Podrían ser trazos libres a lápiz. O secuencias de imágenes que se yuxtaponen obedeciendo al impulso tánatico de una artista sumergida en corrientes submarinas con un solo elemento terrestre: resmas de fino papel japonés, su materia prima. Paola Denegri (Lima, 1967) bucea por ese mundo con un hilo y una aguja. “Construyo piezas individuales que tienen vida propia”, dice, tejiendo y destejiendo una serie de mosaicos luminosos. Lo viene haciendo desde hace muchísimo tiempo, cuando vivía en Toronto y caminaba por Chinatown. “El ‘polvo de konyaku’ es una fina capa de chuño que hace del papel una especie de fina tela que resiste avatares y tempestades. Es una pena rasgarlas. Son muy delicadas, pero resisten los errores”.
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Fue así como, puntada a puntada, trabajando los hilos sobre el material que encontró en las tiendas de papel japonés, la artista, que también es sicóloga, fue solidificando sus primeras muestras individuales. Hilvanando nubes. Usando la delicada superficie como soporte de otras intervenciones en photoshop. ¿El resultado? Bloques de alto gramaje, fuertes, casi dorados. Una serie de impresos cortados y cosidos a mano. Entes permeables perfectamente texturizados gracias al polvo de konyaku, un producto que le otorga solidez a la delgada corteza original. “Mi técnica también viene del aprendizaje. Intento seguir las pautas académicas, pero hay algo en mí que interfiere de manera tal que empiezo con esas pautas y termino cada obra siguiendo las mías. Son reglas de composición, la clave está en cómo las usas en el espacio”, advierte.
Mujer hilandera
Así, durante el primer aislamiento por la pandemia, Denegri se fue a una playa del sur y, con la paciencia de una hilandera consumada, se dedicó a atar y desatar. “Como en la fotografía analógica, los blancos dejan pasar la luz, lo oscuro la atrapa. El remate o la unión viene con las puntadas. Hilos y agujas finas. Cada puntada es importante, puede cambiar el dibujo. Peleo para que no cambie, pero el color ya lo transformó de todas maneras. Al final, dejo que el error sea parte de la pieza que compuse y así la recompongo”, dice. Producto de todo lo cual es “Volavérunt”, quince piezas que contienen mensajes encriptados. Un envoltorio de pequeñas historias que terminarán desvelando su narrativa.
Una crónica que, formalmente, da cuenta de aves submarinas y oleajes anómalos. Penélopes y poseidones. Cariátides y afroditas olímpicas. Medusas y démones, esos seres intermedios entre lo mortal e inmortal. Y, claro, una que otra folklórica sirena, que curiosamente en griego antiguo significa ‘la que ata, desata y encadena’. Capas de dibujo sobrevuelan las estructuras cromáticas. Los trazos exteriores son traslúcidos, así que el color las atraviesa e implosiona. “Son múltiples imágenes las que se han quedado grabadas en mi retina, pero los dioses griegos y el mar siempre aparecen. Ese legado, dimensionado en proporciones divinas, hago mío. E intento darle movimiento, busco que desaparezcan los espacios muertos, que todo se movilice con vida propia”, dice.
Pero si hay una sola constante reconocible en el conjunto, esa será el mar peruano. “Frío cuando toca estas latitudes, repleto de pájaros y multitud de especies. Nuestra divinidad costeña es azul, verde o gris. Con poca saturación. En algunos días del año aparece el sol. Y cuando eso ocurre, en la costa peruana todo se enciende. Explotan los colores y las formas. Se revuelcan el azul acero, el ultramar verde y el gris. La costa del Perú, ahí está mi vida”, susurra. ¿Y qué distancia evolutiva separa a “Volaverunt” de “Ojos que ven, corazón que no siente”, tu muestra del 2013? “Algunas imágenes regresan cargadas de magia. Otras no han vuelto, pero han dejado una sombra tan profunda y en movimiento como el mar”, responde.
Y agrega: “Entre ambas muestras está el naufragio, la pérdida que no acaba. Es la resistencia de la memoria. Son las punzadas agudas que me acompañan siempre. Los personajes recuperan su vida en esta muestra, son un intento de reforma gráfica”. ‘Volaverunt’ es una expresión latina que se emplea para significar que algo faltó del todo, se perdió o desapareció. ¿Qué faltó, se perdió o desapareció esta vez?, le consultamos. “Siempre hay ausencia dialéctica. Soy un barril insaciable. No tengo fondo. Soy un ser cargado de carencias afectivas. Un nido del cual empezar. Y al cual quisiera regresar. Inexistente. En construcción. No renuncio. Algún día, espero, seré japonesa. De un solo trazo o de unas cuantos hilvanes surgirá una obra simple y perfecta. Por ahora, soy peruanísima”, contesta. Y hundiendo la aguja, remata: “Esta podría ser también una historia de amor: el amor se cose y se descose”.
Más información
Lugar: Galería Yvonne Salguineti (virtual), Librería La Rebelde (presencial).
Fechas: Del 20 de enero al 19 de febrero.
Dirección: Jr. Batalla de Junín 260, Barranco.
Horario: De lunes a domingo de 10 a.m. a 7 p.m.
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