“Ajochar” es una palabra añeja, pasada de moda, que significa presionar, perseguir, asediar. El pintor Jorge Piqueras, fallecido el día viernes 2 de octubre en París, la utilizaba como título para diferentes cuadros suyos. En efecto, resulta un verbo ideal para comprender su obra: enfocar un centro en las dos dimensiones de un plano, advertir la presencia de elementos que quieren intervenir dinámicamente y constreñirlos con la geometría.
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Nacido en Lima en 1925, hijo del arquitecto y escultor español Manuel Piqueras Cotolí, el inquieto maestro se interesó por la escultura, la pintura y la fotografía. En 1949, viajó Europa gracias a una beca del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid y en 1951 realizó sus primeras individuales en Roma, Florencia y París. Junto a Jorge Eduardo Eielson, Alberto Guzmán, Benjamín Moncloa, Emilio Rodríguez Larraín, Joaquín Roca Rey y Fernando de Szyszlo, Piqueras formó parte de una de las generaciones más notables de la plástica peruana.
Recuerdo de colega
Una foto que circula en redes, acompañada de lamentos por su muerte, recoge una escena de la Bienal de Venecia de 1966, en la que, sobre una butaca de museo, Piqueras posa con sus colegas peruanos Alberto Guzmán, Jorge Eduardo Eielson y Gerardo Chávez. Este último, conmovido por la ausencia del amigo, recuerda la escena: “Aunque pertenecía a una generación más joven, tuve la suerte de ser asimilado a ese notable grupo de artistas para representar al Perú en la bienal de Venecia. Todos ellos fueron grandes pioneros. Y Piqueras marcó un precedente”, afirma.
“El siempre fue un buscador. Compartía una corriente fraterna con su colega y amigo Emilio Rodríguez Larraín. Ambos hacían una dupla sumamente interesante. Pero nos vamos yendo, el camino se nos hace cada vez más corto”, lamenta Chávez.
El estallido final
Luego de su larga residencia en Europa, Piqueras regresó al Perú en 1987 como invitado especial de la III Bienal de Trujillo, y fijó su residencia durante seis años en Lima. Volvería a Roma en 1993, para volver al país en 1998. Una década después, eligió París para radicar hasta sus últimos años, trabajando en su taller ubicado en el céntrico barrio de Beaubourg Saint Denis. “A pesar de tener 95 años, él siempre siguió trabajando. La muerte lo sorprendió pintando”, señala Chávez.
Una de sus últimas presentaciones en el circuito local fue su muestra “Obra reciente”, inaugurada en desaparecida galería Lucía de la Puente en enero de 2014. Entonces el curador Jorge Villacorta definió sus obras como “combustiones, bifurcaciones y encrucijadas en el plano del lienzo”. La frase dejó satisfecho al artista. “¿Por qué no? –nos comentó entonces–. Son adjetivos que se pueden poner. Mi obra parece un estallido, pero no lo es. La verdad es que son mis tripas. Es una pulsión, algo visceral”, señaló.