Amado y criticado como pocos artistas plásticos nacionales, Fito Espinosa es dueño de un estilo naif que ha sabido conectar con un amplio público y diversas marcas que lo buscan para darle valor agregado a sus productos. Desde panetones hasta papel higiénico. Fito, sin embargo, asegura que solo atiende el diez por ciento de pedidos y que uno de sus principales retos ahora es encontrar el camino para independizar lo que vendría a ser su marca pictórica registrada para buscar nuevos rumbos estilísticos.
Nos reunimos en su vivienda-taller-tienda para conversar sobre la indagación de lo femenino en su obra y los retos de un estilo demasiado exitoso. Allí, entre su obra, en esa añeja casona miraflorina, el artista recuerda aquella vez en que la madre de un niño con síndrome de Down lo contactó para pedirle el diseño de un tatuaje, pues su arte le permitía contactarse mejor con su hijo. O el caso de una persona en estado terminal que solía visitar su local porque quería pasar sus últimos días rodeada de ese inconfundible arte suyo, cargado de lo que también podría llamarse una inocencia comercialmente eficaz.
— Has dicho anteriormente que eres una persona tímida. Es una especie de dificultad emocional. Las personas tímidas se cansan mucho de relacionarse con otras personas. Por eso te relacionas mejor con las cosas, y para pintar y dibujar estás horas y horas encerrado. Cuando me relaciono mucho con la gente me canso. Es como gastar mucha energía.
— ¿Y cuándo te diste cuenta de que eras así? Desde chico. En la secundaria la exigencia de los hombres era ser ganador: salir, jugar fútbol, tener novia, ser juerguero. Y para mí fue muy difícil toda una etapa de tratar de cumplir con lo que se valora en el hombre, y ese es el tema que comencé a desarrollar en mi trabajo: el otro lado, el lado introspectivo, de las emociones, de conectarte de otra forma, el lado de la energía y la fuerza vital femenina.
— Lo que el machismo arcaico llamaría “afeminado”. Claro, yo he sufrido un poco eso, porque no es que me haya vuelto afeminado, pero yo no tenía ganas de pelearme, y en el colegio todos se insultaban, y encima estudié en un colegio de hombres, en el barrio de Bellavista. En este mundo de hombres en el que yo crecí, cualquier cosa que tuviese una característica femenina era una razón para burlarte. El saludo es “¡oye, maricón!”. Y si juegas fútbol y eres débil te dicen: “¿Eres gay? ¡párate!”. Y yo sufrí en el sentido de que no me nacía eso. No me nacía pelearme por meter un gol. Cuando se agarraban a golpes por el gol yo me reía, me parecían estúpidos, obviamente.
— ¿Y cómo trabajas esto en relación con tus hijos varones? El mayor va a cumplir 7 y, sí, me cuestiono algunas cosas, porque él es un poco delicado también. Le gusta el fútbol, pero no es tan rudo y yo no tengo ganas de obligarlo a que lo sea. Yo quiero que disfrute, no quiero que quiera ser el mejor. Ser el mejor ganándole a los otros a los 7 años me parece una tontería, pero todos los papás quieren eso. Todos quieren que sus hijos sean como Messi.
— O como Paolo. ¡Sí! Y Paolo es “guerrero”, pues, es el ejemplo de la energía.
— La virilidad en pleno, digamos. Sí, pero sería bacán ver el otro lado también, porque nuestra sociedad apunta a ver lo que podríamos llamar el yang, lo masculino. Todos al guerrero, al ganador, al que lucha, al que estalla, el que es visto. ¿Y qué hay del otro? Lo otro no es considerado muy chévere, o sea, la receptividad, la capacidad de acoger, el que comprende, el que da, el que no está queriendo ser la estrella: la energía que sustenta y soporta lo otro.
— ¿Qué certezas has ido obteniendo sobre lo femenino a lo largo del tiempo?Para mí lo femenino no necesariamente es lo suave o débil. Lo femenino es esta energía que tiene que contraponer al ego, a lo masculino, al propósito. Lo femenino vendría a ser el otro lado, todo lo que hace que eso pueda darse, pero que no es visto, porque es justamente el lado oscuro. Pero no hablo de hombres o mujeres, hablo de una energía, de una pulsión. Son dos fuerzas que se dan en todas las personas.
—Y tú tienes más de femenino que de masculino. En mi caso es obvio. No tiene que ver con que seas hombre o mujer, tiene que ver con cómo esa energía se canaliza en ti. Si uno es más receptivo o introvertido, si uno quiere apreciar las cosas, y si no tienes ganas de chancar al otro para ganar, definitivamente tienes una dosis más femenina. Ahora comienzo a entender que lo femenino y lo masculino no tienen nada que ver con el género ni con hacia dónde orientas tu vida sexual, y que las dos energías tienen que balancearse. Eso es lo que yo trato de proponer. A los hombres no nos inculcan a aceptar nuestro lado femenino, y tal vez eso es una de las razones de que en nuestra sociedad la cosa esté tan desbalanceada y haya tanta violencia contra lo femenino y, por ende, contra la mujer. La sociedad, durante siglos, ha ensalzado lo masculino.
— En tu obra parece estar siempre presente la búsqueda por alejarse de la tristeza. ¿Cómo has logrado espantarla en tu propia vida? No sé si lo que el artista intente es espantar a la tristeza, porque espantarla es darle más importancia. Creo que tienes que asumirla, porque así como al espantar tu lado femenino terminas odiándolo, si botas la tristeza y no la asumes primero no vas a poder vivir tranquilo. ¿Cómo la he espantado? Estando triste. Mi mamá murió cuando yo tenía 26 años, cuando acabé la universidad, y estuve deprimido durante mucho tiempo. No entendía nada. Porque no fue solo que ella murió, sino que estuvo enferma mucho tiempo, en una época en que yo recién empezaba a ver qué hacía con mi carrera.
— Eran los años del terrorismo, además. Claro, y no había plata, y a mi papá no le hizo gracia que yo estudie pintura. Tuve que agenciármelas, y yo estaba convulsionado y confuso. Yo he hecho una terapia con mi trabajo. He pasado años y años metiéndome y sintiendo eso: la confusión, la tristeza, la rabia. Y, además, era estudiar pintura en la época del terrorismo, cuando todo el mundo quería irse y las tías me decían: “Fito, tú eras tan inteligente, ¿por qué estudias Arte?”. Yo escuchaba eso y me deprimía más.
— Has hecho zapatillas Fito, bolsos Fito, panetón Fito. ¿Qué te has dicho que definitivamente no harías? Ya no digo un no definitivamente a nada, porque uno nunca sabe. Lo de las zapatillas, pinté un par, pero eran de exhibición, para promover un concurso, y todo el mundo me escribió pidiéndome las zapatillas. Claro, visto de lejos la gente puede pensar que tengo las zapatillas, ¡pero no tengo las zapatillas!
—¿Y si viene una marca de papel higiénico para ofrecerte un trabajo? Ya vinieron. O sea, yo he hecho el diez por ciento de cosas que me han propuesto.
— ¿Te sientes estigmatizado, que se diga que Fito hace de todo? Ya me acostumbré. Todos generalizamos. Además, llegué a un punto en mi vida en que me cansé de pintar y exponer cada dos o tres años en una galería para que dure tres semanas y te vea un grupo de gente que es muy élite finalmente. Vivo en el Perú y creo que el arte puede cumplir una función social si realmente llega a más gente, pero yo sabía que meterme a hacerlo iba a traer este costo, porque obviamente no tengo ayuda de nadie. Tengo que vivir.
— Hace tres años, cuando hiciste tu retrospectiva, dijiste que quizá ya era momento de hacer un quiebre en tu obra e ir más allá de lo naif. ¿Sientes que estás atrapado en el estilo? Un estilo exitoso, además. Es una historia compleja, porque tiene que ver con qué he estado haciendo con mi trabajo en los últimos nueve años, que es crear un estilo para llegar a más gente. Mi trabajo ha adquirido un camino distinto al camino habitual del artista plástico que vende a través de galerías. Yo desde un inicio quise ser ilustrador, que es muy distinto a ser artista plástico. Mi plan ha sido tratar de no negar nada… Por lo que me siento atrapado es por la dificultad de cómo manejar mi trabajo habitual, el que ya conoce la gente, y que se independice de mí para yo poder hacer una propuesta diferente. Estoy atrapado en eso. Si me piden ilustraciones o un cuadro, yo lo diseño, yo lo dibujo, yo hago todo, y ya me estoy cuestionando eso. El siguiente paso, aunque no sé si lo voy a hacer, es contar con otras personas que trabajen para mí para temas a nivel editorial.
— ¿Fito Espinosa se ha vuelto demasiado grande para el propio Fito? Quizá. Sigo trabajando a la manera clásica del artista que lo hace todo, pero ya se dio un tamaño que no lo puedo manejar con ese método.
—O sea, ¿tienes que dejarlo ir para volver a ti mismo? Exactamente. Por eso el gran tema ahora es cómo hacer algo que nunca he hecho, que es delegar una ilustración. Entonces, quizá, cuando logre organizar eso, ya pueda tranquilamente indagar, meterme en mí y transformar.
MÁS INFORMACIÓNLugar: Sala de Arte Moderno de Larcomar, Miraflores. Temporada: del 1 al 29 de junio. Ingreso libre.