“Este es un ejército de veintiséis soldados de plomo con el que se puede conquistar el mundo”, dijo el orfebre alemán rellenando sus ingeniosos moldes de letras con metal en lugar de seguir haciendo réplicas impresas con las molestas y tradicionales tablillas de madera. Amoldando los primeros tipos móviles sobre una vieja prensa para aplastar uvas, acomodando trabajosamente letras minúsculas, mayúsculas y dibujos, usufructuando las viejas técnicas del sistema xilográfico manual: así fue como Johannes Gütemberg fue disponiendo sabiamente el plomo dentro de una caja para cambiar la vida sobre el planeta de manera incomparablemente superior que el plomo transformado en proyectil dentro de una escopeta. Eso ocurría hacia el año 1440.
Casi siglo y medio después —exactamente el 7 de agosto de 1584—, un intrépido impresor piamontés afincado en Lima recibiría el permiso de Felipe II para imprimir dos libros: una “Real pragmática”, edicto de cuatro páginas en el que se mandaba quitar 10 días del mes de octubre del año de 1582 en el calendario gregoriano por órdenes del Papa Gregorio XIII, y la “Doctrina Christiana y catecismo para instrucción de los Indios”, el primer libro impreso en Sudamérica que contenía, además, textos en quechua y aimara. Esos fueron los primeros impresos de los cuarenta que el hombre nacido en Turín lanzaría en la Ciudad de los Reyes entre 1584 y 1605, cuando murió. Entonces Lima tenía 10 mil habitantes, la primera universidad del nuevo mundo (1551) y ya era un territorio fértil para el desarrollo del barroco americano.
Clérigos y letrados
“En efecto, entre 1584 y 1700 Lima tuvo el monopolio de la imprenta en el subcontinente y de sus prensas, hasta los días de la batalla de Ayacucho en 1824, salieron más de 5.800 impresos. El erudito jesuita Rubén Vargas Ugarte tenía registrados, hacia 1950, más de 4.500 manuscritos en diferentes archivos del Perú, América y Europa. Las bibliotecas peruanas virreinales sumaban miles de ejemplares y nutrieron luego las primeras colecciones republicanas. Letrados y clérigos, miembros de los primeros grupos criollos y mestizos, afirmaron su presencia abocándose a la escritura, y las élites indígenas del país que inventó los fascinantes quipus fueron abrazando también la nueva fe sin abandonar muchas de sus tradiciones, y asumieron la escritura alfabética y la numeración llamada árabe con el fin de dar cuenta de sus realidades y desvelos”.
Lo dijo Alonso Ruiz Rosas, poeta y agregado cultural del Perú en España, durante la ceremonia inaugural de la muestra “Libros y autores en el Virreinato del Perú. El legado de la cultura letrada hasta la Independencia” que acaba de abrirse al público en el Instituto Cervantes de Madrid. He allí los primeros “incunables peruanos”, libros en lenguas originarias y hasta una gramática de la lengua guaraní escrita por el jesuita limeño Antonio Ruiz de Montoya. Por supuesto, también están las primeras ediciones del Inca Garcilaso de la Vega, Pedro Cieza de León, José de Acosta, Juan Solórzano y Pereyra y Juan de Espinoza Medrano (“El Lunarejo”) junto a volúmenes firmados por Pablo de Olavide, Hipólito Unanue y Eusebio de Llano Zapata.
También se exhiben tratados que contienen vidas de santos y místicos como Santa Rosa, San Francisco Solano, Santo Toribio o Nicolás Ayllón. Hay manuscritos originales del protoeconomista español Juan de Matienzo y del cronista cusqueño Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua. Ciertamente, también se exhibe el manuscrito del célebre texto “Dioses y hombres de Huarochirí”, la obra quechua más importante de cuantas existen recogida por Francisco de Ávila (¿1598?). Obras de fray Francisco del Castillo (“El ciego de La Merced”), el manuscrito de la “Historia del Nuevo Mundo” del padre Bernabé Cobo (1653), la primera gramática quechua de fray Domingo de Santo Tomás (1560), la “Epístola de Amarilis a Belardo” de Lope de Vega (1621) y el “Discurso en loor de la poesía” (1608) de la poeta anónima peruana Clarinda.
Festín de la lengua
En total, son 115 manuscritos los que componen la notable producción bibliográfica del Perú virreinal procedentes de la no menos extraordinaria cantidad de instituciones binacionales que las aportaron: Biblioteca Nacional de España, Biblioteca Nacional del Perú, Real Academia Española, Manuel Ruiz Luque (Montilla), AECID, Universidad Complutense, Universidad de Oviedo, Universidad de Sevilla, Red de Bibliotecas del Instituto Cervantes, Embajada de Perú en España, Fundación Lázaro Galdiano, Centro Cultural Inca Garcilaso, Marqués de Valdecilla y de una multitud de colecciones particulares. El conjunto se exhibirá hasta diciembre en Madrid, luego cruzará el charco y la tendremos en Lima.
No menos admirable será el paciente y dedicado proceso de selección y recolección de cada obra por Ruiz Rosas y la filóloga hispánica Marta Ortiz Canseco. De modo que el conjunto de originales, reproducciones de cuadros, mapas e ilustraciones en forma de cajas de luz y gráfica expositiva eche la suficiente cantidad de luces sobre la riqueza generada a partir de semejante transfusión cultural entre la cultura letrada en el mundo americano, cuna de la más antigua y compleja civilización de América del Sur, y el ilustrado mundo peninsular. Un apetecible bocado que ocurre en el año del Bicentenario y asfalta el camino para el Congreso Internacional de la Lengua Española que tendrá lugar en Arequipa el próximo año, nada menos.
Más información
Lugar: Instituto Cervantes de Madrid
Fecha: Hasta el 5 de diciembre
Inauguración en Lima: CCIGV de la Cancillería, 2022
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