Las grandes aves son los guerreros muertos que han ascendido a los cielos y cuando bajan a la Tierra nos deslumbran con el brillante tornasol de su plumaje. Eso dicen los pueblos de la selva, que conservan cada pluma porque es un símbolo que viene desde arriba. Biológicamente es una ligerísima cadena de proteínas interconectadas por puentes disulfuro que permiten el despegue de un esqueleto compuesto por sacos de aire, también llamados huesos. Mitológicamente, cada pluma aviar –sea remera, timonera, sensorial u ornamental que se coloca en coronas, diademas, tocados, máscaras, pectorales, taparrabos y flechas— no es otra cosa que un fragmento de energía divina atrapada en pleno vuelo.
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“En las mitologías amazónicas, las aves también fueron ‘gentes’ que enseñaron el uso del fuego a los humanos o que participaron en guerras mitológicas armados de sus picos-lanza. Las coronas están elaboradas con plumas de guacamayo, loro, paujil, gavilán y tucán. Con las del tucán se tejió la corona ‘tentem’ awajún, un pueblo de la familia jíbara en el que los términos amar, pensar, sentir y corazón, comparten la misma raíz ‘anen’. El corazón como ubicación del pensamiento”, dice Marina García Burgos (Lima, 1968), fotógrafa perdidamente enamorada de la floresta que ha decidido reaparecer en galerías homenajeándola desde una exposición dividida en cuatro series.
Geometría de escamas
La artista —que empezó ilustrando magazines y revistas de esta casa, se desmarcó hacia la fotografía comercial, luego hizo retrato social, editoriales de moda y ensayos sobre la memoria y los Derechos Humanos— encuentra un nuevo leit motiv en la soberbia belleza de la jungla. Y al atravesar con una cámara fotográfica algunos caminos de agua como el Cumbaza, Huallaga y Cachiyacu, le resultó imperativo generar una metralla de flashes sobre fondo negro para desvelar la exquisita belleza que contiene el tocado de algunos guardianes de los bosques: yahuas (Loreto), awajun (Amazonas), cashinahua (Ucayali), quichua lamista (San Martín) y yanesha (Pasco).
La magnificencia y el exotismo del plumaje en los penachos denota la jerarquía de sus poseedores, gobernantes, guerreros y sacerdotes. Para una dimensión estética y diseño del arte que, remontándose a las míticas representaciones aladas de las pampas de Nasca, fue hallando nuevos mosaicos en las deidades Náhuatl. O en el mítico Thunderbird, cuyo aleteo generaba el trueno y su abrir y cerrar de ojos los relámpagos. Serán esas mismas nubes el origen del agua que alimenta los ríos, lagos y árboles como el ojé, más conocido como llanchama, cuyas raíces de corteza blanca y resina cáustica y medicinal afloran sobre la tierra como serpientes en movimiento.
La dieta del ojé es la última bebida del aprendiz en su camino chamánico: a través de un sueño inducido, busca ‘ver’ el poder del árbol, el lado noble de una planta que empieza a curar deslizándose en la penumbra hasta encontrar en algún espíritu furtivo el reflejo de su imponente humanidad. Así, la mirada de García Burgos en “Ojé sobre sí mismo” encontrará en el lienzo uno de los soportes para imprimir su propia imagen. Luego, “En la piel del Paiche”, intervendrá un puñado de hojas de libros y las recubrirá con un baño de pigmento plateado sobre fibropanel de tapa acrílica. Aflorará, entonces, esa geometría escamosa que se ve en un tenebroso viaje con ayahuasca y en los grabados kené.
La serie se completa con cuatro cajas acrílicas que contienen nubes de papel, “Cúmulos”, que son otros libros convertidos en filamentos. Y al final, una confesión. “Me fascina descubrir lo que me falta por aprender de la Amazonía. Su historia, su mitología, de palmeras, flores y cultivos, de duendes y sirenas. De lo que nos anuncian la posición de las nubes o el canto de las aves. Un árbol, el clima, las lagunas o los pongos. Todo está acompañado de un relato. Esas aves, árboles y pongos son humanos como nosotros. Encuentro elementos que me impresionan por lo que significan, por su diseño, color, sonido, simbolismo, textura o recuerdo. Y a través de ellos, voy tejiendo mi relación con la selva como discursos del corazón”.
Más información
Hasta el 22 de noviembre.
Lugar: Galería Impakto.
Dirección: Av. Sta. Cruz 857, Miraflores.
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