“¡Pasa, sobrino!”. El trinar de la guitarra, las palmas, las sonrisas y una voz de pecho hinchado que pide mi menor nos dibujan desde el saque que hemos entrado en terreno de jarana. Acá o te diviertes o no estás vivo. El tun-de-te del cajón marca el zarandeo de caderas, y no le creemos a una salerosa señora que nos repite que no estamos en una peña y sí en un taller de música, que esto no es una fiesta y sí un ensayo de aficionados.
Es un miércoles de octubre, pero tiene sabor de 31. El Día de la Canción Criolla se ha adelantado, como siempre, en uno de los salones del Centro del Adulto Mayor (CAM) Pablo Bermúdez, de Essalud, en Jesús María. Espontáneamente, unos y unas cogen el micrófono y se mandan con versos melódicos de Felipe Pinglo, Chabuca Granda, Mario Cavagnaro y Manuel Acosta Ojeda, entre otros grandes compositores de nuestro acervo musical criollo.
Desde el primer acorde de cuerdas y el grave golpe inicial de madera, los pies cobran vida propia y se lanzan a la improvisada pista para llenarla de baile. Todos añejos. Todas felices.
“La música criolla nos compone la vida porque la vejez es muy difícil y aún no somos tratados como merecemos. Cantar me llena la vida”, dice Marcela Picón Gurt, de 92 años, voz de Remembranzas Criollas, uno de los grupos musicales del CAM Pablo Bermúdez.
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Todas las semanas hay fiesta criolla en el Centro del Adulto Mayor Pablo Bermúdez, de Essalud. (Foto: Luis Silva / El Comercio)
El guitarrista Harold Saavedra Lecca, de 66, corrige a su manera, guiñando el ojo: “Nosotros somos el grupo Primor”. El “¿por qué?” general no se hace esperar: “Porque somos 100% vegetales”, responde Harold. Él tiene esa curiosa facultad de decir cosas con rostro serio y provocar risas en los demás. “A mí me llaman mueble fino”. “¡¿Por qué?!”. “Porque estoy bien acabado”. Vejez feliz, sin dramas y con ritmo.
MÁS PEÑAS DIURNASEn el Centro Comunal de Santa Cruz, de la Municipalidad de Miraflores, se está gestando una peña de adultos mayores. Los hermanos Pedro y Walter Urrutia Honores, de 68 y 62 años, respectivamente, son dos de los principales impulsores.
Lo negro de su piel contrasta con sus canas. Son guitarras y voces de jarana de casa. “El espejo de mi vida”, de Pinglo, cobra un matiz distinto en un dúo con tanta vitalidad. “La música criolla es mi pasión”, dice Pedro. “Para mí es un bálsamo de vida”, agrega Walter.
En San Borja, para Carlos Schenone Castillo, de 62 años e integrante de la peña municipal de adultos mayores del Tambo II, “la música criolla nunca va a morir”. Igual piensa Juana Anchante Tipacti, de 73 años y bailarina de marinera limeña del Centro de Atención Integral al Adulto Mayor de la comuna capitalina. “Nosotros, con el baile y el canto, ayudamos a difundirla”, añade Juana antes de coger el pañuelo.