Un soldado al límite de la cordura. Un ejército desorientado. Un enemigo rodeándolo todo. Una selva desmesurada, agobiante, infranqueable. El calor, los insectos, el sudor, las trampas, el napalm, la muerte, el horror… el horror. Un oficial extranjero convertido en mesías en medio de esa selva asiática y esa guerra brutal. Una veneración desquiciada y sanguinaria. Una locura dentro de una locura. Una travesía en río y más allá de cualquier límite. Una cacería tan obligatoria como desesperada. A alguien que aún sigue sin ver Apocalypse Now, puede ser mejor resumirle la película así, dejando que vuele su imaginación. Podríamos agregar que comienza con una escena, mezcla de ensueño y recuerdo, en la que los sonidos de lejanos helicópteros y bombardeos se convierten en The End, el clásico de The Doors. This is the end, beautiful friend, the end. Podríamos decirle que acaba con la misma canción y que se imagine todo lo que pasa entre ambos momentos. O sea, que cierre los ojos y tenga la peor pesadilla.
La adaptación de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, que dirigiría Francis Ford Coppola, cambió los escenarios africanos de fines del siglo XIX por la jungla vietnamita de mediados del siglo XX, convirtiendo el proyecto en uno de los más grandes y delirantes retos de la historia del cine. Su épica y su infierno detrás de cámaras fueron solo comparables a los de la historia que contaba frente a ellas.
Cuando se habla de Apocalypse Now, pueden aparecer en la conversación los ecos de otras grandes películas de guerra: “La cruz de Hierro” (Sam Peckinpah, 1977), un retrato descarnado del frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial, en el que una medalla se convierte en mortal representación del espanto; “Rescatando al soldado Ryan” (Spielberg, 1998) y el sacrificio como lema; “Pelotón” (Stone, 1986) y el sueño roto de héroes condenados a la nada; “Pecados de guerra” (De Palma, 1989), el abismo de daño y crueldad como límite último de las tropas; “Paths of glory” (Kubrick, 1957) y su trasfondo antibélico; “Cartas de Iwo Jima” (Eastwood, 2006) y el retrato íntimo de quienes prefirieron morir a ser vencidos; “La delgada línea roja” (Mallick, 1998) y la sensación de extraña poesía en medio del caos; “El francotirador” (Cimino, 1978) y la supervivencia desesperada de los prisioneros en una jungla caníbal.
La naturaleza de la guerra. La naturaleza humana. Aunque retratan diferentes conflictos, son el mismo al fin y al cabo. En una conversación sobre todos esos filmes puede entenderse lo que inspiró Vietnam. Lo que motivó Vietnam. Lo que terminó con quienes estuvieron allí, aunque hayan sobrevivido. En un primer vistazo, podría hablarse únicamente de una selva insondable, con arrozales infinitos, hostiles cañaverales y enemigos que surgen de las sombras.
La violencia, los gritos, la lluvia, los disparos, las explosiones. Apocalypse Now tiene eso, por supuesto, pero también un poco de cada una de las películas mencionadas, cuyas sombras recorren los pasillos de la historia del cine bélico. Eso fue lo que la ha convertido en un mito; pero esa fue también su mayor angustia. “Mi película no es una película. Mi película no es sobre Vietnam. Es Vietnam. Así es como fue en realidad: una locura. Y nuestra forma de hacerlo se parece mucho al comportamiento que tuvimos en Vietnam”. Era mayo de 1979 y, por fin, después de una intensa lucha de tres años, Francis Ford Coppola podía presentar su película en el Festival de Cannes con sinceras palabras. “Como en Vietnam, estábamos en la jungla, éramos demasiados, tuvimos demasiado dinero, demasiado equipo y, poco a poco, nos volvimos locos”, afirmó frente al público.
A pesar de que presentó su filme con la advertencia de que era una obra aún inacabada, ganó la Palma de Oro –ex aecquo con El tambor de Hojalata-. Acababa de cumplir 40 años, pero sentía haber envejecido lo mismo que envejece el mundo después de una guerra. Él regresaba como un veterano de sus propios combates. ¿Por qué le costó tanto completar la película?
En el corazón de las tinieblas
Esta no es solo una película bélica. Es terror puro, es suspenso, es un drama por el solo hecho de situarse allí. Es también un western. ¿Hace falta explicar por qué? Es un musical de balas y explosiones. Un documental demencial. Probablemente, esas son algunas de las razones por las que Netflix ha decidido programar “Apocalypse now: Redux”, la versión extendida que preparó su director el 2001 y que incluyó un nuevo montaje y 49 minutos más de película. Para algunos, allí perdió su perfección como obra maestra indiscutible; a otros les otorgó nuevas respuestas y una nueva dimensión a algunos personajes. Ahora podrán juzgarlo ustedes mismos, quienes aún no la ven y quienes ya admiran el filme original como una pieza de culto.
El proyecto llegó por primera vez a manos de Coppola antes de empezar con “El Padrino”. Él lo produciría, escribiría John Milius y dirigiría George Lucas. Las productoras no confiaban en financiar un proyecto tan ambicioso. Entre fines de los 60 e inicios de los 70, nadie quería hacer una película sobre Vietnam, mucho menos si esta implicaba filmar en Vietnam en plena guerra, como quería Coppola. Solo cuando la saga de los Corleone tuvo éxito, el director italoamericano pudo materializar el proyecto, pero se vio obligado a asumir la dirección: Lucas estaba ocupado filmando su propia guerra. Aquella película, como Apocalypse, también hablaría sobre “el lado oscuro de la fuerza”.
Aunque se confirmó como responsable del guion a John Milius, a lo largo del proceso Coppola metió mano, insatisfecho y confundido, y también intervino Michael Herr, el reputado periodista y autor de “Despachos de guerra”, el gran libro de crónicas sobre Vietnam. Su visión era importante para darle más realismo al filme, para adaptar en él sensaciones e historias de la vida real. Cuando eso parecía ir caminando, aparecieron sus primeros problemas. Todo inició con el casting. Ni Robert Redford ni Steve McQueen ni Jack Nicholson ni Al Pacino aceptaron el papel principal por diversos motivos.
El elegido fue, entonces, Harvey Keitel, pero tras sus primeras pruebas de cámara y a pesar de su comprobado talento, fue despedido. No transmitía lo que Coppola quería para ese personaje. Entonces –y a pesar de que Nick Nolte quería el papel–, recurrieron a Martin Sheen. Él interpretaría al capitán Willard, en una misión que lo llevaría también a las profundidades de sí mismo: debía frenar a la tribu/ejército del rebelde coronel Kurtz, que interpretaría Marlon Brando. A su lado tenían un elenco tremendo: Robert Duvall, Laurence Fishburne, Frederick Forrest, Dennis Hopper, incluso Harrison Ford y Scott Glenn en pequeños papeles. En el lado técnico, Vittorio Storaro sería el responsable de la fotografía, Dean Tavoularis el diseñador de producción y Walter Murch sería el editor del filme y responsable del sonido –junto a Mark Berger, Richard Beggs y Nathan Boxer–. Este equipo y Storaro ganaron el Oscar por sus trabajos.
Un testimonio fundamental para rescatar los agitados días de filmación es “Hearts of darkness: a filmmaker’s Apocalypse”, documental dirigido por Eleanor Coppola, esposa del director. Él le había encargado que grabara los momentos más destacados del proceso, pero también grabó, en secreto, muchas reflexiones suyas en momentos muy duros. “La película es un desastre de 20 millones de dólares, ¿por qué nadie quiere creerme?, estoy pensando en pegarme un tiro”, llegó a decirle. Y se quedaba corto: el costo de la película superó los 30 millones. Aquella no fue, por supuesto, la única vez que amenazaría con suicidarse. Superado el presupuesto original, Coppola empeñó su casa para conseguir dinero y poder seguir financiando el filme. Estaba en medio de una selva remota, desesperado y en bancarrota. “La película que Francis está rodando –escribió Eleanor por aquellos días– es una metáfora de un viaje al interior de un hombre. Él ha hecho ese viaje y continua inmerso en él. Asusta ver a alguien que amas ir hasta el fondo de sí mismo y enfrentarse a sus miedos, miedo al fracaso, a la muerte, a la locura”.
¿Apocalipsis cuándo?
El exigente rodaje, que repetía las condiciones de los soldados en Vietnam, aunque estuvieran grabando en Filipinas –gobernada por el corrupto dictador Ferdinand Marcos, con el que tuvieron también una dura negociación–, no le daba tregua. Martin Sheen, probablemente agobiado por su propio proceso de desintoxicación de alcoholismo y el desafío emocional que significaron muchas de las escenas, sufrió un ataque al corazón que casi le cuesta la vida. Aunque luego se recuperó milagrosamente, llegó a recibir la extremaunción.
Dennis Hopper vivía en su propio mundo alucinógeno, cercano a la demencia. Marlon Brando llegó con 40 kilos de sobrepeso, después de haber cobrado un millón de dólares por adelantado, y sin siquiera haber leído la novela de Joseph Conrad o el guion del filme. Coppola, por el contrario, bajó casi 35 kilos por el estrés. Los helicópteros eran prestados por el gobierno filipino, pero le eran retirados sorpresivamente en momentos inesperados, pues se estaban intentando controlar revueltas y guerrillas en otras zonas del país. Rápidamente, los vehículos aéreos pasaban de actores secundarios de Coppola a protagonistas de sus propias batallas.
Por si fuera poco, un terrible tifón azotó las islas y gran parte de los escenarios y los decorados para la grabación quedaron inutilizables. La producción se retrasó varias semanas. Laurence Fishburne fue parte del filme entre sus 14 y 17 años, mucho antes de ser el poderoso Morpheus de Matrix. Su personaje representaba a todos los chicos que fueron a la guerra siendo demasiado jóvenes, casi sin darse cuenta de lo que pasaba. Para el actor, fue “la experiencia más impactante de su juventud”. Todo lo que sucedía detrás de cámaras era solo comparable a las imágenes de la propia película: conejitas de Playboy haciendo un show en plena selva, ante la euforia de los soldados; un teniente que confiesa amar el olor del Napalm por las mañanas; soldados surfeando en una playa en pleno bombardeo; una brigada acribillando un bote sin saber que escondían un cachorro, no una bomba; elenco, staff, todos, siendo parte de los rituales salvajes de tribus ancestrales; helicópteros incendiando y atacando poblados a ritmo de Wagner; soldados ebrios, volados, en ácidos o en marihuana, deambulando por la jungla; cuerpos humanos colgados al borde de un río, anunciando el final.
El primero que intentó realizar una versión de “El corazón de las tinieblas” fue Orson Welles, incluso antes de “Ciudadano Kane”, pero desistió. Coppola no desistiría, aunque las inseguridades fueran parte de la depresión y la desesperación que lo agobiaban al sentir que todo se le había ido de las manos. “Lo que más temo es hacer una película de mierda, indigna, pomposa, sobre un tema importante. Y lo estoy haciendo, me estoy enfrentando a ello, lo sé y puedo asegurarte, desde el fondo de mi corazón, que no será una buena película”, le confesó a su esposa en algún momento de desesperación. Felizmente, en eso sí se equivocó: “Apocalypse Now” recaudó más de 150 millones de dólares y fue nominada a 8 premios Oscar, incluyendo Mejor Película.
El horror, el horror
Su labor al frente de este proyecto solo puede compararse a lo que Werner Herzog hizo para llevar adelante Fiztcarraldo. De hecho, otra cinta suya, “Aguirre, la ira de Dios”, lo inspiraría. Ambos son parte de una casi extinta casta de directores para quienes solo importa la película y entregar la tranquilidad emocional o la vida personal entera es parte del oficio. Perder la cordura puede ser, a veces, un necesario sacrifico ritual. Cada desastre parecía superar al anterior. Un rodaje que llevaría, en principio, solo algunas semanas, terminó convirtiéndose en una larga esclavitud de 238 días desde que se iniciara, el 1 de marzo de 1976.
Al terminar, Coppola tenía 370 horas de metraje por montar. Él y Walter Murch empezarían a vivir otra película en esa labor. Aunque la preproducción se había iniciado en 1974, el proceso del filme tardó más de tres años hasta que llegó aquella noche en Cannes. “Francis podía ser capaz de convencerme de que este sería el primer filme en ganar un Nobel”, recordó con ironía John Milius, años después.
“Saigón, mierda, aún sigo solo en Saigón. A todas horas creo que me voy a despertar de nuevo en la jungla”, piensa Willard al inicio de la película. Espera la misión que lo saque de la anomia y lo vuelva a enfrentar al enemigo. Lo hace con renovada ansiedad. La misma que debe haber tenido Coppola mientras filmaba, terco, a pesar de intuir una ruina que no fue. La misma que, a nosotros, nos genera volver a la guerra con ellos a través de “Apocalypse Now”, para poder contemplar lo que Brando/Kurtz describió como “el horror… el horror”.
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