El 19 de marzo del año pasado, se reportó el primer muerto por COVID-19 en el Perú, tres días después del primer confinamiento que duró 107 días. Nadie pensaba que esta pandemia iba a traer más de 60 mil fallecidos, según las cuestionadas cifras oficiales, y más de 1′800.000 contagiados. El coronavirus hizo explotar los servicios de salud en todo el país, impotentes para absorber la creciente demanda de camas UCI y oxígeno. A lo largo de ese tiempo, ha sido imposible frenar exitosamente el paso del virus, encontrando en cada esquina ineficiencias de un Estado que acumula años de inoperancia.
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Ya conocemos los efectos dramáticos que se han producido en la economía y la salud de todos los peruanos, que nos colocaban en una situación de emergencia, solo comparable a una guerra. Pero, contra todo lo imaginable, los políticos de todo color político se esmeraron para hacer cada vez más pequeña su mirada y más mezquinas sus decisiones. La catástrofe que mostraban los números era acompañada por quienes se hundían en el propósito de aprovecharse de sus puestos de funcionarios y la alegría de los opositores que querían ganar tribuna ante el creciente paso de los muertos. No hubo ningún intento serio de crear espacios de unidad nacional contra la pandemia. Solo cálculo político, puro y duro.
Las elecciones no hicieron nada más que extender esta práctica, con campañas presenciales que mandaron a la cama a tres candidatos presidenciales, sin contar hasta los contagiados en estos eventos. Solo se escuchó demagogia. Los dos candidatos que libran la competencia en esta segunda vuelta no han cambiado esta dinámica perversa. Es decir, combatir la pandemia no se ha convertido en el tema central y principal de la campaña. Los muertos son solo cifras de la estadística diaria. Se ha normalizado la muerte por coronavirus en el Perú y la irresponsabilidad es su motor.
La organización del debate electoral es una prueba de ello. Un debate no es un mitin, ni un mitin es lo mismo, en medio de la pandemia. La concentración de gente pasó a ser un elemento más de los problemas por superar y no el problema que hay que evitar, por el alto riesgo de contagio. La lucha por el poder no tiene límites. Si aspiran a gobernar, ¿no deben ser los candidatos los primeros en dar el ejemplo de cómo se debe manejar un ciudadano en relación con el coronavirus? ¿Desde cuándo es suficiente colocarse una mascarilla para mostrar que se cuidan y cuidan al entorno? Ofrecer vacunas a diestra y siniestra –teniendo entre allegados a quien han combatido las vacunas–, con propuestas que pretenden abrir toda actividad pública. No hay seriedad en candidatos que hacen sentir que estamos en un mundo distinto al que hoy miles de peruanos padecen y otros tantos lloran a sus muertos. Los candidatos tienen derecho a hacer campaña, pero no tienen derecho a jugar con la vida de millones de peruanos.
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