RODRIGO BEDOYA FORNO
“Viejos amigos”, de Fernando Villarán, junta a tres buenos actores para contar una historia nostálgica sobre la amistad, el fútbol y un barrio, el Callao. La propuesta parece más que atractiva, pero ese atractivo se queda en el papel, en el guion, y no se plasma en las imágenes y en la puesta en escena.
Ricardo Blume, Carlos Gassols y Enrique Victoria hacen de tres señores mayores que, en el velorio de un cuarto amigo, deciden llevarse sus cenizas y pasearlo por el Callao, lo que incluye una visita al estadio Miguel Grau para ver un partido del Boys, unos tragos en un bar mítico de la zona y hasta una parada en el cementerio para rendirle homenaje a Marcos Calderón.
Todo eso mientras la esposa del difunto (Teddy Guzmán) los busca para que le devuelvan los restos cremados de su marido. Si en lo que contamos hay cierta dosis de delirio que esperábamos ver en pantalla, pues hay que decir que el filme fracasa en ese aspecto, sobre todo en su primera parte.
Porque el humor que plantea la cinta, más que en las situaciones, se siente demasiado dependiente de la palabra y de las explicaciones que pueden dar los personajes. Dos ejemplos concretos: el gol que los viejos escuchan fuera del estadio, que pudo haber sido un momento de absurdo o de frustración cómica, se resume en un simple: “Nos perdimos el gol”. La posibilidad de hacer comedia a partir del fracaso de los personajes, y de los motivos de ese fracaso, queda frenada por una frase y un simple gesto de molestia, como si la puesta en escena se limitara en ilustrar la situación, pero no en explotarla ni en llevarla hasta las últimas consecuencias.
Otro ejemplo, menos cómico, tiene que ver con el momento al frente de la tumba de Marcos Calderón. Lo que pudo haber sido un momento nostálgico de nuevo se pierde en un discurso de Blume explicándonos quién fue el entrenador fallecido en el Fokker del Alianza Lima. Ese aspecto didáctico impide que la nostalgia se sienta con fuerza, como si hubiera que explicarla para que el espectador entienda el porqué de ese sentimiento en ese momento específico.
Es cierto que la cinta mejora cuando aparecen los hinchas más jóvenes del Boys: el filme gana en desparpajo e irreverencia, quizá porque las acciones fluyen de manera más natural, sin necesidad de ser explicadas (aunque la escena de la discoteca, que también se prestaba para un poco más de humor físico, se queda de nuevo en la simple exposición de la situación). Pero la sensación final es que “Viejos amigos” nunca se puede sacar el corsé de lo que plantea su anécdota, y se dedica a ilustrarla aplicadamente, pero sin el ritmo y la irreverencia que la idea demandaba.