En los últimos meses, El Comercio, a través de su campaña #NoTePases, ha puesto al descubierto cómo el peor chofer de Lima manejaba por la Panamericana Norte con la tranquilidad de quien se cree amo y señor de todo lo que lo rodea. Lo hacía con el celular en una mano y el timón en la otra, sin colocarse el cinturón de seguridad, mientras pugnaba por recoger pasajeros en cada esquina. Porque Jesús Alberto Villarreal Tasayco, como se llama este distinguido promotor del caos, además de acumular 147 multas y 28 órdenes de captura, conducía un colectivo informal. Y lo hacía a su estilo, sin respetar ninguna regla. Arriesgaba su vida y la de los demás, orondísimo. Hacía lo que le daba la gana.
También mostró al peor carro de Lima, un amasijo de fierros puesto sobre cuatro llantas peladas, que podía aparentar ser un vehículo de carga y trasladar mercadería a diario entre Carabayllo y La Victoria.
Lo más impresionante, sin embargo, era que podía hacerlo sin llamar la atención. La normalización de la precariedad, esa maldita cultura que gobierna nuestras vidas, le permitía camuflarse en las calles sin riesgos, como si en lugar de ser una suma de trozos de chatarra, fuera una pick-up recién salida de fábrica. ¿Que no tenía techo ni ventanas? No fastidies, compadre, deja trabajar.
Hace apenas unos días, #NoTePases volvió a la carga y sacó a la luz otro proceso corroído hasta la médula: los trámites para conseguir la licencia de conducir. Probó que una persona con serias limitaciones visuales puede obtener un brevete de forma legítima, sin pasar por una evaluación médica, previa clonación de huellas digitales, y obviando exámenes psicológicos.
Las coimas pagadas por Odebrecht nos revuelven el estómago, el caradurismo de los políticos involucrados en tantos enjuagues turbios nos rebela. Pero la indignación pierde decibeles cuando ponemos el foco en los desvaríos que cometemos en las calles, sea como conductores o peatones.
Ahí, cuando nos toca, ensayamos justificaciones. Evitamos hacernos cargo de eso que algunos llamarán simples ‘microdelitos’ y tratarán de edulcorar para etiquetarlos como ‘vivezas’.
La principal virtud de #NoTePases es habernos puesto frente a un espejo a fin de que nos preguntemos si en lugar de culpar a otros de la tortura que significan nuestras calles, acaso no es momento de reconocer nuestra responsabilidad en el problema.
Sí, el Ministerio de Transportes y Comunicaciones debe abandonar su catatonia habitual, los municipios y la policía necesitan hacer lo suyo, pero si no reconocemos cuánto de culpa tenemos en esto, no habrá manera de despertar de esta pesadilla.¿Quiere que Lima sea una ciudad civilizada? Reconozcamos nuestra cuota en este desastre. ¡No te pases! ¿No?