RODRIGO BEDOYA FORNO (@Zodiac1210)
Si hay algo que salta a la vista en “Viaje a Tombuctú”, es que se trata de una película que ha sido hecha con el corazón. Rossana Díaz Costa, la directora, lo ha dicho en más de una entrevista: la cinta está basada en sus propios recuerdos, en lo que sintió siendo una joven que creció en La Punta durante los años ochenta y que, como toda una generación, fue testigo de excepción de la violencia y la inseguridad que reinaron en nuestro país en esa década. Los sueños frustrados y la inocencia interrumpida de los personajes del filme tienen que ver, sin duda, con lo que sintió la realizadora (y miles de jóvenes) durante tan terrible época para el Perú.
¿Cuál es el problema entonces? Pues que en “Viaje a Tombuctú” el corazón le gana los recursos cinematográficos. Sin duda, Díaz Costa ha tenido la mejor intención de plasmar ese espíritu de ilusiones rotas, pero sus recursos se quedan cortos y no terminan de hacer cuajar la propuesta.
Un ejemplo de ello es la historia de amor entre Ana (Andrea Patriau) y Lucho (Jair García), la pareja protagónica del filme. Ambos, de niños, se conocen en La Punta, y comienzan una amistad a prueba de balas que, de pronto, se transforma en amor. Su relación, por supuesto, se ve frustrada por los hechos complejos que les toca a vivir, desde atentados que afectan a sus seres queridos hasta problemas con los militares en un viaje que los jóvenes deciden hacer.
El tema está en que la historia de amor apenas está delineada: la película no consigue transmitir con intensidad el romance entre los personajes. Se nota que existe la intención de crear con esta relación una especie de mundo idílico que protege a los personajes de ese ambiente exterior agresivo, que se mete en su cotidianidad misma. Pero lo que se termina sintiendo es, más que nada, una acumulación de situaciones que podrán servir como esquema de lo que se quiere contar, pero que se sienten demasiado inconexas y que hacen que la pasión se quede en la epidermis.
Lo mismo se puede decir de las secuencias que buscan retratar el mundo juvenil y amiguero de los adolescentes, y que evidentemente también sirve como refugio para los personajes. Ese mundo, representado en fiestas y en encuentros, se siente demasiado rígido: son, más que nada, una acumulación de anécdotas (el gilero que fracasa, las amigas que se despiden, los amigos que coquetean y, de pronto, el apagón que arruina la fiesta) que están desarticuladas entre sí, y que por lo tanto no permiten la fluidez que se busca; esa fluidez tan típica de la juventud.
“Viaje a Tombuctú”, en los momentos donde debería respirar más libertad, se siente encorsetada, lo que impide que transmita esa frescura y espontaneidad que se busca con la propuesta.
Para ser justos, hay que decir que la película adquiere una dimensión más interesante en sus últimos 15 minutos, sobre todo en la escena que hace que la tragedia aparezca en toda su dimensión: cuando los militares revisan el bus que lleva a los chicos de viaje. Díaz Costa filma con tensión el momento, con una cámara en mano que consigue esa naturalidad que se extraña en otros pasajes del filme. Las consecuencias de ese hecho, mostradas por la cineasta a partir de silencios, sin que los personajes exterioricen su dolor, permiten observar una mayor fluidez en la narración, haciendo que el dolor y el adiós a los que han llevado toda la situación calen un poco más hondo. Pero, viéndola como conjunto, “Viaje a Tombuctú”, a pesar de su corazón, no termina de cuajar. Porque, a veces, el corazón no es suficiente.
FICHA
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Dirección: Rossana Díaz CostaPaís: Perú Año: 2013Sinopsis: Ana y Lucho son dos niños que han crecido en La Punta, Callao. De adolescentes, comienzan un romance que se ve golpeado por la crisis del país en los años ochenta.