Diversos especialistas habían adelantado lo que el presidente señaló en su conferencia de prensa de ayer y refrendó más tarde Pilar Mazzetti, jefa del comando Covid: el tercer martillazo no ha dado los resultados esperados.
El número de contagiados ya supera los 51 mil y los fallecidos, hasta ayer, llegaban a 1.444. La curva no se ha aplanado como se esperaba. El relajamiento de la cuarentena es evidente. Ante la alternativa de morir de hambre o del COVID-19, miles han salido a las calles a trabajar, aprovechando el repliegue de la policía y del ejército, también afectados por los contagios.
El futuro inmediato asoma sombrío porque el sistema de salud no da para más, los enfermos siguen muriendo en las calles, ya no solo faltan mascarillas o guantes, sino también balones de oxígeno y el colapso en las morgues parece salido de una película de terror.
El riesgo se hace mayor ante el próximo reinicio de una serie de actividades productivas. ¿Seremos cuidadosos en el cumplimiento de los protocolos sanitarios que se establezcan?
Mientras tanto, el Gobierno se dispara a los pies al designar como ministro del Interior al teniente general Gastón Rodríguez, cuestionado por su presunta relación con la banda “Los Intocables ediles”. ¿Qué señal se entrega a la población con este nombramiento en un ministerio donde, a juzgar por las recientes denuncias, la corrupción es más letal que la propia pandemia? El nuevo ministro no tuvo mejor idea que nominar como jefe de su gabinete de asesores a un abogado que ha defendido a policías involucrados en tropelías. Su renuncia, a las pocas horas de su nombramiento, no tapa el tamaño de la torpeza.
En la dramática situación en que nos encontramos, cuando la posibilidad de encontrar una vacuna sigue aún muy lejos, el Gobierno no puede darse el lujo de perder el manejo de la crisis. Es cierto: en dos meses no pueden taparse los huecos de un Estado que, por décadas, ha estado en abandono. Pero ante los días que se vienen, que serán muy duros, el margen se acorta. Señor presidente, hay que aplanar la curva, pero la suya también. El liderazgo no lo puede perder.