Se han escrito tantas líneas sobre el tema, como disturbios hubo en los Estados Unidos durante los años 60 y 70. Las estructuras del conservadurismo norteamericano se remecieron amenazantes y cada nuevo día no se medía en horas sino por la magnitud de esos movimientos. Telúricos y estructurales serían también los cambios en su sociedad, aunque aún hoy, 50 años después, algunos se sigan resistiendo a ellos.
Las luchas de reivindicación racial, en la América de Nixon, fueron cosa de todos los días. En cada pequeño lugar de ese país había un afroamericano que seguía anhelando una libertad que la sociedad segregacionista de entonces les negaba. Lo que debería ser derecho natural, terminó convertido en exigencia.
En las calles de Watts, un pequeño barrio ubicado en las afueras de Los Angeles, esta sensación se sentía en cada calle, cada patio, cada pasillo y cada habitación. Por eso, cuando un arresto mal ejecutado encendió a los vecinos contra la Policía, poco se pudo hacer por detener la explosión. El desorden, la destrucción y la violencia callejera que se iniciaron están, aún hoy, entre los hechos más impactantes de la historia de la ciudad.
Automóviles quemados, tiendas saqueadas, edificios y casas destruidos, cientos de heridos y 34 muertos en las calles producto de la violencia desatada entre los vecinos y la Policía. Una situación que, hasta ahora, promueve tensiones. Hubo caos, mucho caos, entre el 15 y el 17 de agosto de 1965. Para Martin Luther King, “las privaciones económicas, la segregación social y las viviendas inadecuadas” habían sido culpables de todo.
El 20 de agosto de 1972, Isaac Hayes, Albert King, los Staple Singers y otros artistas, se presentaron en el Los Angeles Memorial Coliseum, el estadio olímpico de la ciudad con capacidad para unas 78 mil personas, para celebrar un evento que sería conocido como Wattstax y al que algunos, apresuradamente, llamaron “el Woodstock negro”. Realizado por el sello Stax Records -al que pertenecieron artistas como Otis Redding o The Emotions- como respuesta cultural a los disturbios ocurridos siete años antes, aquel concierto se organizó para conmemorar a las víctimas de Watts. Aún hoy conmueven las palabras del reverendo Jesse Jackson y la interpretación de Kim Weston del tema “Lift Every Voice And Sing”, considerado el Himno Nacional Negro, cuando todos los asistentes entonaron la canción de pie, con el puño en alto. “Canta una canción llena de la fe que el pasado oscuro nos ha enseñado/ Canta una canción llena de la esperanza que el presente nos ha traído”, corearon miles de voces al mismo tiempo.
Este evento fue un importante momento para la comunidad negra y una magnífica oportunidad para enviar un potente mensaje de unidad. Además, recaudó fondos para que muchas familias damnificadas por los disturbios de Watts pudieran recuperar sus casas. Muchos se refieren a aquella cita como “Woodstock del Soul” o “el Woodstock afroamericano”, incluso, por la similitud en la pronunciación con Wattstax. Pero no es un dato exacto. El verdadero “Woodstock negro” tuvo lugar en la otra costa del país, incluso, antes de que se iniciara el Woodstock real donde fueron aplaudidos Janis, Hendrix, Santana o The Who. Desde junio de 1969, con muchos menos recursos, producción, presupuesto y portadas, algo se encendió en uno de los más célebres y bravos barrios de Nueva York.
Pero en aquellos días, las cámaras solo miraban a esos muchachos hippies con polos de batik, collares y cabello largo, que se oponían a Vietnam. Para bien y para mal. Sin embargo, a pocos kilómetros de ahí, otra América empezaba a cantar y bailar en su propio idioma.
En WattStax las familias y amigos estaban sentados en butacas, de manera muy ordenada, lejos del caos bucólico de Woodstock, en un concierto que duró unas horas, no días de camping, lluvias y barro. Wattstax es un evento fascinante por sí mismo. Nunca tuvo la necesidad de convertirse en un Woodstock.
Black Power
Harlem, Nueva York. Una localidad al norte de Manhattan, tradicionalmente conocida por ser un barrio donde cohabitan, en amplia mayoría, afroamericanos, latinos y nuyoricans, que es como llaman a los puertorriqueños instalados en la Gran manzana. Limitado por la calle 110 al sur, el río Hudson al oeste y la calle 155 en la frontera con el Bronx, es uno de los barrios más icónicos de una ciudad multicultural e inmensa. Malcolm X y Martin Luther King dieron allí poderosos discursos cuyos ecos aún se sienten en sus calles. En los años 20 fue epicentro de lo que se llamó el “Renacer del arte negro”. Músicos de jazz, poetas y pintores se encontraron allí. El teatro Apollo vibró entre aplausos y madrugadas infinitas.
Fue el barrio de Al Pacino, Ray Barretto, Tito Puente, Tupac Shakur o Tom Morello. Pero en los años 60 la delincuencia venció en calles y esquinas. Harlem se hizo tristemente célebre por su peligrosidad. Traficantes de drogas, ladrones, proxenetas y prostitutas eran sórdidos faros frente a fachadas y avenidas.
Por eso, cuando en el verano de 1969 empezó a llevarse a cabo el Harlem Cultural Festival, y se supo que contaría con la participación de importantes nombres de la música afroamericana, llevados al barrio a cantar e interactuar con el público muy de cerca, un espíritu atípico se olió por todos sus rincones. A pesar de que la atención nacional estaba sobre Woodstock -otra localidad neoyorquina, pero situada en las afueras de la ciudad, en un entorno campestre- el evento en Harlem llegó a crear tanta expectativa como preocupación. Con el recuerdo de los incidentes en Watts, la Policía de Nueva York se negó a dar seguridad al evento. Los Panteras Negras tuvieron que ponerse al mando, para temor de muchos. Sin embargo, no hubo un solo disturbio que alterara la paz y la armonía de esos días.
¿Están listos?
“Are you ready, black people? Are you ready? Are you ready, black man, black youth, black woman, black everybody? Are you really, really, really ready? (¿Están listos, gente negra? ¿Están listos? ¿Estás listo, hombre negro, juventud negra, mujer negra, negros todos?”), se le oyó cantar, y la multitud fue burbujeante agua que hervía y comenzaba a humear hasta convertirse en un solo espíritu. Cuando Nina Simone apareció en el escenario, una atmósfera distinta se apoderó de todo. Fue el sábado 17 de agosto de 1969, en la quinta fecha, como voz estelar al lado de B.B. King, el sudafricano Hugh Masekela y la Harlem Festival Band.
Ese mismo día se presentarían Jefferson Airplane, Joe Cocker, Crosby, Stills, Nash & Young o Paul Butterfield en Woodstock. De hecho, Simone debe haber cantado más o menos al mismo tiempo que estos últimos, pero a 160 kilómetros de distancia. Por un cortísimo espacio de tiempo, América pareció tener oídos para todos.
Faltaba poco tiempo para que la artista de 36 años dejara de vivir en Estados Unidos y se mudara a Barbados, debido a desavenencias con el Estado por sus impuestos y con los sellos discográficos, que ella atribuía al racismo asfixiante que se vivía en aquellos años y que, lamentablemente, aún hoy deja heridas a su paso. Pero aquel 17 de agosto, miles de jóvenes se reunieron frente a ella para oír el mensaje que tenía para un barrio que necesitaba calor y consuelo.
Los conciertos se iniciaron a las 3 de la tarde del domingo 29 de junio, con la presentación de The Fifth Dimension, Abbey Lincoln, The Edwin Hawkins Singers, George Kirby, Olatunji y la leyenda del jazz Max Roach. Sly & the Family Stone se paseaban por ahí, como calentando para lo que sería su consagratoria presentación en Woodstock.
Todo fue filmado desde el principio por Hal Tulchin, experimentado director de TV, sin pensar entonces que haría un documental. Tulchin ya había colaborado con Nina Simone en el especial The Sound of Soul (1968), grabado en un estudio de Londres. Durante años buscó infructuosamente productoras que compren la idea, pero ninguna se interesó. Lamentablemente, no llegó a ver lo que se ha hecho hoy con ese material: Tulchin falleció el 2017, a los 90 años.
Tras aquel domingo 29, los conciertos continuarían los siguientes cinco domingos a la misma hora, con la venia del alcalde John Lindsay, que asistió al evento. El lugar elegido fue el Mount Morris Park, hoy conocido como Parque Marcus Garvey, en honor al predicador y periodista jamaiquino, adalid de la no violencia, que propuso que los afroamericanos, unidos, volvieran a África, su verdadera madre tierra. Una comunión se había creado.
Woodstock estaba a casi 3 horas y media en tren y casi 5 en autobús, pero la realidad es que se hubieran necesitado días para llegar de un lugar a otro, considerando el atoro y cola de automóviles que había desde muchos kilómetros antes de llegar a la hoy legendaria granja de Max Yasgur, donde estaba toda la atención mediática. Los 160 kilómetros que realmente hay de distancia entre Harlem y Woodstock hubieran parecido más de mil. Pero hubo un espíritu común que achicó cualquier distancia.
Revivir el recuerdo
Los domingos subsiguientes llegaron a presentarse en Harlem Mahalia Jackson, Stevie Wonder, Gladys Knight & the Pips, Mongo Santamaría, Ray Barretto, Carl Tjader o Herbie Mann. El evento fue organizado por el cantante de St. Kitts Tony Lawrence, la entrada fue completamente libre y asistieron casi 300 mil personas durante las 6 fechas.
Entre los momentos más significativos, estuvo la interpretación de Mahalia Jackson y Mavis Staples del tema favorito de Martin Luther King –asesinado poco más de un año antes, en abril de 1968-, “Precious Lord, Take My Hand”. Hugh Masekela, gran multiinstrumentista, hizo una estupenda performance con “Grazing in the Grass”.
Nina Simone cantó por primera vez el emblemático “To Be Young, Gifted and Black” y le sumó otro gran tema, como Revolution. “Abre tu corazón a lo que quiero decir (…) Debemos comenzar a decirle a nuestros jóvenes / Hay un mundo esperándote / La tuya es la búsqueda que acaba de comenzar”, entonó Nina.
Sly & the Family Stone, por su parte, aparecieron la primera noche, a pesar de no salir en el cartel, y tomaron las calles de Harlem con I Want to Take You Higher. Pocos días después, estarían también en Woodstock. Fueron los únicos que pudieron cantar en ambos eventos. Antes y después, la llama se mantendría encendida: El Harlem Festival Music terminó una semana después de Woodstock.
El orgullo racial se hizo notar en escenarios diversos. Pero la historia hizo su propia danza durante las semanas que duró el evento.
En medio de las fechas del festival se entrometió un hecho reseñable entre tantas estrellas: el hombre llegó a la luna. La humanidad daba grandes pasos allá arriba, pero faltaba darlos aún sobre la tierra. Las tensiones en la América de Nixon no se detenían, como si estuvieran alteradas por ese mismo influjo lunar.
Entre el 8 y el 9 de agosto, miembros de la “Familia Manson” asesinaron a la actriz Sharon Tate y a otras 6 personas. Antes, el 28 de junio, el usualmente pacífico Greenwich Village neoyorquino se agitó con la emblemática protesta en el pub Stonewall Inn contra una violenta redada homofóbica que le dio impulso a lo que es hoy el movimiento de derechos LGBTIQ+. Gracias a ella, el 28 de junio de 1970 –exactamente un año después de la redada- se produjo la primera Marcha del Orgullo Gay.
Mientras tanto, el asesino del Zodiaco, uno de los más peligrosos de la historia de Estados Unidos, seguía matando sin ser identificado. De hecho, nunca lo fue.
“Cuando estamos más preocupados sobre la luna que sobre los hombres, alguien debería despertar”, dijo el reverendo Jesse Jackson en el Harlem Musical Festival. Y no se equivocó.
Hoy, más de 50 años después de aquellas tardes de verano, melodías, orgullo y reivindicación, el músico Ahmir Khalib Thompson, conocido como Questlove –que ha grabado con Al Green, Elvis Costello, Amy Winehouse, Booker T. Jones o John Legend- ha decidido rescatar del polvo horas de cintas guardadas en un sótano con las performances de aquellos grandes artistas, para debutar en el cine como director y productor de un documental sobre el “Woodstock negro” que se creía perdido y que muchos, como ustedes que leen estas líneas o como él mismo, ni siquiera sabían que existía. “Summer of Soul (...Or, When the Revolution Could Not Be Televised)” (Verano del Soul (o cuando la revolución no pudo ser televisada), fue recibido entre aplausos en el Festival de Sundance, donde recibió el Premio de la Audiencia y el Gran Premio del Jurado. Para coronar su recorrido y su trascendencia, el domingo obtuvo un Oscar como Mejor Documental y, para regocijo de curiosos y melómanos, puede verse en Star+.
La música no solo fue diversión o evasión: fue un evento transformador, empoderador y reivindicativo. Acorde a los nuevos tiempos y meses antes de estrenarse en la mencionada plataforma, la transmisión en streaming de un festival imposibilitado de realizarse presencialmente por la pandemia, inició una gran cantidad de fiestas virtuales, entre familias, amigos y personas que, desde sus casas, celebraron gracias a la música del Harlem Music Festival que aparecía en el documental. Questlove, fungiendo de DJ después de la función, continuaba la alegría con un preciso set musical.
La revolución documentada
“Sabía que estaba viendo algo especial y superé mi miedo. Me di cuenta de que esta era mi oportunidad para cambiar la vida de alguien y contar una historia que estaba casi borrada”, confesó Questlove en una entrevista con AP. Sin duda, es un documental que en tiempos de Black Lives Matters y considerando muchas de las películas favoritas de la pasada temporada de premios –”Judas and the Black Messiah”, “The Trial of the Chicago 7″ o “One Night in Miami”-, se hace más que oportuno. De hecho, Questlove lo estaba editando mientras ocurrían las protestas por el asesinato de George Floyd.
“A medida que el tiempo pasaba comencé a ver esta película totalmente diferente. Si no hubiesen ocurrido los eventos de 2020, esta película no sería lo que es ahora. Los paralelos eran demasiado grandes como para ignorarlos”, confesó Questlove.
“Al mirarnos y regocijarnos hoy, esperaba que fuera en preparación para la gran pelea que tenemos como pueblo en nuestras manos, aquí en esta nación”, dijo en la inauguración el reverendo Jesse Jackson, hoy de 80 años, amigo y colaborador de Martin Luther King que llegó a presentarse dos veces como candidato para las primarias presidenciales en el partido Demócrata, ya en los años 80.
Y agregó, aquella tarde veraniega de junio del 69: “Algunos de ustedes se ríen porque no saben nada mejor, y otros se ríen porque son demasiado malos para llorar. Pero deben saber que algunas cosas malas están pasando. Muchos de ustedes pueden decir “No leo periódicos”. Muchos de ustedes no pueden leer libros porque nuestras escuelas han sido malas y nos han dejado analfabetos o semianalfabetos. Pero ustedes tienen la capacidad mental para leer los signos de los tiempos”.
En Wattstax vimos el lado kitsch y festivo de la música y la celebración para olvidar una tragedia, transformándolo en un evento benéfico; en Woodstock respiramos el espíritu rebelde de una generación alcanzando su cumbre de música, paz y amor; en Harlem observamos un acto de independencia, una declaración de principios afroamericanos, latinos, postergados. Los tres momentos tuvieron protagonistas brillantes y son aspectos de una lucha que entonces fue tan útil, tan decisiva, tan atemporal y adelantada al mismo tiempo, que sigue alzando su voz hasta hoy.