Carlos ‘Kukín’ Flores Murillo sacó medio cuerpo por la ventana del carro para pasarle la voz a Alfonso ‘Puchungo’ Yáñez, su amigo desde que tenían 6 y 10 años, respectivamente. “¡Primo, primo!”, le gritó. Fue la última vez que se encontraron. Cuatro días después, el 17 de febrero, Kukín, de 44 años, moriría en su departamento de San Miguel de un infarto al corazón.
Kukín y Puchungo se conocieron un día que este había ido a visitar a su abuela, que vivía en La Perla. Kukín estaba jugando con la pelota en medio de la pista. “Casi siempre lo veía por ahí, aunque se paseaba por todo el Callao. Carlos era callejero”, cuenta Yáñez.
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Flores nació en los Barracones y durante su infancia vivió en Chucuito, Castilla, La Perla, Ciudad del Pescador, Atahualpa y el asentamiento humano Canada (cerca del cruce de las avenidas Gambetta y Faucett). Era el menor de 11 hermanos y a los 5 años se recurseaba limpiando autos.
Sus padres se habían separado y abandonado a todos los chicos a su suerte. La hermana mayor se hizo cargo de todos como pudo. Kukín nunca le contó la historia a sus amigos o profesores. Si alguien le preguntaba por qué nunca veían a su familia, él cambiaba de tema o se iba. “Su vida era complicada. A veces, no tenía qué comer”, asegura Yáñez.
—La otra familia—Durante su niñez y adolescencia, Kukín fue acogido en casa de varios entrenadores y dirigentes de fútbol, entre ellos César 'Chalaca' Gonzales, a quien conoció a los 8 años, cuando llegó al semillero del Cantolao. Gonzales fue su entrenador en ese equipo y en Sport Boys durante más de una década. “Carlos era una persona muy especial, difícil. Aun así, yo lo he querido más que nadie”, dice César ‘Chalaca’ Gonzales.
“Cantolao era un equipo con mucha fuerza económica. A Kukín le costó mucho integrarse con los niños del Roosevelt, Santa María y el María Reina”, recuerda. Los primeros dos años les buscaba pleito a todos. Ya luego se fue calmando, en parte porque los padres de sus compañeros lo engreían. Le regalaban buzos, zapatillas de marca.
Los padres de Kukín no se asomaron por el club ni cuando campeonó en la categoría 12 años ni cuando se fue de gira por Europa. “Nosotros, los del club, éramos sus padres. Recuerdo que los papás de los otros niños le hicieron su bolsa de viaje. Yo le guardaba su plata. ‘Chalaca, dame tanto, quiero gomitas’, me pedía”, cuenta Gonzales.
En Europa, dijeron que había nacido otro Pelé. “Yo creo que podría haber sido como Neymar, en otras circunstancias”, dice el entrenador.
Por esos años, el club matriculó al niño en el Liceo Naval. Pero este se resistió a ir a clases. “No duró más de 20 días. Se salió. Era un colegio exigente y él no soportaba ningún tipo de sistema. Nadie jamás le había impuesto reglas”, explica Gonzales.
Lo mismo pasaba en el fútbol. Gonzales nunca logró que Kukín escuchara alguna estrategia de juego. ‘Chalaca estafador, hablas mucho’, le decía. “A él solo se le daba la camiseta y hacía lo que quería en el campo. Si hacía un pase, un gol de media cancha, todo era su idea, su magia. Pero así nunca iba a dar más del 10% de lo que tenía. Ya de grande, cuando se fue a Arabia Saudita, Brasil, tuvo el mismo problema. Como no soportaba el rigor de los equipos extranjeros, volvía al Perú”, dice.
—Los amigos—Jean Ferrari lo conoció en 1984 cuando ambos tenían 9 años y jugaban en Cantolao. Fueron muy unidos hasta los 17, cuando Kukín se fue al Boys y a Ferrari lo fichó Universitario de Deportes. “Dejamos de vernos un tiempo hasta que la ‘U’ lo contrató también (en 1995). Recuerdo que entrenaba con unas medias bien cortitas y eso nos parecía raro, pero él era así”, dice.
A Miguel 'Conejo' Rebosio también lo conoció en Cantolao y se encontraron más tarde en Sport Boys. Eran íntimos. Cada cierto tiempo se juntaban ambos con 'Puchungo' Yáñez, Omar ‘Caramelo’ Zegarra y Luis ‘Cuto’ Guadalupe.
De hecho, una semana antes de la muerte de Kukín, todos fueron a casa de Rebosio, que celebraba el cumpleaños de un pariente. “En esa reunión nos estuvo vacilando. A mí me bromeaba con las mujeres”, cuenta Yáñez.
Recuerda también que les estuvo jaloneando las orejas. “Era como una manía que tenía. Jugaba con las orejas de sus amigos, les daba vuelta”, dice. Esa noche Kukín les contó de un proyecto frustrado que tenía: la organización de su partido de despedida. Soñaba con invitar a sus amigos de acá y a algunos extranjeros de los equipos para los que había jugado en Argentina, Arabia Saudita, Grecia, Brasil y Colombia. Lo quería hacer en junio en el estadio Miguel Grau, de Bellavista, aunque no contaba con ninguna aprobación.
“Para eso estaba siguiendo un tratamiento de rehabilitación física, porque él estaba cojo y así no iba a poder jugar. Pero no iba a sus terapias tan seguido como debía”, asegura Yáñez.
—Sus demonios—Antes de que la fama llegara, Kukín ya había probado la cocaína. “Fue de adolescente, en una reunión, como de broma”, contó el futbolista en una entrevista televisiva en el 2010. A los veintitantos, según Gonzales, ya era adicto. Se internó varias veces en clínicas de rehabilitación, pero siempre abandonaba el tratamiento. “Una vez se escapó de un centro en Cieneguilla. Corrió hasta Musa y tomó un bus al Callao. Desapareció por 3 días”, dice.
Desaparecer era otra “manía” de Kukín. Durante la época que jugó para el CNI de Iquitos podía pasarse días sin dar señal de vida. “Una vez desapareció 5 días. Lo buscamos por todos lados hasta que lo encontramos en un caserío. Lo bañamos, le dimos café y ese mismo día por la noche jugó”, cuenta Gonzales.
El 4 de diciembre del 2009 la policía de Iquitos detuvo a Flores. Había estado con tres amigos bebiendo rones en su habitación en el hotel Copoazú, donde se alojaba. Acabadas las botellas se había echado a dormir desnudo. Entonces, en su imaginación, creyó que la luz del baño se prendía sola, que el caño del lavatorio se abría solo y chorreaba, y que una silueta lo espiaba desde la ventana. Kukín huyó de su cuarto como estaba, desnudo.
Los ataques de paranoia no eran infrecuentes. “Cuando se coqueaba y tomaba en exceso, se peleaba hasta con él mismo. Veía dragones, lagartos, fantasmas. Por eso se cayó del cuarto piso (en el 2013). En cuanto me enteré del accidente fui a verlo al hospital. Pensé que por fin entraría en razón. ‘Dios te ha dado un último aviso’, le dije. ‘¡Pórtate bien!’. Te mentiría si te dijera que me escuchó. Seguía borracho”, dice Gonzales.
Kukín acabó ese día con tres costillas rotas y doble fractura en el fémur derecho. Tuvieron que someterlo a una cirugía, pero quedó cojo. No pudo volver a jugar y no conseguía que lo contraten para entrenar niños. “Con su historia con las drogas, era un poco difícil, pero él tampoco ponía mucho empeño a sus proyectos”, dice Gonzales.
La última vez que lo vio fue en enero de este año, cuando Kukín lo buscó para pedirle un consejo laboral. Desde entonces no volvieron a hablar.
—“He cumplido”—El periodista deportivo Luis Trisano se lo cruzó en La Punta el 16 de febrero. “Me vio a una cuadra de distancia y me pasó la voz. Caminé hacia él y le pregunté cómo estaba. ‘Bien, con mis cositas je, je’, me dijo y me contó que había estado ordenando sus documentos”, recuerda Trisano. “Ya cumplí”, le dijo Kukín y añadió que había puesto sus bienes a nombre de sus hijos. “No me lo dijo como despedida, aunque ahora suene a eso. Lo dijo como para aclarar que él no se desentendía de su familia”, dice el periodista. Kukín tenía dos hijos y tres nietos.
“No tenía la pinta de alguien deprimido o golpeado, con mala noche. Todo lo contrario. Lo vi fresco. Estaba animado porque quería hacer unos proyectos con el Gobierno Regional del Callao”, cuenta.
Por la tarde Kukín regresó a su casa en San Miguel, en la cuarta cuadra de Francisco Quezada. El vigilante de la cuadra lo vio pasar a pie. “Un vecino le pasó la voz y él lo saludó también, de lejos. Caminaba tranquilo”, dice.
El domingo 17 de febrero a las 6:40 de la mañana, la pareja de Kukín, Liz Contreras, de 39 años, llamó a la comisaría de Maranga. Kukín había vuelto de una fiesta y los fantasmas, nuevamente, lo perseguían. Creía que lo querían matar. Cuando los agentes llegaron para controlarlo, lo encontraron en plena agonía. Llamaron al paramédico de la Municipalidad de San Miguel, pero ya era tarde. Cuando este entró al departamento, Kukín estaba muerto.
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