Desde el 2015, Camila Gianella Malca, de 44 años, espera por un hijo o hija. Ha dispuesto de una habitación en su casa de Magdalena del Mar para cuando llegue el pequeño, pero, como no sabe su edad –si será un recién nacido o tendrá 7 años– ni cuáles son sus gustos, no ha podido ni comenzar a decorar el ambiente. El cuarto tiene solo una cama, una silla y un clóset.
Gianella, psicóloga social y doctora en Filosofía, vivía en Noruega hasta hace cinco años. Allí trabajaba para un instituto de investigación en temas de salud y ciencias sociales. Entonces, conoció a una pareja que había adoptado a un niño y decidió que ella también quería formar una familia.
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Regresó al Perú, donde viven sus padres, y se inscribió en el registro de postulantes del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP). “Asistí a la charla general, pasé por los talleres, la evaluación psicológica. Todo fue bien hasta que vino la asistenta social y me dio a entender que no debía adoptar porque las personas solteras éramos egoístas”, recuerda.
Camila se quejó ante la Dirección Nacional de Adopciones (DNA) y como en el reglamento de adopciones no hay ninguna restricción para que los solteros adopten, se disculparon con ella. Certificaron que estaba apta y entró en lista de espera.
Para el 2017 una pareja que había postulado junto con ella ya tenía un hijo. Así que ella llamó para saber en qué estaba su proceso. “Me dijeron que no había niños. Pero me fijé que había un montón de pequeños que estaban sin diagnóstico”, dice.
La mayoría de menores en los albergues se encuentra a la espera de que un juez, con toda la carga procesal que tiene, determine su estado de desprotección. Recién entonces su expediente llega a la DNA para que el niño encuentre una nueva familia.
Mayda Ramos Ballón, directora general de la DNA, explica que la adopción es la última medida de protección. “Se da cuando ya se agotaron todas las opciones para que el menor crezca en el entorno familiar”, dice.
Para eso hay equipos en las unidades de protección especial que realizan las investigaciones a fin de encontrar miembros de la familia que puedan ser aptos como tutores y estén dispuestos a asumir la crianza del menor. Pero estos equipos no se abastecen para cubrir todo el territorio nacional.
“Solo tenemos sedes en diez regiones del país: Piura, Lambayeque, La Libertad, Lima, Arequipa, Huánuco, Junín, Cusco, Puno y Loreto. Donde no hay oficinas el trabajo lo realiza el Poder Judicial, y eso puede demorar mucho”, señala. Según Ramos, este año han llegado a su despacho casos cuyas investigaciones se iniciaron en el 2014.
En cuanto ese proceso concluye, los psicólogos de los centros de acogida residencial públicos y privados elaboran unas fichas sobre las necesidades y preferencias de los mismos niños. Aquí viene una nueva traba para las personas que como Camila quieren adoptar a un niño sin tener pareja.
El MIMP explica que en muchos de esos albergues se les enseña un modelo tradicional de familia a los pequeños: papá, mamá e hijo. Así que cuando se les pregunta a los niños con quién o quiénes les gustaría vivir, escogen familias biparentales. Eso va a su ficha y los funcionarios lo toman muy en cuenta.
Por eso, en lo que va del año, solo cuatro personas solteras han podido adoptar. En el 2018, apenas fueron dos. “Hay un ambiente muy conservador en las casas, especialmente en las particulares, que son llevadas en su mayoría por religiosas. Entonces, nunca tengo con quién hacer ‘match’. Por un tema de salud mental, tengo que mantener las expectativas bajitas. Pero esto es discriminatorio”, lamenta Camila. Agrega: “En el Perú hay muchas familias uniparentales. ¡Cuántas madres solteras! Es casi cínico que no pueda adoptar, que decidan así sobre mi proyecto de familia”. Gianella cree que todo habría sido más fácil si hubiera seguido un proceso de inseminación. “Pero ese no fue nunca mi plan”, dice.
Mientras espera una respuesta, ha tenido que rechazar varios proyectos laborales importantes, como la publicación de libros. “No puedo tomar decisiones a largo o mediano plazo. Hago un sacrificio mucho mayor que el que le pedirían a cualquier familia biparental”, añade.
Varios amigos suyos han querido animarla para que adopte a un niño de otro país. “Unos amigos que viven en Colombia me aconsejaron seguir el proceso de adopción internacional, pero me parecía absurdo adoptar fuera de mi país”, cuenta.
—Cambios—Hay gente que tiene más tiempo que Gianella esperando. En total son 73 familias monoparentales que buscan acoger a un niño. La situación no ha pasado desapercibida en el MIMP. Mayda Ramos asegura que desde el sector intentan cambiarla.
“Desde agosto se ha dispuesto que al menos en los centros de acogida residenciales del Inabif no se puedan llenar las fichas con preferencias por familias biparentales o monoparentales”, dice la funcionaria. Añade que “lo importante es buscar la mejor familia para el menor, la que pueda brindarle más amor y atención”.
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