En el 2011, Winston Ezequiel Manrique Canales vivía obsesionado con la ex conductora Jessica Tapia y alucinaba que eran novios. Decía que quería tener hijos con ella. La conoció, según él, por medio de la televisión, cuando ella trabajaba como conductora de Frecuencia Latina. En su mente, Tapia le enviaba mensajes por la pantalla mientras conducía A Primera Hora. Entonces comenzó a buscarla en el local de San Felipe.
Cuando la policía, el serenazgo o el personal de seguridad del canal acudía al auxilio de Tapia, Manrique les decía: “Estamos discutiendo como cualquier pareja. Por favor, no se meta”.
En un momento llegó a conseguir un correo de ella. Pero, como Tapia, por obvias razones, nunca le contestó, creyó que era una cuenta falsa y desistió por esa vía. Pero averiguó la dirección de su casa, en San Borja, y una vez trató de meterse a su carro.
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Winston Manrique sufre de esquizofrenia paranoide. Es un paciente psiquiátrico plenamente diagnosticado. Ya en esa época le recetaban Clozapina, un antipsicótico atípico indicado a pacientes resistentes a otros tratamientos, y Valprax para controlar la agresividad. Pero Manrique, según su propia familia, se resistía a tomarlos.
A pesar de la enfermedad, sin embargo, tenía momentos de lucidez. Sabía, por ejemplo —y se lo confesó a esta reportera—, que debía tomar caminos distintos desde su casa en Tacora, La Victoria, hasta la de Tapia para despistar a los policías. Y cuando llegaba, se escondía detrás de las plantas o de los vehículos estacionados en la vía a esperarla.
Tapia denunció el acoso públicamente y ante las autoridades. Siguió todos los formalismos legales y no encontró ninguna respuesta satisfactoria del sistema. En el 2014, de hecho, su caso fue archivado. Manrique fue declarado “inimputable” y ni si quiera se dispuso para el acosador un internamiento temporal, de urgencia, en una unidad psiquiátrica.
Si Tapia recuperó la paz, no fue gracias al Estado. Manrique cambió de objetivo. Se obsesionó con Juliana Oxenford.
—“Tenemos una reunión periodística”—“Todo comenzó en el 2013”, recuerda Oxenford. En esa época su hija, María, acababa de cumplir los 8 meses de nacida. Oxenford estaba en casa descansando con la nena cuando el portero del edificio le anunció la llegada de un tal Manrique. “Dice que tiene una reunión periodística con usted”, le dijo.
Oxenford se negó a recibir al desconocido y Manrique intentó convencer, sin éxito, al portero. “Mire, seguro como acaba de dar a luz se ha olvidado. Así pasa con las primerizas. Tienen pérdida temporal de memoria”, insistió, pero lo invitaron a retirarse.
Al día siguiente, Manrique volvió. Esta vez le contestó el intercomunicador una hermana de Oxenford. A ella le aseguró que era un testigo del caso Zevallos y que tenía información muy importante para brindarle. La hermana bajó y lo botó. “Luego me mudé y no supe de él por un tiempo”, cuenta la periodista.
En ese largo paréntesis, que duró hasta el 2016, Manrique comenzó a perseguir a Patricia del Río y a hacer guardias en RPP. Luego buscaría también a Marycarmen Sjoo.
En el 2016, Manrique consiguió la nueva dirección de Juliana Oxenford y fue a tocarle la puerta. Entonces, ella se armó de valor y salió a increparlo. “Tranquila, amor. Todo va a estar bien. Ya no peleemos”, le dijo él con calma.
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Desde entonces Oxenford andaba con los ojos hasta en la espalda. “A veces, aprovechando que me quedaba atorada en el tráfico, pasaba entre los carros, me tocaba la ventana y me mandaba besos. La primera vez que hizo eso me oriné. Regresé empapada a mi casa”, cuenta la periodista.
Oxenford no podía caminar tranquila ni a la bodega porque casi a diario Manrique iba a buscarla y se quedaba horas en el parque del frente haciendo guardia. “No podía ni llevar a mi hija al nido en bicicleta o ir a buscar un heladero como cualquier persona normal. Me daba miedo que fuera a hacerle algo a María”, dice.
Un 14 de febrero, por el día de los enamorados, Manrique fue con terno a buscarla. Llevó copas de plástico para brindar, galletas y quesos. “Cuando llegó la policía les dijo que era mi novio, que había ido a celebrar conmigo y que como yo era vegetariana me había comprado unos quesos que me gustaban”, recuerda Oxenford.
Las denuncias que ella hizo por acoso no prosperaron por la condición de “inimputable” que tiene Manrique. Oxenford nunca recibió garantías para su vida ni para las de su hija. “¿En qué país vivo?, me preguntaba. Tenía todas las pruebas de esta amenaza y ninguna autoridad hacía nada. Me llegué a sentir olvidada”, dice.
Manrique incluso llegó a sacar una licencia de conducir (lo que implica que aprobó el examen psicológico) y comenzó a buscarla en carro. Manrique, según el MTC, tiene el brevete vigente. Sin embargo, la persecución cesó de un momento a otro. Coincidió con el reinicio del martirio a Marycarmen Sjoo.
“Creo que como me casé ya tampoco soy atractiva para él. Eso espero”, dice Oxenford.
—“No podemos hacer nada”—En el 2014 Marycarmen Sjoo fue a la comisaría de San Isidro a denunciar a Winston Manrique por acoso. “Los policías me dijeron: 'hasta que no te agreda físicamente, en la calle, no podemos hacer nada'. Así que yo era la única que podía protegerme”, dice.
Comenzó esperándola en la puerta principal de RPP, que da a Paseo de la República. “Cada vez que lo veía se me enronchaban las piernas, los brazos. Mis compañeros tenían que acompañarme cuando quería ir a la tienda o cuando ya me retiraba del trabajo”, asegura.
Durante el 2015, el acecho se hizo crónico: podía ir un mes entero, una hora cada día. A veces a pie, en veces en auto. De pronto, desaparecía por días o semanas, y volvía a la carga. En una ocasión Manrique desapareció por casi un mes. Sjoo andaba tranquila en su casa cuando tocaron el intercomunicador. “Soy Ezequiel”, dijo él. Sjoo se asomó por la ventana y vio que el hombre se escondía detrás de un árbol. “Me armé de coraje por mí y por mi hijo y salí a enfrentarlo”, dice.
Al verla salir, él abandonó el escondite y comenzó a caminar hacia ella. “Le grité de todo. Le dije que deje de atormentarme. En ese momento apareció un sereno y preguntó qué pasaba”, recuerda Sjoo. —Yo no he hecho nada. Solo quiero aclarar las cosas con mi pareja—juró Manrique con absoluta calma.—¡Yo no tengo que aclarar nada contigo! ¡No te conozco!
Un patrullero de la PNP llegó al poco rato y se llevó al acosador a la comisaría del sector.
Desde ese momento, Sjoo tuvo que alertar a la escuela de su hijo sobre la situación y activó varios 'protocolos' de seguridad en casa.
El acosador la denunció tiempo después por secuestro, difamación y hostigamiento, y el Ministerio Público aceptó abrir investigación contra ella. “Tuve que leer la notificación en voz alta para convencerme de que era cierto lo que me estaba sucediendo. Yo lo había denunciado tres veces, él tenía antecedentes por acoso y aun así la investigada era yo”, dice la periodista.
Ya harta de la situación, Sjoo denunció en los medios lo que le venía sucediendo. Recién entonces se aparecieron de diversas instituciones públicas a ofrecerle apoyo. El Ministerio Público comenzó a agilizar la última denuncia que ella le había hecho a Manrique por acoso.
“En noviembre del año pasado me dijeron, por fin, que él sería internado en Larco Herrera. Pero hace unas semanas volví a llamar para saber en qué había quedado el asunto y me dijeron que no había sido posible internarlo”, cuenta. La justificación fue la falta de camas.
—Acoso público—Melissa Peschiera ha lidiado desde el 2016 con el acoso de un sujeto llamado José Carlos Beteta Andrade. Comenzó con cartas, luego por teéfono e Internet. El acechador se creó una cuenta en Twitter solo para asediarla de manera pública y casi a diario por esa vía.
En redes sociales le exige constantemente que lo siga. La cela. Le manda declaraciones de amor. Celebra inexistentes aniversarios. Confiesa públicamente que la espía fuera del trabajo y de su casa, y que la persigue. Le ruega que sacie sus fetiches. Le envía fotos desagradables al respecto. Y, cada vez que lo detienen y lo liberan, le escribe para pedirle que hagan las paces. Pide perdón, pero, inmediatamente, manda otro mensaje perturbador.
Peschiera lo denunció el año pasado por reglaje e intento de secuestro (Andrade se apareció fuera de su trabajo, la tomó del brazo e intentó llevársela). Logró que le prohibieran al sujeto acercarse a ella a menos de diez metros o comunicarse a través de cualquier vía. Pero el pasado 22 de abril, el individuo fue a diez metros de su casa y le dejó, a través de un mandadero, un ramo de flores como regalo de cumpleaños.
El último domingo 28 de abril le dedicó nueve publicaciones en Twitter. Entre ellas un video en el que muestra, a modo de álbum, la colección de impresiones que tiene de lo que la periodista comenta o comparte en su cuenta de Instagram, en la que él está bloqueado.