Cuando Silvana Buscaglia fue apresada después de darle una cachetada a un policía, su abogado esgrimió uno de los argumentos más tontos que se recuerde: dijo que su defendida no agredió al agente, sino a su casco. “Y el casco, yo entiendo que no es parte de alguna forma [del policía]”, añadió.
El pasado 28, en uno de los últimos actos oficiales, el ex presidente Ollanta Humala le concedió el indulto y horas más tarde ella ya estaba libre, luego de permanecer apenas siete meses y días de los seis años y ocho meses a los que había sido condenada.
La violencia y la resistencia a la autoridad se sancionan con ocho años de prisión efectiva y un máximo de 12, pero como la señora Buscaglia se sometió al proceso de terminación anticipada, se le rebajó la pena. Según “La República”, otras 19 personas purgan condena por el mismo delito, y aunque algunos de esos casos fueron registrados en video y repetidos decenas de veces en la televisión y las redes sociales, ninguno alcanzó tanta relevancia mediática como el de la señora Buscaglia.
La prepotencia con que se enfrentó a los policías cuando fue intervenida y la manera como intentó negar lo evidente resultaron un coctel explosivo en la indignación popular.
En sus considerandos, la Comisión de Gracias Presidenciales establece que la pena que había recibido la excarcelada “es desproporcional en relación a otros delitos”.
En nuestro país, un homicidio simple tiene una pena mínima de seis años de cárcel. Si usted contrata a un sicario, puede recibir entre cinco y ocho años de prisión, si causa lesiones graves a otra persona puede ir preso cuatro años.
¿Una cachetada debe ser penada con seis años de cárcel?
Uno de los factores desencadenantes de la inseguridad ciudadana es el desprestigio de la institución policial. Las historias que nos contaban nuestros padres del Cabo Nonone o el policía de la esquina parecen relatos de ficción frente a la imagen de corrupción e ineptitud que se ha apoderado de los agentes. Los delincuentes les han perdido el miedo, los choferes los golpean, los barristas los atacan, cualquier persona que es llamada al orden se siente capaz de empujarlos, gritonearlos o meterles una cachetada. Pero no se pueden descuidar las proporciones. Una cachetada no puede ser castigada de la misma manera que un homicidio.
El triunfo en la guerra contra la delincuencia pasa por el fortalecimiento de la institución policial, y por que el agente vuelva a ser respetado. Pero con una normativa irracional solo se consigue el efecto contrario. ¿Qué sentirá el policía que fue agredido por la señora Buscaglia?
En lugar de dar normas en función del humor de la tribuna, nuestros legisladores deben actuar con criterio y racionalidad. No se les pide más.