Luis Fernando Cañola ( Chiclayo, 1947 ) fue parte de la facción chiclayana de Hora Zero e integrante de la antología capital que sobre dicho movimiento literario hiciera el poeta Tulio Mora: Los broches mayores del sonido. “Mi primera publicación fue en abril de 1970 con Hora Zero. Sacamos una revista modesta en Chiclayo, a mimeógrafo y en papel bulky, gracias a que Juan Ramírez Ruiz, Jorge Pimentel y Enrique Verástegui estuvieron aquí. Pero, al poco tiempo de esa publicación, el grupo chiclayano se disgregó”, cuenta como preludio a la entrevista realizada a propósito de la publicación de Soliviantando deseos y otros motivos, una edición de autor que constituye su quinto trabajo poético. En él reúne poemas sobre el amor, la gratitud, la muerte y el inconformismo social.
Soliviantando Deseos y Otros Motivos inicia con un poema a Chiclayo, ciudad en la que ha vivido siempre. Escribe usted: “Esta ciudad / que aprendí a comprender / amándola (…) ahora me echa de sí / como una madre salvaje” ¿Qué convierte en caótica una ciudad idílica?
Siento que con el paso de los años Chiclayo me ha ido mostrando su ajenidad, deja de ser poco a poco la ciudad de mi juventud; pero hay que tener conciencia de que vienen nuevas generaciones que sí van a estar adaptadas a esta realidad. Sin embargo, la ciudad ha crecido de manera hiperbólica y sin planificación, vivimos en una ingobernabilidad; las áreas de cultivo se han ido perdiendo y el cemento sigue prosperando de forma desordenada. Hay mucha dejadez. El hecho de que esta sea la ciudad de la amistad, no debe mal interpretarse con que seamos una población exacerbadamente pasiva. Además, el asunto de que tengamos ex autoridades en la cárcel denota que la podredumbre moral acecha constantemente. La gente solo cuida su espacio vital, su casa, y no entiende que su casa mayor es toda la ciudad.
Ofrenda, forma parte de un grupo de poemas que acunan insurrección. Dice un verso: “Ciudades que agonizan de muerte mortal, / ¡levántense!”. En Yo, culpable escribe: “Cómo me dueles, / cómo me dueles, país. / ¿Quién llenó tu casa de miserables?” ¿Cuánto queda del inconformismo de Hora Zero? ¿Cuál es el balance de ese movimiento que usted integró?
Una de las proclamas de Hora Zero era algo así como: nos han entregado una desgracia de país para poetizarlo. Pero lo que hermanaba al movimiento era la necesidad de replantear las cosas. Con la primera publicación aquí en Chiclayo tuvimos roces con nuestros maestros y amigos, pero teníamos que decir lo que sentíamos, tal vez irresponsablemente, pero con mucha seriedad. Si no hubiera existido Hora Zero yo hubiera tenido la misma actitud; la actitud crítica me pertenece a mí. Pero dentro del movimiento había una temática variada, porque al momento de escribir uno ejerce con mayor fuerza y nitidez su libertad, no está sujeto a directrices.
Además de la voz de protesta que marca el libro, hay un importante espacio para la gratitud: a la familia, a los que partieron, a la vida en sí. El politólogo Michael J. Sandel dice que la gratitud, junto a la humildad, son la base del bien común, ¿Cuán común es la gratitud en estos tiempos?
Creo que una persona que no tiene gratitud ha perdido una parte de su alma. A veces yo he escuchado decir: no te lo agradezco porque lo hiciste sin que te lo pidiera; y digo, pero qué estoy escuchando; si lo hice sin que me lo pidieras es porque sé lo que cuesta pedir, eso debería ser más revalorado aún. La gratitud resulta ser algo menos común cada vez, pero eso también es problema del sistema educativo; hay cosas que en el hogar se aprenden, pero se consolidan en la escuela. Hay una interrelación entre hogar y escuela. Antes, cuando había una discrepancia entre condiscípulos, eso se arreglaba de manera caballeresca; si no se podía resolver verbalmente se peleaba a puño, pero el que caía podía levantarse. Ahora veo que no se trata de vencer sino de destruir. Ya no hay adversarios sino enemigos. No estamos capacitados para vivir en discrepancia.
El yo poético en buena parte del libro se aferra a Dios para soportar los embates perturbadores de la realidad cotidiana: la miseria, el abatimiento, la injusticia. ¿Sigue siendo la fe un pilar confiable para el hombre del siglo XXI?
La fe bien entendida, la fe que no se aparta de la razón; la fe ciega lleva al fanatismo político o religioso. Gran parte de las jerarquías de las religiones son las que han desviado el camino hacia Dios. El sacerdote que viola a un niño o niña, quebranta aquello por lo que ha mostrado entrega, entonces es el primero en no creer en Dios. Otra cosa que me molesta es el elogio de la pobreza que hace la iglesia, cuando ella misma es una institución que tal vez no habría llegado al siglo XXI sin atesorar patrimonios cuantiosos. El hombre debe quedar librado de las castas religiosas y tener una comunicación sin intermediarios con Dios. Sin embargo, yo respeto los templos porque allí se ha congregado el dolor humano por centurias.
Escribe usted en el poema Estoy triste: “Ya no soy yo. / Soy solo un cúmulo de recuerdos / que me sujetan a esta silla”. ¿Cómo obra el tiempo sobre el ser humano hasta trocarlo en un continente de recuerdos? ¿Llega un momento en que las personas somos lo que recordamos?
Cuando uno llega a una edad en que las vivencias no tienen la misma intensidad que en la juventud, una forma de sostenerse en la vida es el retornar al pasado; y resulta esto gratificante siempre y cuando no vivamos en el pasado. Recurrir a espacios del pasado sin dejar de vivir el presente. ¿Qué pasa si los recuerdos se borran en una persona adulta? ¿esa persona qué cosa es? Solamente un casco, todo lo que le daba individualidad ya se esfumó.
La figura del amor como acto de resistencia a la muerte aparece en el poema Éxtasis, que forma parte del grupo de poemas amorosos ¿Sigue siendo el amor el sumo acto de rebeldía ante la finitud?
Totalmente, y pienso que el morir es un gesto de ternura, un aceptar que llega el tiempo de nuevas generaciones.
Eso me llama a otra pregunta. En el poema Muerte, usted habla con ella y le dice: “¿Cuántas veces habrás pasado por mi lado, / rozándome? / ¿Cuántas veces me aguardaste / y fui yo el que no llegó a tiempo?”. ¿Siente usted que con la pandemia la muerte nos ha mostrado un nuevo rostro? o ¿ha cambiado nuestra percepción sobre ella?
Siempre he tenido pensamientos recurrentes sobre la muerte. Tenerla presente nos ayuda a disfrutar la vida. Cuando tenía 6 años estaba jugando con otros niños a los cowboys, yo estaba sobre una pared de 3 metros que colindaba con la casa de al lado, y uno de mis amigos me dice: te he disparado varias veces y hasta ahora no mueres; entonces, para hacerle caso, en lugar de caer en un montón de paja que había en mi casa, el cuerpo me vence y caigo a la casa vecina; allí debí morir. Un día, mi esposa, quien le tiene terror a la muerte, se puso muy nerviosa de solo pensar en ella, y yo la abracé y le dije: no te preocupes que yo moriré primero; y ella me contestó: ojalá Dios te escuche (risas). Pero el acontecimiento de la muerte normalmente no se siente con la intensidad con que se está sintiendo en pandemia, yo creo que la percepción de la gente ha cambiado, se ha hecho más sensible y ha dado más valor a cada vida.
En el poema Inspiración escribe: “Nunca olvidaré, / poesía, la inmensidad de la noche / en que liberadora y eterna / diste horizonte a mi vida”. También versa sobre ese poético espacio chiclayano que es la plazuela Elías Aguirre en El árbol de la plazuela ¿Seguían existiendo en Chiclayo esas reuniones de poetas, a veces sin obra, en espacios públicos pre-pandemia?
Para mí la noche siempre vino conjugada con la poesía. En cuanto a la plazuela, es un espacio gratificante y en pleno centro de Chiclayo en el que un grupo de gente de varias generaciones comparte sus poemas; yo comencé a ir desde hace 3 años. Incluso va a editarse una antología de los poetas lambayecanos que se han nombrado como los poetas de la bancada, gracias al financiamiento del Ministerio de Cultura. Ellos dicen: nosotros somos los banqueros, pero no los agiotistas sino los que nos hemos apropiado de tres bancas de la plazuela. Lo importante es que hay continuidad, hay mucha gente asidua, yo sí voy de vez en cuando porque soy friolento, pero ya me compré mi sobre todo para no perderme las reuniones allí una vez que pase la pandemia.
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