Los personajes de sus cuadros son seres eróticos, grotescos y hasta perversos. Inmersos en la pintura expresionista del cajamarquino Francisco Vílchez podrían interpretarse como una caricatura sórdida de la sociedad contemporánea. Pero más allá de estas consideraciones, como él mismo afirma, rescatan también un poco de su historia e influencias artísticas.
A los 15 años Vílchez ya vivía del arte. Un profesor había descubierto su talento y lo llevó como practicante a una conocida editorial. Dos años después ya recibía un sueldo básico y al poco tiempo inició su recorrido como ilustrador de los diarios más importantes de Lima. Estudió en Bellas Artes y en La Católica. Fue cuando aún era un estudiante que empezaron a aparecer los personajes que hoy pueblan sus lienzos. Primero bajo el influjo surrealista y luego atraído por Bacon y el expresionismo alemán. “Todo esto se fue sumando a la violencia del terrorismo de entonces, a las situaciones personales y la lectura de los ‘poetas malditos’”. El resultado de estas experiencias se ve reflejado en su obra en general y particularmente en la muestra que hoy inaugura en el Icpna. Conversamos con el artista sobre las motivaciones que lo llevaron a pintar “Profundo carmesí”, su última exposición compuesta por medio centenar de cuadros, así como del color rojo como signo cromático en sus obras.
Perteneces a esa generación de artistas que creció en medio de la época convulsa del terrorismo. ¿Qué tanta influencia tuvo en ti?
Justamente por el terrorismo cerraron la Escuela de Bellas Artes. Yo estaba en segundo año cuando un profesor llegó de París. Todo el mundo quería estudiar con él porque lo consideraban una luminaria. Yo no pude ser parte de su curso porque solo recibía a chicos de los últimos años. Con el tiempo se descubrió que él era miembro de una célula terrorista y que todo un salón estaba comprometido. Eso marcó de alguna forma mi trabajo. Hubo una época en que hice performance. Era la época de Fujimori, fue un tema contestatario.
¿Crees que lo ocurrido en la época del terrorismo con la coyuntura sanitaria que vivimos podría compararse?
Hay algo. En ambos casos la vida no tiene valor. Como que cualquier cosa puede suceder. Entonces, o te podía caer una bomba o podías desaparecer. No había la seguridad de nada.
Con esta exposición marcas un regreso al color rojo.
Sí, es un retorno. Yo siempre he estado marcado por este color. He tratado de apartarme un poco para romper con esa monotonía. Hice varias exposiciones con mucho rojo, pero en el 2009 más o menos cerré ese ciclo. Para mí el rojo es un color muy erótico, de la sensualidad. La fuerza de la imagen me importa mucho, también sugerir situaciones. Siempre juego con la dualidad de lo sexual, de las parejas y quizás me desbordo. Trato de salir de la relación sencilla y simple para hacerla un poco más grotesca.
¿Este regreso al rojo tiene que ver con las muertes que ha dejado la pandemia?
Creo que no. Trato de salir de ese tema. Yo he tratado de refugiarme en el arte para pensar en otras cosas, es como un escape. He volado por otro lado. Aunque a veces inconscientemente las cosas se meten en tu cabeza. Felizmente a mí no me ha afectado el virus, quizás si eso hubiera pasado se vería en mi pintura.
Lo decía porque el rojo que prima en esta muestra se relaciona de alguna manera con la violencia y la muerte.
Sí, es cierto. Yo tengo una serie que aún no he presentado que surge a raíz de la muerte. Son personajes de entierros, calaveras mexicanas que están en Puerto Rico, pero que aún no he terminado de desarrollar. No tiene que ver con la pandemia sino que es sobre algo personal.
¿Cómo definirías tu imaginario pictórico?
Mi pintura es como una jauría de personajes que emergen del subconsciente. Que tiene mucho de las experiencias vividas. Todos hemos pasado por situaciones donde hemos desbordado de imaginación en diferentes aspectos. Mis personajes son seres antropomorfos, asexuados, pueden ser hombres o mujeres, tienen algo de bestia. Hay otros más juguetones que son los arlequines. Está presente el bien y el mal, lo profano y lo sagrado.
¿El título que le da nombre a esta muestra es solo un guiño a la película Profundo Carmesí de Arturo Ripstein o hay una relación más estrecha?
Lo relacioné porque desde que la vi siempre me ha fascinado la película. Hubo un tiempo en que tuve una obsesión por el contenido. El título siempre me pareció bacán y me dije que algún día tenía que hacer un trabajo sobre este tema que toca la violencia en la pareja, el deterioro de los valores y todo eso. Me encantó todo, incluso los colores que toma la película, los personajes que son medios monstruosos.
¿Hay alguna historia puntual sobre los cuadros, además de su relación con el cine?
Cada obra es una parte de tu historia, de tus remembranzas. Tengo un cuadro que se llama “Los pasos perdidos” que retrata digamos, un burdel. A veces se te viene a la memoria esos ambientes rojos, con algunos signos tétricos. Es como rescatar algo de tu memoria, una anécdota.
Una pintura en particular llamó mi atención, aquella en la que los personajes parecen estar en una fiesta.
Es “El baile”. La figura central es un perro verde. La hice cuando pintaba mucho a estos animales. Me puse a trabajar y salió este perro en medio del cuadro. Todo lo demás se armó en torno a él. También aparece un toro, que es una remembranza de Cajamarca y las corridas en Celendín, donde nací. Fui haciendo una composición donde algunos personajes de mi historia participan.
Más información: Hasta el sábado 27 de febrero en el Espacio Icpna San Miguel (Av. la Marina 2469). De martes a sábado de 10 a. m. a 6 p. m., previa inscripción en la web cultural.icpna.edu.pe
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