivos e ir desactivando minas colocadas por el enemigo, cosas que lo hacen un oficial muy respetado, a la vez que va empezando a formarse intelectualmente. Eso hace a San Martín distinto de los militares en general. Él es un gran lector: arma una biblioteca interesante y variada, en la que había clásicos griegos, filósofos de la revolución y también obras sobre ingeniería, tácticas militares, relojería, ebanistería, agricultura hogareña, cosas que le fascinaban. Era —a mí me gusta decirlo— un hombre renacentista, de múltiples intereses, de una gran curiosidad.
—¿Cómo este joven que se desarrolla en las guerras contra Napoleón, donde aprende tácticas de guerrillas, se convierte en el hombre que quiere liberar América?
Primero, él ingresa a un ejército español muy dividido políticamente entre absolutistas y liberales. Él claramente está entre los liberales. En ese momento, la palabra liberal quería decir ‘revolucionario’; es decir, estaba de lado de la Revolución francesa, de los principios de igualdad, libertad, fraternidad y, dentro de ese contexto, ingresa en 1808 a una logia de americanos en Cádiz que se plantean volver a sus países de origen a combatir por la libertad cuando estén dadas las condiciones. San Martín entendía que la lucha por la libertad se podía dar tanto en Europa como en América. En ese contexto, se siente traicionado por Napoleón, a quien había considerado un hombre admirable, pero ya en 1804, cuando se autoproclama emperador y empieza una regresión hacia los principios absolutistas, entiende que hay una traición. Por lo tanto, la batalla contra Napoleón tenía sentido, más allá del rey por el que se estaba luchando. Es entonces que, producidos los primeros conatos independentistas en América, él decide armar una treta curiosa: decir que tiene un pariente en el Perú y que va a ir a visitarlo. Afortunadamente para nosotros, le creen sin saber que le estaban dando pase libre a la persona que iba a ser su gran pesadilla por casi diez años.
—En Buenos Aires, comienza a formar redes. Y, previamente, había juntado a estos criollos liberales que van a ser el soporte ideológico y también material de la revolución.
Completamente. Ahí está el contacto con O’Higgins, con Bolívar y, a partir de entonces, su plan será continental. También va a ir conociendo gente nueva, como Belgrano, que es un patriota muy importante, un hombre de gran experiencia en la economía con planteos muy revolucionarios que lo sorprenden y provocan una profunda admiración. A Belgrano le cuenta sus planes, que son distintos de los del gobierno central [de Buenos Aires], que insistía en llegar al Perú por Bolivia. San Martín decía que él tenía otro plan, que era cruzar a Chile e ir por barco al Perú, como terminó ocurriendo. Pero, para llegar a eso, había que luchar, organizar un regimiento base, que fue el Regimiento de Granaderos a Caballo que él arma en Buenos Aires y así obtiene su primer triunfo en San Lorenzo, una batalla que lo posiciona muy bien políticamente porque logra derrotar a los españoles en una acción relámpago. Fíjate que es un combate que dura 15 minutos, realmente electrizante y categórico, sobre un enemigo que era superior en número y armamento.
—En Lima, San Martín fundó la Biblioteca Nacional y se sabe que era un gran lector, iba siempre con una biblioteca ambulante…
Tenía una biblioteca de unos quinientos volúmenes que transportó de España a Londres, de Londres a Buenos Aires, de Buenos Aires a Mendoza, y de Mendoza a Chile. En Mendoza, creó la Biblioteca de Mendoza donando parte de su biblioteca y, en Chile, hizo otro tanto con los 10.000 pesos que le donó el Gobierno chileno por los triunfos de Maipú y Chacabuco. Él los usó para inaugurar la Biblioteca de Santiago, donde dice una frase maravillosa: “Los días de inauguración de bibliotecas son tan felices para los amantes de la libertad como tristes para los tiranos”. En Lima, funda la Biblioteca de Lima, dona toda su biblioteca personal, pero con un detalle particular: la funda donde funcionaba antes la Inquisición, aquella deplorable institución donde se quemaban libros y se torturaba a personas. Es un símbolo inequívoco de lo que San Martín quería decir con esa acción. También fomenta el teatro, la división de poderes, la prohibición de allanamiento sin orden judicial, el cuidado de las ruinas arqueológicas, impulsa la publicación de los Comentarios reales de Garcilaso. Hizo una obra tan importante en tan poco tiempo que, por supuesto, le va a traer muchos enemigos entre el poder colonial y también de algunos criollos que no veían con buenos ojos a este intruso.
—Desde lo humano, ¿cómo definiría a San Martín?
Yo creo que hay una cosa muy linda que le dice a O’Higgins en una de sus últimas cartas. Le dice que está estudiando griego junto con su hija y que ha descubierto una hermosa palabra, empatía, que quiere decir ‘ponerse en el lugar del otro’, algo que él hizo toda su vida. Era un hombre con una gran capacidad para entender lo que le pasaba al último de sus soldados, al punto de que su médico personal, el doctor Zapata, le decía: “¿Cuándo se va a encargar un poco de usted?”. Fue una persona de enorme humanidad, cosa que luego se verá en su rol de abuelo, en Francia, leyéndoles cuentos a sus nietas, haciéndoles muebles para sus muñecas, en una especie de reposo del guerrero que no abandona nunca el interés por lo que pasaba en el Perú y en Argentina, dos países que adoraba, algo que se ve en su correspondencia con Castilla, con Rosas. Fue una persona atenta y sensible a la situación de los demás.
El político
“Hay una etapa que se saltea a veces en los relatos y tiene que ver con los tres años en que fue gobernador de la provincia de Cuyo, en Mendoza, provincia limítrofe con Chile, desde donde prepara el cruce de los Andes. Debe considerarse un detalle muy importante: el plan original del cruce de los Andes era con un gobierno amigo del otro lado, es decir, un gobierno patriota en Chile, pero, cuando San Martín llega a Mendoza, a los pocos meses, Chile vuelve a caer en manos españolas.
Ahí tiene dos problemas muy grandes: primero, replantear la operación militar como una acción ofensiva, de invasión y, segundo, modificar la economía mendocina que vivía de la exportación de ganado y que se cortó con la caída de Chile en manos españolas. En tres años, modifica la estructura económica y social de Mendoza, se ocupa de la educación popular, de la salud pública, de consolidar a esta provincia como productora de vino. Es un gobernador muy activo. Además, prepara esa hazaña increíble que fue el cruce de los Andes, una operación militar impecable con seis columnas divididas en mil kilómetros de distancia” (Felipe Pigna).