La feminización de la primera palabra del título del poemario nos da la primera pista de su contenido. Esta particularidad, cuenta la autora, surge por una equivocación. Mientras Juliane Angeles (Lima, 1986) guardaba el archivo para enviárselo a su editor, en lugar de poner Un animal en mí, puso Una animal en mí. A partir de esto surge todo el sentido de transgresión que tiene el libro.
“En el primer poema hay una mujer que se eleva en el aire y transgrede la ley de la gravedad; en el poema siguiente también se busca proponer otra mirada a partir de una cebolla que crece y quiere irrumpir el techo. Lo que al principio fue una equivocación, era algo muy propio del libro que en un primer proceso yo no lo estaba viendo. Supongo que sucede con todos los que escribimos un libro, éste no está desde el inicio pensado; es decir, yo no me desperté un día y dije el libro se va a llamar así, va a tener tantos poemas. Es un proceso”, nos dice.
¿Cómo se gestó el libro, y qué diferencias hay respecto de tu libro previo?
En cuanto a la temática, al inicio tenía que ver con la escritura, porque cuando apunto el título lo hago inmediatamente después de ver una entrevista que le hacen a la poeta Chantal Maillard, ella dice: yo siento que hay un animal en mí cuando escribo. En un principio yo trabajaba la animalidad desde la escritura, como en el poema Mi enfermedad en el cual hay un proceso muy similar a la tos en el que finalmente se expulsa un poema. Hay una violencia en la gestación del poema; y en ese sentido podría pensar también en el poema como un animal. Puedo vincular esto con el hecho de ser mujer. Lo femenino históricamente ha estado en esa posición, eso animal que hay que domesticar, que hay que encerrar, algo secundario, doblegado.
En el poema Consecuencias del movimiento hay un verso que dice “siempre luchando contra lo que me enseñaron”, y en general el poemario está atravesado por una idea de liberación (el poema Crianza es una metáfora de esto). ¿Crees que todos los seres humanos luchamos contra los paradigmas de nuestra crianza o es un asunto que atañe más a la mujer?
Creo que atañe tanto a hombre como mujer. Yo he tenido una crianza muy tradicional pero también existen hombres con una crianza muy marcada por la masculinidad, sobre todo en un país muy machista como el nuestro. Es innegable que en mayor medida ha afectado a las mujeres.
Pero en el poemario no se siente una actitud renegada de la crianza, sino que es asimilada y pensada para la mejora. No es “lo hicieron todo mal” sino “esto es lo mejor que pudieron darme, pero creo que hay más”.
Allí aparece la vinculación con lo vegetativo entendido como algo que está vivo, pero no en movimiento. Esta ausencia de movimiento parece una existencia en un segundo plano, pero por dentro está en ebullición. Vuelvo a la idea de la cebolla, es una existencia que por alguna razón ajena a ella sigue en el verdulero; sin ser una existencia radical, resiste y crece en silencio.
En el poema Vivo únicamente a través del pensamiento escribes: “Cómo fui a parar en este cuerpo, un cuerpo que no responde a su cabeza, / un cuerpo que prefiere estar tendido, un cuerpo del siglo XXI”. En ese verso anida la profunda extrañeza de la vida, ¿crees que el mundo se nos va haciendo cada vez más ajeno a algunas personas o siempre ha sido así y uno va tomando conciencia de ello?
Creo que lo segundo. Esta crisis de salud mundial nos ha hecho ver esta extrañeza de lo que ocurre alrededor y en nosotros mismos. Escribir este poemario en pandemia ha sido para mí una especie de resistencia, lo cual es una forma de transgredir lo que está ahí. Esta extrañeza nos hace preguntarnos qué es lo humano. Hay una idea de que la juventud es muy vertiginosa, como si los jóvenes estuviéramos siempre en ebullición, pero yo particularmente no me siento así; quiero escaparme de la rapidez con la que ocurren las cosas; como esa quietud aparente que vemos en una planta, que no significa indiferencia sino un espacio para mirar nuestras propias extrañezas.
El poema Ópera prima es una delicada interpelación a la simbología de la sangre que fluye del cuerpo femenino, sea esta por menstruación o por ruptura del himen en el primer acto sexual. ¿Cuán desfigurados están ambos asuntos en nuestra sociedad occidental?
Todavía siento que sobre esos temas hay mucho rechazo, son temas que se tratan bajo la alfombra; hay pudor. Obviamente las feministas traen esos temas a la mesa para que no sean vistos como un tabú. Lo que intento en ese poema es descartar la existencia de la blancura. En nuestra sociedad se ha instalado la dualidad de la mujer pura versus lo opuesto. Muchas mujeres hemos crecido con esta imagen: o eres inmaculada o eres puta. No hay un intermedio. Este es un tema que las propias mujeres debemos discutirlo. Siento que todo el tiempo nos están diciendo tienes que ser de esta manera para ser respetada, para ser visible, para ser tratada decentemente; tantas configuraciones que hay con las que yo no comulgo.
Me parece que la discusión ahora ha dado una vuelta de tuerca y se ha replanteado: o eres feminista o estás podrida por la educación patriarcal que has tenido. Pero tampoco hay un punto intermedio.
Para mí es muy complejo. Uno no se levanta un día y dice: okey, soy feminista. Para mí ha sido un proceso y lo sigue siendo. Es un tema de deshacerme de mis propios prejuicios, de cómo veía a las mujeres antes y cómo sentía que me veían a mí también. En las redes se siente mucho esa polarización que tú dices.
¿Te pones la etiqueta feminista?
No es que lo coloque en las redes sociales, pero sí me siento feminista; sin embargo, no pretendo señalar a nadie porque justamente entiendo mi propio proceso. Es también el hecho de ponerse en el lado del otro, ser empática. Trato de entender a las mujeres que no se incluyen. Incluso muchas mujeres antes de ser llamadas feministas ya lo eran, o ya lo son.
Otra idea que recorre el libro es aquella que reflexiona sobre la poesía en sí misma. El poema Si una puerta se cierra… termina con el verso “el poema es acaso la otra puerta que se abre”. En Imitación escribes: “Ya no me preocupan los que se sientan a mi mesa a imitar el lenguaje de los cuchillos” porque “la poesía me previene contra todo lo que brilla”. ¿Qué inmunidad puede esperar aquel que se acerca a la poesía?
No sé si inmunidad. Yo me resisto a pensar en que el poeta es alguien distinto. Pienso sí que los que estamos cerca de la poesía encontramos algo de resistencia. La poesía te pregunta y te dice; no es una inspiración como románticamente se cree. Es un espacio que te sostiene de lo que ocurre alrededor. En mi caso he pensado que los libros a los que acudo como lectora me han dado esa resistencia. Sé que no solo la lectura te puede generar eso, también puede ser una película.
Se dialoga en el poemario con Simone Weil, Blanca Varela y Maria Emilia Cornejo. ¿Qué otros referentes tuviste presente para escribir el poemario? ¿Crees que las escritoras ya han encontrado el lugar merecido dentro del panorama literario? ¿Qué referentes varones tienes?
Siempre ha habido mujeres escribiendo, simplemente ahora reciben esa visibilidad que antes no tenían. Incluso escribían, pero no eran publicadas. Sobre poetas varones, hay varios que leo mucho como Jorge Eduardo Eielson, por ejemplo, su libro Noche oscura del cuerpo. Allí vemos que no solo las mujeres hablamos del cuerpo, porque a las mujeres nos han vinculado siempre con ser el cuerpo. También leo mucho a Washington Delgado, me gusta el argentino Juan Gelman, el chileno Raúl Zurita y Cesar Vallejo.
Finalmente, mención a aparte para la edición del libro.
Sí. He sentido un acompañamiento real en el proceso de edición. Arturo Higa, el editor, y yo hemos trabajado bastante. Le dije que el libro está como me lo imaginaba. El trabajo de diseño ha sido genial. Deseo ahora que este libro encuentre sus lectores.