Nota: Este artículo fue publicado originalmente el 19 de mayo del 2019.
Cuando los políticos del Perú fracasan, triunfan sus cineastas. Ese parece ser un lema que titularía bien lo que pasa con buena parte de los directores nacionales con vocación artística. Se trata de un espectro amplio, donde el cine de temática andina regresa con fuerza, después de la obra maestra “Wiñaypacha” de Óscar Catacora, con “Retablo”, bello filme de Álvaro Delgado Aparicio que viene de ganar prestigiosos premios en Europa y EE.UU.
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Resumimos al filme así: Noé (Amiel Cayo) es un retablista que vive en un pueblo ayacuchano junto con su esposa Anatolia (Magaly Solier) y su hijo Segundo (Junior Béjar). Mientras este último aprende el oficio de su padre, una serie de sucesos, que comprometen la conducta paterna, pondrán en crisis tanto la relación del padre con su esposa e hijo, como la permanencia en el pueblo de todos ellos.
Esta es una cinta interesante en muchos niveles. Delgado Aparicio busca una escritura fílmica que, sobre todo en la primera mitad, asemeja las visiones del arte del retablo, miradas que capturan grupos humanos de forma englobante y perspicaz. La primera secuencia, de hecho, se basa en la capacidad de Segundo de aprender a memorizar, a recordar las características de una familia que va a ser representada en un retablo pedido por encargo.
Entonces, esta se presenta, al inicio, como una película sobre la mirada. Sobre aprender a ver gracias al arte: el retablista esculpe los cuadros que sus ojos retienen y se forman en su alma. Es el que conserva, en el tiempo, la vida del pueblo. Sin embargo, muy pronto se evidencian los problemas que acarrea la figura del artesano: se trata de un personaje admirado y respetado, pero también envidiado y hasta cierto punto odiado.
Volvamos al planteamiento de la cámara. Este hace que observemos los rituales sociales: trabajos diarios, fiestas, el pastoreo, la cosecha, desde una perspectiva cálida, es cierto, pero también algo distanciada. Muchos planos recuerdan las imágenes de otro poeta de la mirada, el gran fotógrafo Martín Chambi. Y esa mirada encantada y a la vez melancólica, contemplativa, reflexiva, es también la de Segundo, el niño aprendiz.
Pero el gran nudo argumental, el gran conflicto de la historia se concentra, sobre todo, en la relación entrañable y a la vez inestable entre Segundo y Noé, su padre. Este último es un hombre bendecido por un don único, pero también es díscolo, errático, con una vida secreta y disoluta que su hijo observa con curiosidad y no sin cierta vergüenza. Es aquí cuando entra en juego esa gran tara de las sociedades muy tradicionales: el machismo.
Noé y Segundo construyen, poco a poco, un vínculo tempestuoso, pero de una complicidad profunda, y ambos sobrellevan el peso de una comunidad andina que se funda en un modelo de masculinidad inflexible. En esto Delgado Aparicio es riguroso: no teme mostrar cómo la figura paterna se descompone hasta la humillación y el martirio. Todo desde la visión de un muchacho que se expresa desde la estupefacción y el dolor mudo.
“Retablo” hace recordar a otros títulos clásicos sobre relaciones paterno-filiales: “Ladrón de bicicletas”, de Vittorio de Sica, o “Un mundo perfecto”, de Clint Eastwood. En este caso, padre e hijo lidian con un tormento quizá más brutal. Uno que pasa por ese castigo visceral que se reserva a quien transgrede el tabú. En ese sentido, es muy significativa la secuencia de la tortura a latigazos de un ladrón del pueblo, azotado sin piedad en la plaza como castigo ejemplar. Luego veremos que el artista había retratado, en una obra oculta, ese sufrimiento; uno que siente en su propia carne. Delgado Aparicio ha hecho un filme dulce y, a la vez, muy cruel, sobre una realidad —la nuestra— que rara vez se mira sin complacencia.
LA FICHA Título original: “Retablo”. Género: drama. País y año: Perú, 2017. Director: Álvaro Delgado Aparicio. Actores: Magaly Solier, Amiel Cayo, Junior Béjar, Mauro Chuchón.
Calificación: ★★★★☆