En una espeluznante demostración de transparencia –o, quizá, de desesperación–, el Gobierno de Kenia acaba de anunciar que contempla endurecer las penas contra los peatones imprudentes. Es más, estudia acusarlos de intento de suicidio. La medida responde a hechos concretos: solo en los primeros cuatro meses de este año, 804 personas han fallecido por accidentes de tránsito en el país africano.
Lo dramático es que, según el director de la Autoridad de Transporte y Seguridad, Francis Meja, 344 de ellas habrían podido salvarse de haber cumplido con las normas viales.
Las pistas y carreteras de Kenia no son un ejemplo de modernidad. Además de encontrarse en mal estado, carecen de señalización adecuada, lo que hace complicado cruzarlas, aun en los lugares permitidos. Sin embargo, las cifras no dejan de ser terroríficas, a pesar de lo acostumbrados que estamos por estos lares –en particular en Lima– a ver cómo se vulneran las reglas de tránsito.
Hace apenas cinco días, un hombre sufrió una horrible muerte a la altura del kilómetro 36 de la Panamericana Norte, en Puente Piedra. Intentó cruzarla de noche y fue embestido por un vehículo. Antes de que pudiera ser atendido, su cuerpo fue atropellado varias veces por otros automóviles. Esta tragedia pudo evitarse por una sencilla razón: a pocos metros del lugar del accidente se levanta un puente peatonal.
Cada vez que uso el Metropolitano para dirigirme al Diario suelo hacer una suerte de ejercicio. Me detengo en el cruce de los jirones Cusco y Carabaya a esperar que el semáforo me permita cruzar la vía. Son apenas 40 segundos, pero casi siempre suelo quedarme solo, mientras otros peatones como yo cruzan la calle toreando taxis, urbanitos, ‘lanchones’ y hasta buses del Metropolitano.
En realidad no debería llamarlo ejercicio. El cumplimiento de las señales de tránsito es parte de las reglas de convivencia básica que, entre otras cosas, limitan las posibilidades de ser víctima de un accidente o causarlo. Sin embargo, no deja de asombrarme la manera como hombres y mujeres de toda edad no hacen el mínimo esfuerzo por respetar una señal. Y cuando son víctimas de su imprudencia, su primera reacción es culpar a otro de lo sucedido.
Según la Asociación Cruzada Vial, todos los días son atropellados 27 peatones y ciclistas en las calles de Lima. Es decir, 810 personas al mes o, si quiere, 9.720 al año. La cifra es brutal. En el 2014 hubo 54.522 accidentes de tránsito, el 17% de ellos –es decir, 9.268– fueron causados por la imprudencia de los peatones.
¿No estamos muy lejos de Kenia, no? Quizá sea el momento para que el Ministerio de Transportes y Comunicaciones y las municipalidades se sinceren y también empiecen a llamar a los peatones imprudentes, potenciales suicidas. De otra forma, no se explica el porqué de ese afán insano de jugarse la vida en cada esquina.