Siempre que puede regresa al Perú, principalmente a Arequipa, la tierra donde nació y en la que aún vive su madre. Hace unas semanas sucedió una vez más gracias a que fue invitado a participar de una muestra colectiva de arte en su alma mater, la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA), a propósito del aniversario 482 de la Ciudad Blanca. La visita de Juan Carlos Zeballos es el pretexto perfecto para conocer un poco más sobre la gran aceptación de su obra en Europa. Es tanta, en realidad, que el artista tiene la agenda copada de individuales y colectivas hasta el 2025. Los logros de los últimos ocho años no han podido borrar la modestia de Zeballos, quien recuerda con mucho cariño su etapa como estudiante y la lucha por forjar su propio camino, que lo llevó finalmente a concretar uno de sus más grandes anhelos: conocer París, la capital del arte. Lo intentó desde que empezó la carrera postulando más de una vez al concurso Pasaporte para un Artista, pero aunque obtuvo el primer puesto en la etapa regional, solo logró menciones honrosas en la fase definitiva. En el 2013 aquella puerta se cerraba definitivamente debido a que superaba el límite de edad para poder participar. Sin embargo, en el 2014 dos invitaciones internacionales a Francia cambiaron para siempre su derrotero artístico. La Bienal Internacional de Acuarela de Narbonne y la Bienal Internacional de Acuarela de Bassin d´arcachon le dieron la oportunidad de viajar al otro lado del gran charco. “Cuando aceptaron mi postulación me fui como pude. Tenía 37 años, quizás ya estaba un poco viejo, pero lo logré. Partí para no quedarme con los sueños truncos y sacarme esa espina”. Ese año ganó el premio de pintura rápida en Cajamarca y con el dinero recibido pudo pagar la bolsa de viaje que necesitaba.
"Yo parto de lo urbano, en mi caso se podría decir que es un neorrealismo abstracto porque parto de lo real y lo voy deconstruyendo. Me quedo solamente con la expresión pura del color"
Ya en el viejo continente, Zeballos quedó encantado con la cultura que respiraba cada rincón, primero en París -donde hoy radica- y luego en los diversos países del mundo donde su arte lo ha llevado. Obtener reconocimientos, más de una treintena entre América y Europa, no ha sido fácil. Al principio no aceptaban sus trabajos, pero su perseverancia y talento han hecho que sus obras se exhiban en todos los salones de arte de Francia. “Siempre escuché mencionarlos, pero en mi mente tenía la idea de ser parte de uno de ellos en especial, el de arte abstracto, famoso por tener a Duchamp, entre sus autores”. Cuenta el arequipeño que en sus inicios se inclinó por el arte figurativo. Pero en el 2001 mientras estudiaba arte contemporáneo y grabado en Brasil se dio cuenta de que este estilo no era lo suyo. Vio la vanguardia de cerca y finalmente se decidió a seguir esos pasos.
Desde que estuvo en las aulas de la UNSA siguió la obra de Víctor Humareda, David Herskovitz, Fernando de Szyszlo y Carlos Enrique Polanco. “Me encantaban, quise hacer algo de eso en Arequipa, pero allí no hay arte expresionista, abstracto o conceptual. Solo podía ver la obra de estos grandes cuando viajaba a Lima. Ellos fueron mis referentes para hacer cambios en mis trabajos”. El viraje hacia el expresionismo abstracto le dio muy buenos resultados en el Perú, donde los premios y menciones honrosas no se hicieron esperar. La libertad de ese estilo hizo que con el tiempo descubriera la marca que hoy permite reconocer su obra llena de color, gestualismos y contrastes. “Yo parto de lo urbano, en mi caso se podría decir que es un neorrealismo porque parto de lo real y lo voy deconstruyendo. Me quedo solamente con la expresión pura del color. En otros casos es solo emoción, impulso, allí ya sería solo abstracto”, puntualiza.
Actualmente coquetea nuevamente con lo figurativo, pues desde hace algunos años tiene un proyecto en el metro de París en el que busca abstraer los afiches que pululan en cada estación. Piensa replicar esta experiencia en el Perú y tomar como inspiración esas paredes atiborradas de pancartas y afiches chicha para quedarse “con un pedacito de color, un fragmento de esa pared y que sea el ojo el que complete la idea”. Otro de sus anhelos es construir un museo o una galería en su natal Arequipa, no solo para exponer sus obras sino para mostrar otras muchas que ha intercambiado con artistas internacionales. “Tengo el sueño de regresar a Arequipa y refundar mi propia escuela. Quisiera hacer un premio para apoyar a los talentos, pero sin límite de edad. Unir la experiencia y la juventud”. En los próximos días, el ganador del 151º Salón de Versalles y el primer artista latinoamericano en recibir este premio, volverá a su rutina de muestras y aplausos. Lo esperan una colectiva en Sao Paulo y otras dos en París, además de su participación en el Salón de Otoño, en Francia.
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