Estallidos, gritos de desesperación, perros corriendo despavoridos, esquirlas que caen como una lluvia imprevista, humo por todas partes. Para aumentar aún más el dramatismo de la escena, hay que mencionar que está toda grabada a bordo de un auto en plena escapada, con el pie en el acelerador. Suena a secuencia de una película de Hollywood, de un vertiginoso ‘disaster film’, pero no. Lo que vemos es un documental hecho a punta de grabaciones caseras allá por los años 90.
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Se llama “Esquirlas” y lo dirige la argentina Natalia Garayalde (Córdoba, 1982). Mucho del material que incluye en su película lo grabó ella misma, apenas a los 13 años, cuando en su natal Río Tercero –una pequeña ciudad cordobesa– ocurrió una serie de explosiones en la Fábrica Militar que devastó la localidad. Un episodio que marcó para siempre a los vecinos, y que con el correr de los años fue destapando varios secretos. Uno de ellos: la inesperada conexión entre el siniestro en Río Tercero con la venta ilegal de armas de Argentina a Ecuador durante la Guerra del Cenepa (con el Perú como directo perjudicado).
“Esquirlas”, que integra la competencia documental del Festival de Cine de Lima, es un filme íntimo, potente y revelador, por ratos entrañable y por otros terrorífico. Pero que, a la manera de una onda expansiva, deja ideas y emociones resonando por largo tiempo en el espectador. A propósito de su participación en el festival, conversamos con Natalia Garayalde vía Zoom.
Sé que tu plan inicial no era usar las imágenes caseras, sino que el proyecto se transformó sobre la marcha. ¿Por qué finalmente te inclinaste por lo personal y familiar? ¿Lo que encontraste en las cintas difería mucho de tu memoria?
Yo estaba trabajando la película con un operario de la fábrica, Omar Gaviglio, como protagonista. Pero él enferma de cáncer, y yo también tuve dos casos de cáncer en mi familia –mi papá y mi hermana–. Entonces suspendo el rodaje con Omar y en ese intermedio me encuentro con los casetes, porque yo estaba buscando imágenes familiares, por una cuestión personal, digamos. Tenía un montón de material, pero no recordaba lo que había allí. Como en Córdoba no había muchas opciones para digitalizarlos, quien lo hizo fue un sereno que trabajaba en un estacionamiento, y que de noche se había armado una especie de set, como un trabajo extra. Él empezó a mandarme los archivos y allí es que me encuentro con el registro de las explosiones. Yo sabía que habíamos grabado cumpleaños, fiestas, los juegos con mi hermano, pero no recordaba que tenía tanto sobre las explosiones.
Hay algunas secuencias en el documental que parecen de una película de ficción, casi un filme de desastre. ¿Qué otros materiales utilizaste?
Aparte de las grabaciones que hicimos en mi familia, pude reunir videos de un vecino que era periodista y me cedió el material, también de otros vecinos y vecinas de Río Tercero, y archivos de los canales de Río Tercero y de Córdoba. Fui a buscar a los archivos de Buenos Aires, pero allí no encontré tanto.
¿No hubo cobertura de la capital en ese entonces?
En realidad sí fue un caso bastante atendido el de las explosiones, pero después como que no se guardó mucho registro. En el momento en que ocurrió el incidente llegaron periodistas de otros lugares, incluso prensa extranjera. Esa es otra de las cosas que intento mostrar en la película: que con mi hermano grabábamos todo un poco entusiasmados, a pesar de la tragedia, porque de alguna forma estábamos viviendo un hecho extraordinario. Por primera vez nuestra ciudad aparecía en otros medios. Pero después se olvidó, porque es una ciudad muy pequeña, el interior del interior, entonces no tuvo la misma repercusión que otros incidentes similares que también ocurrieron en los años 90 en Buenos Aires, como el de la embajada de Israel o el de la AMIA [Asociación Mutual Israelita Argentina].
Los videos grabados desde el punto de vista infantil tienen un ánimo juguetón, divertido, que le baja un poco la tensión al dramatismo de la tragedia…
No sé si bajarle el dramatismo, pero sí me interesaba de alguna forma mostrar el contraste de la década de los 90 en Argentina: por un lado se vivían hechos muy trágicos, con muchas muertes durante el menemismo, pero simultáneamente había mucho consumo cultural que tenía que ver con la farándula, los programas de entretenimiento. Todos mirando la tele o mirando lo que venía de Estados Unidos. Entonces me di cuenta de que si quería mirar esa década, tenía que mostrar las dos caras: la tragedia de explosiones y los despidos y el vaciamiento del Estado, pero también el de una sociedad entretenida, que tenía la tele todo el tiempo prendida, viendo noticias y espectáculos. La idea era plantear ese contraste. Y claro, a nivel narrativo también me parecía que estaba bien iniciar con las grabaciones familiares como un planteamiento de cómo era una ciudad y una familia de clase media que supuestamente estaba progresando, y cómo ese bienestar se ve interrumpido con un hecho trágico como las explosiones.
El título, “Esquirlas”, funciona como metáfora de esos restos que, tiempo después de ocurrida la explosión, se siguen encontrando por aquí y por allá. ¿De qué manera es un incidente aún no superado?
Sí, el nombre tiene que ver con las secuelas de un hecho que pasó hace más de 25 años. Las esquirlas son los fragmentos de un proyectil que se diseminan y se expanden cuando explotan. Y también lo usé metafóricamente como los fragmentos de recuerdos de esa época. Mi mayor trabajo en la película fue el montaje, porque tenía que unir esos pequeños fragmentos y clips, tomar todos los pedacitos de archivo para crear un relato, un discurso.
Pero está el tema de los químicos y el cáncer como consecuencia, que es muy fuerte. ¿Qué tan segura estás de que esa es una secuela de las explosiones?
El tema de los químicos irrumpe en el proceso de realización de la película, cuando empiezan a aparecer los casos de cáncer. Eso genera un giro en la película, y con las enfermedades dentro mi familia se afecta el proceso mismo de realización y también afecta mi mirada sobre lo que estaba haciendo. Yo estaba mirando una fábrica militar de hace 25 años, pero de golpe vi que en la actualidad esa fábrica seguía siendo una amenaza constante. Entonces empiezo a ver el material de otra forma, los casos de cáncer me cambiaron la mirada del archivo. Por eso comienzo a hablar de esas secuelas, las que tienen que ver con el fósforo blanco y lo que se dispersó en ese momento. Ahora bien, aquí debo hacer una aclaración: no creo que la amenaza sea tanto lo que quedó de las explosiones en 1995, sino más bien lo que se produce actualmente y lo que diariamente se tira al aire. Lo realmente peligroso es lo que se contamina todos los días hasta la actualidad.
Y luego está la revelación de que las explosiones están conectadas con la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador. Sin embargo, no vas más allá y señalas que la historia te empuja a quedarte allí en Río Tercero. ¿Por qué?
Bueno, mi próximo proyecto es sobre la Guerra de los Balcanes: la historia de un Casco Azul que viaja en el 95 a aquella región y se encuentra con soldados que van a traficar armas. Entonces sí es un tema que voy a continuar investigando. Lo que pasó en “Esquirlas” es que sentí que eran demasiados los temas que estaba tocando. Estaba la línea narrativa sobre las explosiones, y otra línea subterránea que tenía que ver con los químicos; por eso meter una capa, la del tráfico de armas, me pareció que era demasiado pretencioso. Además, lo que me empujaba a volver a Río Tercero eran las enfermedades que ocurrían a mi alrededor. Había sido afectada mi familia y, de alguna forma, “Esquirlas” terminó siendo una película que contaba, desde mi subjetividad, cómo vive la comunidad a la que pertenezco. Esa ciudad que casi no tiene defensores, una ciudad que fue olvidada, que sufrió la explosión y convive con ese monstruo al lado. Por eso también decidí hablar de ese tema.
¿Hasta cuánto viviste en Río Tercero y cuál es la situación allá ahora?
Yo viví en Río Tercero hasta los 18 años y luego me fui a estudiar comunicación social a Córdoba. Igual siempre viví en la misma provincia, a 100 km de la ciudad, así que iba a y volvía siempre. La situación actual es la de una ciudad que creció en torno a esa fábrica y que la tiene como un sector intocable, porque es fuente de trabajo. Por eso es tan importante. Pero en general nadie se pregunta mucho sobre lo que pasa en ese lugar, y yo esperaría que con la película esas preguntas comiencen a surgir. Yo estoy a favor de la existencia de la fábrica como fuente laboral. Mis abuelos laboraron allí, y los abuelos de muchos amigos y amigas también, así que entiendo su importancia para el desarrollo de la ciudad. Pero es bueno que se haga de una forma responsable, y que no sea una zona de sacrificio en pos de ese desarrollo.
El dato
Puede adquirir las entradas para ver “Esquirlas” en Joinnus.
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