A primera vista, podría parecer paradójico que un artista como Liam Young, cuyo trabajo consiste en construir ciudades saturadas por la tecnología, haya tenido que cancelar sus actividades presenciales debido a las manifestaciones que a diario se viven en la capital, a causa de conflictos que, podría decirse, tienen un origen pre industrial, problemas no resueltos en los últimos dos siglos. Sin embargo, pensémoslo dos veces. El cineasta y arquitecto australiano advierte cómo las tecnologías más recientes operan subterráneamente, organizando, por ejemplo, a los manifestantes a partir de las redes sociales. Es por ello que “Construir Mundos”, título de su exposición individial cobijada por el Museo de Arte de Lima gracias a Fundación Telefónica Movistar, no es, advierte, una celebración fetichista de lo tecnológico sino, por el contrario, una investigación sobre cuáles son sus implicancias culturales.
Las películas de Young son el resultado de una rigurosa investigación académica y de su trabajo como profesor invitado en el MIT y las Universidades de Princeton y Cambridge en las que confluyen el diseño, el estudio de futuros y la creación de poderosos relatos audiovisuales. Historias filmadas con escáner láser, drones autónomos y otras técnicas digitales que atrapan al espectador por la potencia de las imágenes, y que parten de su estrecha colaboración con prestigiosos expertos, científicos y tecnólogos. Nominado a los premios BAFTA, sus películas han sido proyectadas en museos como el Metropolitan de Nueva York y la Royal Academy de Londres y plataformas como Channel 4 o el festival South by Southwest. Su obra está presente en las colecciones del MoMA, el Met, el Victoria and Albert, el l M+ de Hong Kong y la National Gallery de Victoria, y ha sido reconocida por medios como Wired, New Scientist, Arte, Canal+ y la revista Time.
“Me interesa, por ejemplo, ver cómo las tecnologías no están repartidas de forma pareja”, explica Young, entrevistado en un hotel de San Isidro, lejos del museo limeño, lastimosamente cerrado por seguridad. Para este creador de mundos distópicos, resulta estimulante investigar tanto en las culturas o ciudades donde llegan primero las tecnologías de punta, como también aquellas que la reciben desde los márgenes, tras una larga postergación. “William Gibson, quien acuñó el término de “Ciberpunk”, hablaba mucho sobre cómo la gente le da sus propios usos a la tecnología. En ese sentido, a mí no me interesa la tecnología por lo nueva o brillante que esta puede ser, sino cómo es adoptada por la gente. El Ciberpunk te habla de alta tecnología y cultura popular. La tecnología no es brillante ni novedosa, pero la gente la utiliza de formas insospechadas, a veces de maneras para las que no estaban diseñadas”, explica.
Es por ello que, en un lugar como el Perú, tan lejos de las megaciudades que podrían considerarse ya paisajes de ciencia ficción, la gente desafía el enfoque tradicional de la ciencia ficción utilizando la tecnología a su manera. “Nuestro rol, como constructores de mundos, es explorar cuáles son las tecnologías emergentes y como pueden ser utilizadas. A través del cine, y a partir de lo que descubrimos en el lugar, tratamos de hacer un prototipo de una ciudad como Lima”, señala.
Un ejemplo de ello puede advertirse en la piezas audiovisual “Donde la ciudad no puede ver”, en la que se especula sobre una tecnología emergente como la de los vehículos autónomos. “En este trabajo, exploramos cómo los autos “ven” y entienden el espacio que los rodea en la ciudad. No hablamos del usuario de un Tesla, por ejemplo, sino de un grupo de adolescentes que quieren irse a una fiesta rave. ¿De qué manera la tecnología hace distintas sus vidas? ¿Qué sucede con un grupo de jóvenes en una ciudad donde el monitoreo electrónico es de altísima precisión? ¿Cómo los adolescentes pueden escapar de esta vigilancia ellas para bailar, tener sexo o escuchar música”.
O como el uso de las redes sociales permiten a grandes grupos sociales organizar marchas políticas, por ejemplo...
Exactamente. Justamente la persona que nos ayudó para el soundtrack de un trabajo como “Planet City” alcanzó cierta fama por componer lo que sería el himno de la Primavera Árabe, un movimiento que tumbó gobiernos, organizado solo por textos y mensajes de Facebook. Nos interesa mucho la democratización de las redes. La historia de “Planet City” sigue a millones de personas que empiezan a abandonar las ciudades existentes para encontrarse en una metrópolis multidensa, algo que las Naciones Unidas nunca podría haber planificado, pero sí es posible a través de las redes sociales, un medio que facilita una organización a gran escala.
Has usado un término como “Ciberpunk”, que ya parece un tanto ‘vintage’. La palabra es una contradicción en si misma: nos habla del futuro desde una perspectiva que alertaba la ausencia de este, el “no futuro”. ¿Cómo se resuelve esta contradicción en tu trabajo?
Es totalmente irónico que muchos diseñadores de tecnología utilicen la ciencia ficción para plasmar en sus diseños esta idea de futuro. Pienso que es una lectura incorrecta de la ciencia ficción. Nosotros utilizamos la ciencia ficción para entender qué es lo que podemos lograr, qué es lo que los humanos podemos hacer. El “ciberpunk” es, mas bien, una herramienta para entender los miedos de una época. Pienso en una película icónica de los años ochenta como “Blade Runner”: más que su exactitud para predecir el futuro, destaca por haber sido una crónica del nacimiento del “boom” electrónico, en una época en que toda la tecnología estaba siendo hecha en Japón. La gente empezó a temer que este gigante asiático, en algún momento, pudiera tomar el mundo. Y se imaginó entonces un híbrido japonés americano. En ese sentido, la ciencia ficción nos ayuda a entender los miedos del presente. En efecto, la predicción es un efecto secundario de la ciencia ficción. Tomemos una obra como “1984″, de George Orwell. No es una gran novela por el hecho de predecir que viviríamos en un presente orwelliano, sino mas bien por haber sido escrita en 1948, cuando Orwell empezaba a ver tendencias que desembocarían en profundos cambios sociales. El hecho de que hubiésemos llegado a tener presentes parecidos a los que se narran en “1984″ no dice tanto de la capacidad adivinatoria de Orwell, sino de nuestra incapacidad para escuchar el mensaje que él intentaba decirnos entonces. Es por ello que nuestro propósito al trabajar la ciencia ficción es tener ciudadanos más informados sobre la tecnología, para que aprendan a tomar mejores decisiones. Eso es lo que nos llevará a un futuro más positivo.
¿Una obra tuya como “Planet City”, que alerta sobre la terrible concentración de personas, es parte de eso?
En “Planet City” la idea no es pronosticar que habrán 10 mil millones de personas en el planeta, sino mas bien hacer un experimento mental para imaginar qué cambios en los modos de vida se requerirían para vivir de manera mas sostenible en un futuro. Espero haber logrado algo que, a la vez, resulta una utopía y una distopía. Lo que queremos hacer, en realidad, es obligar a que el público se imagine un futuro complejo para que saquen sus propias conclusiones, utilizando sus propios valores. Imaginar qué decisiones tomarán al verse enfrentados a estos futuros. Si el futuro lo vemos como un territorio oscuro, cada historia de ciencia ficción funciona como una linterna encendida en alguna dirección. Cuantas más linternas se vayan prendiendo, más se iluminará nuestra idea del futuro y será más fácil navegar por él.
¿Qué libro prefiere en su visión de futuro? ¿“1984″ o “Un mundo feliz”? ¿Orwell o Huxley?
¿Me preguntas si soy optimista o pesimista? Soy un optimista en el sentido de que todo lo que podamos necesitar para resolver las crisis que tenemos, ya se ha inventado. No tenemos que esperar a que ningún multimillonario de la tecnología como Elon Musk o Jeff Bezos vengan a resolvernos el tema del cambio climático, por ejemplo. En la mayoría de los casos, incluso, la tecnología necesaria ya tiene 15 años en nuestro planeta. Eso me llena de esperanza, pues me dice que lo único que nos frena somos nosotros mismos. Lo que me aterra, por otro lado, es que a pesar de que esas tecnologías hayan estado aquí tanto tiempo, sigamos haciendo lo mismo. Veo bastante lejos el día en que nos confrontemos para hacer lo correcto. Cuando analizamos la Primavera Árabe, por ejemplo, es extraordinario cómo las redes sociales permitieron a las personas organizarse en dimensiones nunca antes vistas. Sin embargo, las mismas tecnologías se usan para extender el miedo hacia las vacunas o para elegir a un idiota como Donald Trump. La tecnología no es neutral, no es una solución. Son una extensión, una exageración de nosotros mismos. Digamos que frente a ello siento un 50% de miedo y un 50% de fascinación. Nosotros vemos este proceso desde una perspectiva cultural más que tecnológica. El frente de batalla actual no es tecnológico sino el cultural.
No llegaste a responderme sobre tu libro preferido. Supongo que no te gusta que en ninguno sus protagonistas terminen bien: uno termina alienado por el sistema, el otro suicidándose.
Al final de cuentas, soy pragmático (ríe).
Eres un cineasta y un arquitecto que no construye casas sino historias. ¿Hubo algún filme que haya definido tu vocación artística? ¿”Metrópolis”, “Blade Runner”, “Ghost in the Shell”, por ejemplo?
Irónicamente, yo empecé trabajando como arquitecto en el estricto sentido del término, en el estudio de Zaha Hadid, ¡el avant garde de mi profesión! Sin embargo, vi que, en realidad, solo trabajábamos al servicio del capital, para gente muy rica y horrible. Construíamos legados para los poderosos. Y me di cuenta que los problemas que me preocupaban no se podían resolver diseñando edificios. Allí empiezo a ver cómo la tecnología cambia las ciudades. Los arquitectos hacen cambios en el espacio, pero la arquitectura no podía incidir en temas como la tecnología móvil o el acceso a las redes. Es allí cuando empecé a involucrar esos temas en mi trabajo, y decidí no trabajar más para el poder.
¿Cuánto más se puede influir en la arquitectura desde un video especulativo?
Estas historias tienen un efecto mucho más inmediato. Un ejemplo se dio en los años sesenta y setenta, con colectivos como Archigram y Superstudio, que en Londres generaron proyectos ficticios futuros. Pensaba en proyectos de arquitectura futura en un Reino Unido de post guerra, imaginaron ciudades que podían desplazarse de un lugar a otro, que podían aparecer o desaparecer, o que podían ser lanzadas desde globos de aire caliente. Si bien nunca construyeron nada, yo diría que tuvieron más influencia en la arquitectura británica de la época que ningún proyecto construido. No me siento inspirado tanto por la ciencia ficción, sino que uso el género para narrar historias sobre arquitectura o tecnología, uso la máquina de Hollywood no para filmar una fantasía o algún tipo de escapismo, sino para hablar del cambio climático, para ver como la tecnología va a cambiar nuestras vidas.
Te preguntaba por las películas, porque muchas veces se toma a “Metrópolis” como el punto inicial de la especulación arquitectónica futurística. Curiosamente, sus diseños se basan en las pirámides egipcias o las fortalezas israelitas construidas sobre las montañas. ¿Nuestra idea de futuro no es otra cosa que una permanente referencia al pasado?
(Ríe). En cierta forma, lo único que es consistente somos nosotros mismos. Hablando de la tecnología como una extensión de la cultura, una película, un filme trata de valores. Y al final, terminan recirculando entre nosotros, terminamos contando siempre las mismas historias, los mismos problemas, permanentemente reiniciados. En cierta forma, producimos la misma película muchísimas veces, de forma distinta. Más que un pasado perpetuo, lo veo como un presente sin fin. Al final, el futuro son historias que nos contamos para ver nuestro presente de maneras distintas.
Finalmente, tienes un precioso filme en que en dos altas y precarias torres, habitadas por personas muy solas, dos amantes intercambian mensajes de amor por drones. Mis abuelos pudieron haber hecho lo mismo con palomas mensajeras...
Exacto. Me inspiré en la imagen de dos niños intercambiando mensajes, lanzándose papelitos, en un salón de clases, cuando no había celulares. La exhibición que acoge el MALI presenta seis mundos futuros. Habiéndolos conocido, la idea es que el espectador regrese a su ciudad y la vea de manera distinta. En una cita muy famosa, Proust decía que una verdadera travesía de descubrimiento no busca descubrir nuevos mundos, sino regresar a tu tierra y verla con nuevos ojos.
Más Información
EXPOSICIÓN: LIAM YOUNG. CONSTRUIR MUNDOS
LUGAR: Salas temporales 1 y 3 del MALI, Parque de la Exposición, Lima. Temporada: hasta el 7 de mayo. Ingreso: Libre.
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