Hace una semana, una noticia de París horrorizaba al mundo: el reconocido fotógrafo suizo René Robert había muerto congelado en una de sus calles más céntricas. Luego de tropezar y caer al suelo, quedó tirado casi inconsciente, y pasó nueve horas tendido sin que nadie hiciera nada para auxiliarlo. Recién al amanecer, un indigente fue el primero en compadecerse de su situación. Llamó a emergencias, llegaron unos médicos a auxiliarlo, pero cuando fue trasladado a un hospital ya era demasiado tarde. Robert había muerto por hipotermia y por la indiferencia de la gente.
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El recuerdo de esa escena terrible viene a cuento porque nos mostró el rostro más crudo y cruel de París, una ciudad que tiende a la idealización. Porque nadie podrá negar que, en el imaginario popular, no hay lugar en el mundo más romantizado que la Ciudad Luz. Y el cine, desde luego, ha influido durante décadas en la construcción de esa imagen cosmética e irreal.
Por suerte, y con el ánimo de sacudirse de tantos estereotipos, han aparecido en los últimos años cineastas que se han ocupado de París mediante una óptica mucho más descarnada. Pienso rápidamente en una cinta como “Divines” (2016) de Houda Benyamina, que retrataba a la capital francesa desde una mirada atenta al feminismo y a la interculturalidad; o “Les Misérables” (2019) de Ladj Ly, un drama con la fuerza suficiente para desnudar duras condiciones sociales y raciales.
“Titane” (2019) de Julia Ducournau podría tranquilamente inscribirse en esa línea, aunque no tan apegada al realismo, sino partiendo desde el cine de género y de la provocación más desafiante y retorcida. La polémica cinta ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes 2021 se ubica en el sur de París y muestra también el escenario de una historia brutal, a ratos exasperante, que ha acicateado la discusión entre sus entusiastas y sus detractores.
La película comienza con la pequeña Alexia, la protagonista, quien mientras viaja en el auto conducido por su padre sufre un accidente tras el cual le colocan una placa de titanio en el lado derecha de la cabeza (de allí el metálico título de la cinta). De ese hecho saltamos a la vida adulta de Alexia (interpretada por una notable Agathe Rousselle), que se dedica al baile erótico en ‘car shows’.
Peo detrás de esa fiera que se desliza entre la lujuria y el rugido de motores, con una actitud lacónica y a la vez sexual, Alexia oculta algo más: una asesina en serie que comete salvajes crímenes y que comienza a ser buscada por la policía. En su intento de escapar, Alexia será capaz de cortarse el pelo y desfigurarse el rostro, y es en ese punto donde ocurre un punto de quiebre en la cinta. Casi por accidente, ella será acogida por Vincent (Vincent Lindon), un maduro capitán de bomberos que está convencido de que ella es en realidad su hijo desaparecido hace años, cuando era apenas un niño.
Es a partir de ese encuentro que “Titane” apacigua un poco su tono confrontacional. No deja de ser una película violenta ni chocante, pero exterioriza sus perturbaciones en la magnitud de esos dos personajes quebrados: ella, física y anímicamente apabullada, con una interpretación que transmite todo su malestar; él, como un adicto a los anabólicos, también ostentando un despliegue corporal intenso y doloroso. Ese vínculo inesperado entre Vincent y Alexia, padre e hija/hijo, es lo mejor del filme: sus interacciones están marcadas por los golpes, los hematomas, las anatomías en decadencia.
Pero “Titane” no es solo una película que se ensaña con los cuerpos: el penetrante escrutinio en la psicología de sus dos figuras principales guarda algo mucho más inquietante, que justamente tiene que ver con la exacerbación del género (en sus dos acepciones, la sociocultural y la cinematográfica: ‘gender’ y ‘genre’). Porque así como Ducournau apela a recursos del thriller, el gore o la ciencia ficción, también plantea un cuestionamiento a las identidades y disfruta fluyendo, moviéndose con ánimo siempre provocador.
¿Es nuevo lo que plantea “Titane”? Para nada. ¿A qué le debe? Pues a una multitud de referentes. Entre los más evidentes pueden estar el “Alien” de Ridley Scott o el “Tetsuo” de Shinya Tsukamoto. Pero la alusión más fácil y clara, como bien han señalado varios reseñistas, es la del “Crash” de David Cronenberg, esa retorcida película sobre unos fetichistas del sexo y los accidentes viales, que se excitan con fierros, aceites y mutilaciones.
Aunque si queremos penetrar aún más en las posibles obsesiones de Ducournau, quizá convenga ir a la fuente original de “Crash”: la novela del mismo nombre del británico J.G. Ballard, un verdadero maestro de las distopías más viciadas, que no por nada escribió también una obra llamada “La exhibición de atrocidades” (título que le calzaría perfecto a “Titane”). Porque en el fondo, al igual que Ballard, lo que hace Ducournau es dibujar una realidad tan sobreestimulada como decadente. El atisbo de un futuro ‘cyborg’, pero nunca tan solo ni perdido en su propia identidad. Y en ese sentido también humano, demasiado humano.
El dato
- “Titane” ya está disponible en la plataforma MUBI.
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