Mel es una fotógrafa que recorre la ciudad de Trujillo atenta a sus detalles. Usa una vieja cámara analógica Nikkon para retratar árboles, cuartos de hostales usados tras un encuentro sexual y la gente pasar por las calles del centro. En una exposición colectiva, sus imágenes llaman la atención de una muchacha a la que ella ya había descubierto en la calle, robándole alguna foto, incluso. Desde entonces, ambas desarrollan una conexión especial, acompañándose en un Trujillo en blanco y negro que poco les ofrece.
En una de las escenas de “Entre estos árboles que he inventado”, filme de Martín Rebaza Ponce de León que se presenta en la sección “Hecho en el Perú del Festival de cine de Lima, Mel le habla a su compañera de una vieja película trujillana filmada por Omar Forero. “¿En Trujillo hacen películas?” le pregunta ingenuamente su compañera. En esta entrevista vía Zoom, encontrando al director radicado en Leipzig para seguir sus estudios de maestría en cine, corremos traslado de la misma pregunta: ¿Existe una tradición cinematográfica trujillana? “La gente común no sabe que en Trujillo se hacen películas”, comenta Rebaza. “Cuando fui a buscar locaciones para este proyecto, me preguntaban: ¿Pero aquí hacen películas? La pregunta, de tan repetida, se convirtió en un chiste interno al interior del equipo. Y terminé incluyéndola en el guion”.
¿Tenemos movida de cine en Trujillo?
El cine trujillano, entendiéndolo como producciones que se hace en Trujillo, con equipo de Trujillo y actores trujillanos, no tiene mucha historia. Hasta donde sabemos, empieza con Omar Forero, básicamente. De hecho, siempre está la pregunta si hubo alguien, antes de él, que haya hecho largometrajes de ficción. Hay documentales y películas realizadas en Trujillo, por supuesto, pero como producciones limeñas, básicamente. Quien empezó a hacer ficción con actores trujillanos es Omar Forero. Y por eso en mi película pongo un fragmento de “El ordenador”, visto por las protagonistas. Para mi es una especie de tributo para él. Tuve la suerte de trabajar con él en “Casos Complejos”, como asistente en la preproducción. Después tenemos a Salomón Pérez, que en el 2019 estrenó “Laberinto”. Es mi amigo y productor de mi película. ¡Hasta donde nosotros sabemos, soy el tercer director trujillano que hace un largometraje de ficción! Hay también gente que hace cortometrajes, como José Carlos Orillo o Alex Vega más ligados a lo experimental, al video arte. Trujillo es una ciudad que siempre ha apostado por las artes plásticas. Como fotógrafo, te puedo decir que es muy difícil exponer en galerías convencionales si lo tuyo no es pintura, a menos que seas alguien muy conocido. No me quejo, finalmente, es la ciudad de Gerardo Chávez.
Desde el comienzo del filme está esta la intención de presentar a una fotógrafa como protagonista, y es su sensibilidad como observadora lo que define el proyecto. ¿Cuál crees que es la especificidad del oficio?
El oficio del fotógrafo en Trujillo está muy descuidado. La gente que hace fotoperiodismo lo hace porque realmente le gusta, pero no da dinero. Personalmente, yo nunca quise hacerlo. Si necesitaba dinero, prefería hacía publicidad, fotos en eventos. No me interesan las noticias. Académicamente no tengo ningún vínculo con las ciencias de la comunicación, yo estudié psicólogía, y de forma autodidacta me formé como fotógrafo y realizados audiovisual. A mí me interesa la fotografía desde lo abstracto, la necesidad de ordenar el caos desde un lado intimista. Así construí el personaje de Mel (Maritza Sáenz), quien se sacude de los parámetros tradicionales del fotógrafo . Y allí se basa su conflicto. La ciudad es muy mezquina con su vocación.
En estos tiempos digitales, ella desentona aun más por su apuesta terca por la fotografía analógica y el trabajo en el laboratorio de revelado...
¡Así es! La decisión de filmar en rojo lo que sucede en el laboratorio de revelado mientras el resto se filma en banco y negro tiene que ver con cómo ella concibe este espacio como un templo, un espacio ritual. Revelar, ampliar, es una actividad solitaria, de abstracción total. Las imágenes nacen allí en un espacio completamente sellado. Y es parte de su mirada distinta. La cámara digital dispara una ráfaga de fotografías, mientras que un fotógrafo con cámara analógica sabe que solo hay 36 fotos en un carrete. Eso te obliga a reflexionar antes de disparar. Y ese es el tiempo de un personaje como Mel: caminar lento, observando. Un elemento tan sutil como la fotografía analógica le da un espacio para respirar, para entender que la imagen es mucho más que una captura. Es una suspensión en el tiempo.
Y con ello recuperas una tradición cinéfila en que el revelado de película es el centro de la trama: “Blow Up” de Antonioni es el ejemplo más obvio. ¿Alguna película te marcó especialmente para pensar este proyecto?
Diría que hay tres películas, pero no necesariamente sobre la fotografía. Mi gusto por el cine nació con las películas de Woody Allen, y siempre fui fan de “Manhattan”. Salvando las distancias, fue un germen para el tratamiento visual de este proyecto, el intento de retratar una ciudad utilizando la subexposicion que Gordon Willis utilizó en “Manhattan”. Después, para la sensación de cercanía de los personajes, admiro el trabajo de Wong Kar-wai, sobre todo en una película como “Deseando amar”, que me hacía pensar en personajes incapaces de tocarse, sentados cerca pero sin implicar contacto físico. Y, finalmente, el personaje como artista que deambula sin saber qué hacer, tiene como referencia “El lado oscuro del corazón” de Eliseo Subiela. Quería llegar a esa incertidumbre del artista que no sabe lo que quiere, pero tiene muy claro lo que no quiere.
Hay que ser valiente para confesar a Subiela como referente…
(Rie) Sé que mucha gente lo odia, pero a mí me genera un gusto adolescente. Y lo acepto. No hay ningún problema. Tampoco estamos hablando de Arjona...
Háblame de tu intención de retratar, desde el blanco y negro, una ciudad como Trujillo, siempre colorida en las imágenes de Promperú...
Yo tenía la necesidad de retratar Trujillo inspirándome en “Manhattan” de Woody Allen. En el pequeño camino recorrido por el cine trujillano, la ciudad aún no ha sido retratada. Y yo quería que la ciudad sea un personaje. Más allá de lo estético, yo concibo a Trujillo en tonalidades grises. Un Trujillo melancólico, nostálgico, vallejiano. Normalmente la foto postal de Trujillo es la plaza iluminada, Huanchaco y los caballitos de totora, donde uno va a tomar sol y a probas raspadillas. Por el contrario, cuando yo caminaba por las calles tomando fotos a la ciudad, la veía oscura, sombría, con las calles del centro histórico lamentablemente descuidadas. ¡No somos la capital de la eterna primavera! Pero sigue siendo una ciudad hermosa y sumamente interesante.
La película asume las relaciones de los personajes de forma muy ambigua. Y el deseo se plasma muy sutilmente.
Lo más obvio es el tema del contacto físico. Yo quería que los personajes entre ellos no quede claro qué son, qué están haciendo, si son pareja o no, eso no me importaba. No quería tocar el tema del descubrimiento de la sexualidad. Para mi el tema de la película tiene que ver con la identidad, con el sentido de pertenencia, con esa sensación de suspensión, como cuando no tenemos muy claro qué queremos hacer con nuestra vida. De pronto deambulamos, sin rumbo. Eso no implica que, más adelante, ella decida cosas.
Un proyecto muy personal de la protagonista se basa en tomar fotografías de habitaciones de hostal luego que una pareja ha tenido relaciones. El tema sexual es planteado en el filme de forma muy sutil. ¿Por qué no mostrar más?
Yo quería que la tensión sexual se sienta, pero nada más, que se quede allí. Me gusta la imagen en que la chica esta sentada en la cama de una habitación vacía, escuchando a la pareja que tiene sexo al otro lado de la habitación. Ella solo respira. En la película, todas las escenas de sexo son, en realidad, de post sexo.
¿Crees que los besos están sobrevalorados en el cine?
¡Los besos están súper sobrevalorados! (ríe) Creo que no hay que dar las cosas completas. La obra se completa con la mirada del espectador. Si tu le das más sutileza, el espectador puede construir algo más grande que siente que le pertenece.
La banda sonora que trabajas con Rafo Ráez es otro gran aporte del filme. Tiene ecos de nueva ola, podría funcionar tanto para los años 60 como para hoy. ¿Cuán ligada está a Trujillo?
Llegue a Rafo por suerte. Y lo primero que le dije al comenzar a hacer la película es que quería boleros y sonidos de ambiente minimalistas. ¡Una combinación difícil! Más allá de la técnica, hablamos de la esencia emocional del bolero, de los instrumentos o ritmos claves para dar esa ilusión. Rafo Ráez es increíblemente bueno en lo que hace. Hay temas en la película que son de músicos trujillanos y lo que hizo Rafo fueron los arreglos. Trabajamos un año hasta llegar a lo que queríamos.
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