Es difícil decir que la fórmula de la película danesa de Gustav Möller, “El culpable”, era desconocida en la historia del cine. De lo que sí estamos seguros es que no es usual encontrarnos con ella. Esta consiste en que lo único que vemos, en su hora y veinticinco minutos de duración, es a un policía que sostiene una serie de conversaciones telefónicas como parte de su trabajo en una central de emergencias de Copenhague.
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Mientras Asger Holm (Jakob Cedergren) –el policía captado por una rigurosa cámara que hace, con pocas excepciones, estrictos primeros planos a su rostro– atiende las llamadas de auxilio de los más disímiles personajes de la ciudad, nos enteramos de que se encuentra en un proceso disciplinario debido a un incidente en el que, como parte de una intervención de oficio, hizo un disparo mortal a un joven.
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Desde el inicio, el filme da la espalda al cine como espectáculo y deslumbramiento visual. Pero ello no interesa porque los mecanismos de relojería de un apasionante thriller no dejan descansar al espectador: luego de unas llamadas no muy serias, Asger se encuentra con un personaje desesperado y frágil tras el teléfono: una mujer cuyo nombre es Iben (Jessica Dinage), que al parecer ha sido secuestrada por su marido.
¿Pero cómo puede funcionar un thriller si no podemos ver las acciones, los sucesos, las situaciones de peligro? “El culpable” no necesita mostrar nada de eso, solo el rostro del policía telefonista, sus gestos, fases temperamentales y dramáticas. El resto debe ser imaginado por el espectador a partir de la narración oral de la conversación entre Asger e Iben: estamos frente a los poderes renovados del cine moderno.
En efecto, la magia de este filme reside no solo en que mientras vemos a Asger –que conjuga carácter y una secreta vulnerabilidad emocional–, imaginamos otra película gracias al poder de la palabra, de la fabulación que se desprende de la conversación. También hablamos de un guion que hace de la historia que se cuenta una experiencia de sorprendentes falsificaciones, de giros inesperados que producen horror y estupor.
En el fondo, “El cupable” es un estudio psicológico, un sutil drama que nos coloca en medio de un relato que se ofrece por fragmentos siempre incompletos, por aristas y pistas que debemos tratar de encajar y pensar una y otra vez. Este trabajo de constante relectura y reinterpretación, donde lo que vemos e imaginamos se redimensiona de forma casi extenuante, es un rasgo del cine contemporáneo más exigente y osado.
Es cierto también que el recurso de las vueltas de tuerca que dejan estupefacto al espectador podría ser un efectismo que corre el peligro de reducirse al absurdo. Felizmente, esto no es lo que pasa con el filme danés, que sabe dosificar las sorpresas y, sobre todo, hacerlas coherentes respecto al tema del filme. Como dice el título, el motivo que está detrás de la pasión de Asger por rescatar a Iben es la culpa.
“El culpable” hace recordar un filme de Sydney Pollack: su ópera prima de 1965, titulada “La vida vale más”. Allí, Sidney Poitier recibía llamadas de emergencia y trataba de evitar que una mujer se suicide.
Ambas películas hacen, desde las comunicaciones anónimas de la sociedad de masas, un oscuro diagnóstico existencial. En “El culpable”, un policía trata de reparar el daño que cometió, por lo que decide comprometerse con la vida que quiere salvar, más allá de los límites permitidos. Pero no es un héroe. Siempre es un personaje contrito, áspero, aprisionado por el destino. Eso es lo que lo convierte en un filme más cercano a Chéjov o a Kafka que a cualquier cinta promedio de Hollywood.
LA FICHATítulo original: “Den skyldige”. Género: drama, thriller. País: Dinamarca, 2018. Director: Gustav Möller. Actores: Jakob Cedergren, Jessica Dinage, Omar Shargawi, Laura Bro, Johan Olsen.“El culpable”★★★★ (4/5)