Para lograr la independencia del Perú, el general José de San Martín apostó por las ideas antes que por las armas. Juan Luis Orrego, historiador y docente de la Universidad de Lima, apunta que el libertador, a su llegada a Lima, el centro del poder virreinal, no buscó librar batallas sino persuadir a la opinión pública desde el discurso. “Quería ganar una guerra de ideas, convencer a la población de la necesidad que había de la independencia”, explica.
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Por esta razón, cuando llegó el momento de proclamar la independencia el 28 de julio de 1821, San Martín optó por hacerlo en cuatro plazas públicas de la ciudad, siguiendo los rituales y protocolos que se usaban en el Virreinato para las celebraciones y los anuncios del cabildo o la corona.
El primer escenario fue la Plaza de Armas. Según precisa David Pino, investigador y director del portal web Lima La Única, ese sábado de hace 198 años se instaló un tabladillo entre Palacio de Gobierno y la pileta. Desde ahí, pronunció ante unas 16 mil personas (un cuarto de la población limeña de entonces) la famosa frase: “El Perú es, desde este momento, libre e independiente por la voluntad general de los pueblos, y por la justicia de su causa que Dios defiende”. Luego, mientras se lanzaba al público medallas de plata y oro acuñadas para la ocasión, gritó varias veces: “¡Viva la patria! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia!”.
Aunque la plaza sigue siendo el principal espacio público, como en esa época, hoy su ambiente es distinto. El piso de tierra fue reemplazado por lajas y los principales edificios han variado sus fachadas. La Fama, la diosa romana que corona la pileta, construida en el siglo XVII, es quizá uno de los pocos monumentos que resisten desde la época de la proclama.
—La Merced—La plazuela de La Merced, ubicada en la sexta cuadra del Jirón de la Unión, fue el segundo espacio elegido. San Martín llegó acompañado por una marcha cívica llena de pompa. Al frente iba el estandarte con la bandera rojiblanca. Repitió las mismas palabras que dijo en la Plaza de Armas, pero esta vez con la bella fachada barroca del templo de La Merced como fondo.
En esta calle, durante el Virreinato, funcionaban los locales de talabartería. Hoy en esta cuadra hay cambistas y los escaparates ofrecen casquetes coloridos para tablets y celulares. En una esquina, al lado de la fachada de una tienda por departamentos, hay una placa que recuerda este hecho, aunque para la mayoría de transeúntes pasa desapercibida.
—Valor simbólico—El recorrido siguió hasta la plaza Santa Ana (hoy Italia) en Barrios Altos. Ahí se colocó un tabladillo y alfombras para que el libertador se dirigiera nuevamente al pueblo. Pino recuerda que, en esa época, la vida en esta zona de Lima giraba en torno a la atención de los enfermos, ya que en los alrededores había hospitales y monasterios. También, al estar en la periferia, tenía un cariz popular, lo que, según Orrego, le permitió a San Martín llegar a otros sectores de la población limeña.
“La proclamación fue un acto simbólico. La independencia aún no estaba hecha. Con sus palabras, San Martín estaba convocando a que más personas se sumaran a la causa patriota”, señala.
El último punto donde se dio el grito de libertad fue en la Plaza de la Inquisición, donde hoy está la plaza Bolívar del Congreso. Se colocó el estrado frente al edificio donde funcionaba el Tribunal del Santo Oficio, una institución que representaba la opresión y oprobio del régimen colonial.
“Al hablar en este lugar, San Martín buscaba reforzar el mensaje de que se iniciaba un nuevo momento, un cambio inevitable”, explica Pino.
Años después, aquí se levantó el Parlamento y, en 1858, se erigió adentro un monumento en homenaje a Simón Bolívar, quien en 1824 consolidó la independencia luego de vencer en las batallas de Junín y Ayacucho. Cosa curiosa, pese a que el Congreso representa al pueblo, su plaza, que evoca a nuestros dos libertadores, se encuentra enrejada y cerrada a los ciudadanos.