En “Annette”, Adam Driver es un comediante de ‘stand-up’ que atrae a un público ávido de su humor incisivo y provocador; Marion Cotillard, una soprano que destaca en el mundo de la ópera. Ambos llenan teatros, son un imán de reflectores. Y cuando hacen público su amor, se convierten en el objetivo principal de los paparazzis.
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Luego tendrán a una hija que le da el nombre a la película, Annette, y a partir de ese momento comenzará el declive de la joven, bella y talentosa pareja. Un derrumbe psicológico y emocional que es narrado a través de canciones, porque “Annette” es un musical, pero uno bastante oscuro. Ópera rock trágica y delirante que puede descolocar y hasta espantar a un espectador desprevenido.
Los prevenidos, en cambio, sabrán lo que se puede esperar de una película dirigida por el francés Leos Carax (Suresnes, 1960), un cineasta del amor y la violencia, un esteta irreverente que para la ocasión se juntó con el dúo de art pop estadounidense Sparks (los hermanos Ron y Russell Mael), encargados de escribir y componer todos los temas que conforman el guion de este filme cantado y coreografiado.
“Annette”, sin embargo, ha generado reacciones divididas. En el Festival de Cannes, donde se estrenó este año, ganó el premio a Mejor Director. En contraposición, gran parte de la crítica ha repetido como una muletilla que se trata de un “Carax menor”. Aquí discrepamos con esa apreciación, porque si bien “Annette” puede tener algunos pasajes menos logrados que otros, los exhibe con la cadencia propia de un musical, con sus bajas y sus intensidades.
De hecho, la película va ganando fuerza conforme se acomoda en su propia extrañeza y empieza a generar una complicidad hipnótica por parte del espectador. Esto ocurre en paralelo a la descomposición de los personajes de Driver y Cotillard, víctimas de su propia fama, del ‘showbiz’ voraz que los persigue y empuja hasta el límite.
También vale destacar la figura de Annette ―en la película interpretada por medio de una perturbadora marioneta―, que actúa como metáfora del artificio y el gran espectáculo que el público consume y aplaude. Hay allí una paradoja: sabemos que asistimos a una representación paródica, pero a la vez nos vemos obligados a aceptarla como natural. Annette es sujeto y objeto a la vez, persona e instrumento.
“Annette” de Carax posee ciertas reminiscencias al colapso femenino en “El bebé de Rosemary”, al fracaso y la sociopatía de “El rey de la comedia” e incluso a los ideales y sueños truncos que puede conllevar el glamour, como tan bien retrató David Lynch en su “Mulholland Drive”.
A la vez, el director bebe de sus propias obras anteriores, particularmente de la idea del romance imposible en “Mala sangre”, y a nivel estético y narrativo de su notable “Holy Motors”, donde también explotó el neón y los reiterativos tonos verdes vistos en “Annette” e incluso ofreció un atisbo musical en una secuencia que protagonizó la cantante australiana Kylie Minogue.
En consonancia con estos tiempos medio presenciales y medio virtuales, “Annette” se ha estrenado en paralelo en el ‘streaming’ y el cine tradicional: desde el jueves pasado puede verse en la plataforma MUBI y también en tres salas de Cineplanet (Alcázar, El Polo y San Miguel). Si bien es una ventaja tenerla al alcance de un clic, la película de Carax es también un estreno atípico en el medio local, un filme que por su exuberancia y despliegue audiovisual merece ser apreciado en pantalla grande. Es casi seguro que no pasará de este miércoles en cartelera. Razón suficiente para recomendarla con entusiasmo.
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