Presidentes de

mármol, bronce

y concreto

A propósito de polémicos monumentos presidenciales,

un recuerdo de algunos mandatarios perennizados

sobre un pedestal.

Autor JORGE PAREDES

El pasado 8 de julio, en uno de sus últimos actos de gobierno, el presidente Ollanta Humala no tuvo mejor idea que inaugurar su propio monumento en el distrito de Oyolo, provincia de Páucar del Sara Sara, en Ayacucho. La justificación para este insólito alarde de vanidad fue que en este lugar nacieron sus padres y aquí se dio inicio a Pensión 65, uno de los programas sociales más emblemáticos de su gestión. El busto, se dijo,

fue levantado por “iniciativa” de la población.

 

 

 

Ante la incredulidad de todos, debemos decir que este hecho no es aislado en nuestra historia republicana.

Por el contrario, hubo un gobernante que se esforzó

con denuedo por ser eterno encima de un pedestal.

Su nombre era Augusto Bernardino Leguía (1863-1932), quien amparado en los festejos del centenario de la Independencia, encabezó la transformación urbanística de Lima. Entonces, se abrieron arboladas avenidas, se trazaron plazas y se recibieron los obsequios arquitectónicos de las legaciones extranjeras que querían homenajear a la centenaria república. Y, en medio

de todo, estaba la figura del presidente. Según la investigadora Johanna Hamann, autora del ilustrativo libro “Leguía, el Centenario y sus monumentos. Lima 1919-1930”, el líder de la Patria Nueva se hizo levantar 22 monumentos tanto en Lima como en provincias.

La mayoría de ellos, o casi todos, desaparecieron en la década del 30, luego de concluido su largo mandato.

Pero esto no fue todo: Leguía también bautizó con su nombre y con el de sus familiares calles, plazas y

hasta hospitales.

 

 

El culto a Leguía

 

El historiador Juan Luis Orrego compara este derroche de inmodestia con figuras como el mexicano Porfirio Diaz o el español Francisco Franco. “Si bien algunas obras se materializaron por su propia iniciativa, las más vinieron de parte del coro de aduladores, quienes se esfumaron tras la caída del régimen. Y no solo se trató

de bustos o monumentos de Leguía sino, sobre todo,

la utilización del espacio público para homenajear al personaje, a su parentela o al régimen”, afirma Orrego.

El caso más conocido es el de la avenida Leguía, hoy Arequipa. La moderna vía inaugurada en 1921 que unía Lima con los exclusivos barrios de Santa Beatriz, San Isidro y Miraflores. Ahí se levantó un obelisco, donde

se colocó un busto del presidente. Sin embargo, el monumento más notorio estuvo en la plaza La Victoria, en el distrito del mismo nombre, y que fue inaugurado, con misa, retreta y champán, el 20 de abril de 1924. Hamann reproduce en su libro un texto de “La Prensa”, donde se explica que la efigie se realizó “teniendo en cuenta los relevantes merecimientos de tan esclarecido hombre público que hoy rige los destinos del Estado,

con mano firme, dirigiéndolo hacia el progreso

y la civilización”.

 

 

Los monumentos a Leguía también estuvieron en

La Punta, en las riberas del río Rímac y en las ciudades de Trujillo y Chanchamayo. “Respecto a su parentela —precisa Orrego—, recordamos el Pasaje Carmen Leguía, en honor a su madre (hoy jirón Piura); la avenida Juan Leguía (que unía Barranco con Chorrillos, al lado de la Escuela Militar), en honor a su segundo hijo, quien participó como aviador en la Primera Guerra Mundial; Nicanor Leguía, padre del Presidente, dio lugar al nombre de una avenida en San Isidro (hoy Los Incas) y de una piscina por Maravillas, en Barrios Altos. También el actual Instituto Nacional del Niño se bautizó con el nombre de su difunta esposa, doña Julia Swayne de Leguía”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Queda algo de Leguía en Lima? Orrego precisa que quedan 13 calles que llevan el nombre del líder de la Patria Nueva. Todas están en distritos periféricos o en barrios que él impulsó. El historiador destaca cinco obras: el mural de la cuarta cuadra de la avenida Arequipa, donde se ve a Leguía entregándole el bastón

de mariscal a Andres Avelino Cáceres; el proscenio del Teatro Leguía donde aparecen entrecruzadas las letras T.L; el parque Leguía, en el barrio de San Antonio,

en Miraflores; el Centro Cultural Augusto B. Leguía en Surco, donde hay un busto alusivo, y el mencionado obelisco ubicado a la altura de la cuadra 20 de la avenida Arequipa, donde a instancias de sus descendientes se ha repuesto un monumento de cuerpo entero que hoy

le rinde homenaje.

 

 

 

Dos militares y un civil

 

Otro presidente que también generó un culto a su personalidad fue el general Manuel A. Odría (1896-1974), el hombre fuerte del Ochenio, caracterizado por alentar la construcción de viviendas sociales, colegios y el legendario Estadio Nacional. En Tarma, Odría tiene un parque en su memoria, con un monumento a cuerpo entero, donde todos los 26 de noviembre se celebra el Día de la Gratitud, en recuerdo de su natalicio. Otros bustos suyos existen en la provincia de Acobamba y en el colegio San Ramón de Tarma, lugar donde estudió.

 

El gobernante que Odría depuso también tiene su recuerdo In Memoriam. José Luis Bustamante y Rivero (1894-1989) posee una estatua a cuerpo entero en la plaza del distrito arequipeño que lleva su nombre.

Y, aunque no está ubicada en una calle o parque, el asesinado presidente Luis Sánchez Cerro (1889-1933) ostenta una efigie yacente en el cementerio Presbítero Maestro, donde luce recostado en los brazos de la Patria.

 

 

El constructor

 

El arquitecto Fernando Belaunde (1912-2002) es otro

de los presidentes que tiene varios monumentos recordatorios. Caracterizado por impulsar viviendas sociales y carreteras —como la famosa Marginal que hoy lleva su nombre— y por la frase “el pueblo lo hizo”, Belaunde ha sido homenajeado en distintos lugares del país. Tiene un monumento en Jesús María y un busto inaugurado, con ocasión del centenario de su nacimiento, en el Parque de la Exposición, entre el  Paseo Colón y la avenida Garcilaso de la Vega. De todos estos recuerdos, el más peculiar está en Tarapoto, ahí lo perennizaron abrazado con su esposa Violeta Correa; y el más lejano se encuentra en Buenos Aires, Argentina,

en la plaza República del Perú. ¿El motivo?

El agradecimiento por su apoyo durante la guerra

de Las Malvinas.

 

 

 

"El líder de La Patria Nueva se hizo levantar 22 monumentos en Lima como en provincias."

Detalle del obelico a Leguía en

la avenida Arequipa.

El recordado Valentín Paniagua y un discreto busto dentro del Congreso de la República.

Caídos del podio

 

Curiosamente no ha sido uno de sus seguidores quien

ha pedido levantarle un monumento sino uno de sus opositores. Fue el excandidato Daniel Urresti quien ha dicho que el ingeniero Alberto Fujimori “merece” tal distinción. Lo que Urresti no recuerda es que el líder del otrora Cambio 90 ya tuvo su imagen de bronce de 360 kilos de peso y dos metros de altura. Fue a mediados de los años noventa cuando los comuneros de Pacaicasa llevaron hasta una de las cumbres de su pueblo la efigie de Fujimori con la ilusión de que este atendiera sus reclamos. Como no sucedió nada y el régimen terminó asfixiado por la corrupción, la imagen, dicen, fue destruida por los propios pobladores, que la arrastraron cerro abajo. En la historia hubo otro mandatario que también tuvo una escultura destruida. Fue el civilista Manuel Candamo (1841-1904), quien, en tiempos de Leguía, quedó perennizado en una calle de la ciudad. Inexplicablemente, meses después de instalado el monumento alguien lo dinamitó. Nunca se supo con certeza los motivos. Lo cierto es que la imagen fue repuesta en 1926 y hoy Candamo se luce en el parque Neptuno, frente al Paseo Colón.

 

Ilustración Víctor Sanjinez     Diseño Norman del Mar     Animación César Calle     Diseño y programación Pedro Vega