Carlos Gassols está molesto. Un día antes de esta entrevista, Universitario había perdido por un gol a cero contra el Barcelona de Guayaquil y, con ello, se despedía muy temprano de la Copa Libertadores. Nos comparte su fastidio con su mascarilla puesta, sacando una silla al jardin exterior de su casa en Surco. Desde que inició la emergencia sanitaria, ese ha sido su refugio, allí ha mantenido rigurosa clausura. Repuesto de una crisis nerviosa sufrida a fines de 2020, el veterano actor pasa sus días leyendo y componiendo canciones. “Un amigo neurólogo me dijo que lo mío no era grave. Pero que sí debía cuidarme mucho y que me iba a molestar mucho olvidarme de las cosas”, nos dice. En efecto, Gassols, con 92 años, se fastidia cuando al hablar no encuentra las palabras que toda la vida ha sabido usar. Pero se resigna e inventa formas de seguir trabajando. Por ejemplo, el ‘Podcast’ que produce para Radio Nacional lo dicta por teléfono.
El mal humor por la derrota del equipo de sus amores se disuelve cuando le entregamos el Premio Luces 2021 a la Trayectoria. Aunque para ser exactos, la placa del trofeo debería estar redactada en plural: Gassols ha destacado tanto en el teatro como en el cine, en la actuación como en la dirección, en la dramaturgia y la composición musical, y cómo no, en la televisión desde sus inicios. El Premio Luces acompañará ahora en la repisa al diploma que le entregó la municipalidad de Lima en 1985 en la gestión de Alfonso Barrantes, o “La medalla de Lima” que le entregó el mismo municipio en 2010, ya en el gobierno de Susana Villarán. Junto también al trofeo del XIII Festival de Cine de Lima, que lo homenajeó en 2009, o el premio que le enviaron del Festival Internacional de Vladivostok “Pacific Meridian” (Rusia), en setiembre de 2011, tras ganar como Mejor Actor por “Octubre”, filme de los directores Daniel y Diego Vega Vidal. “El premio me lo dieron en rublos”, recuerda. Nacido en Lima el 6 de noviembre de 1929, don Carlos Ernesto Gassols Eizaguirre comenzó su carrera actoral muy temprano, en la Compañía Los Hermanos Gassols, fundada por sus padres y en la que incursionó a los 4 años. Sacando fáciles cuentas, en el 2024 cumplirá 90 años en las tablas, lo que debería suponer un récord.
¿Los recuerdos de su vida se organizan en torno a las obras en que usted participó?
En cierto modo sí. Tanto al ir al teatro como hacerlo, actores y espectadores nos descubrimos a nosotros mismos. Nos identificamos con los personajes, pensamos que lo que les sucede en escena también nos ha sucedido alguna vez en la vida. Ese constante jugar con las identidades ajenas nos permiten conocernos a nosotros mismos.
En estos dos años de pandemia cada uno ha vivido su propio drama. Siendo el teatro una de las industrias culturales más golpeadas. ¿Cómo ha vivido usted estos tiempos?
Lo he pasado escribiendo y leyendo mucho. Mucho más de lo que suelo hacer. He hecho una serie de canciones. Una de ellas tenía que ver con la pandemia (recita): Aléjate dos metros de distancia / y cúbrete la boca y la nariz/ que el virus no se meta a tus pulmones/ con jabón en las manos se feliz / si sigues el consejo sabiamente/ y exiges lo que dice la canción / podríamos salvar a mucha gente / y evitar que mueran sin razón. Eso se grabó en Radio Nacional con un pequeño coro, y lo pasaron muchas veces. Con eso siento que hemos colaborado en algo.
En su trayectoria convergen el oficio del actor, del director teatral, del dramaturgo, del actor de cine, del locutor radial. Supongo que cada uno le genera un placer diferente. ¿Pero algun oficio se impone sobre el otro?
Yo pienso que el componer canciones, y cantar. ¡Siempre estoy cantando! Especialmente boleros de mi época. De la compañía infantil hermanos Gassols siempre me llegan los recuerdos de las canciones hermosas de Franz Lehár. Recuerdo “La viuda alegre”, “El conde de Luxemburgo”, “Historia del caballito blanco”, todas bellísimas.
Pero son el cine y la televisión los espacios que le han dado popularidad. ¿Qué tan distinto para usted resulta actuar para la cámara que para el público en un teatro?
Quizás esté equivocado, pero a mí me gustaba mucho la televisión cuando comenzó. Tenía mucha expectativa con este medio. Sin embargo, fui viendo cómo se fue deteriorando, para mi gusto, mientras se beneficiaban económicamente los dueños de los canales. Yo incluso le dije a Genaro Delgado Parker, cuando recién comenzaba, que había que tener respeto al público. Y él me contestó “que no me preocupe”. Él estaba interesado solo en llevar su señal a todo el país, a todas las audiencias.
Ya desde entonces usted pensaba en la responsabilidad debida con el público televisivo...
Pensaba en mejorarnos como personas, pero eso no pasaba. Era lo de siempre. Sin embargo, reconocía los méritos que nos daba poder llegar a todos los hogares, algo a lo que no puede aspirar el teatro, evidentemente. Y que el cine alcanza con dificultad. Poco a poco, fui perdiendo el entusiasmo de trabajar en un medio donde todo se hace a la carrera, donde todo el mundo grita. Si se chocaba con mis compromisos con el teatro o con alguna película, me decía el productor: “La televisión no puede parar pues compadre, o te vas o te quedas”. Ante esa lucha, preferí el cine. Gente como Pancho Lombardi, como Augusto Tamayo, artistas e intelectuales, con quienes siempre me sentí satisfecho. Cuando filmo una película, tengo mucha paciencia, no me comprometo con ninguna otra cosa. Me citan a las cuatro de la tarde, y me quedo hasta que llegue mi parte, aunque se haga tarde. No estoy de metiche mirando cómo salió la toma. Espero nomás un tiempo y con tranquilidad puedo verla antes del estreno.
¿Fue “Caídos del cielo” su primera película?
La segunda en realidad. Aquí vino un español llamado José María Roselló, que hizo “La muerte llega al segundo show” (1958), una película sobre un periodista del diario La Prensa. Allí trabajaron las vedettes que hizo famosas Guido Monteverde. Previamente, en Buenos Aires hice dos películas también, pero fueron cosas pequeñas, con Pepe Biondi.
¿En el cine, cuál ha sido su interpretación preferida?
Recuerdo gratamente “Caídos del Cielo”. Entonces Élide Brero había perdido a su esposo. Yo, que hacía en la película de su marido, sentía la necesidad de apoyarla emocionalmente. Le cantaba cosas para animarla. Ella me tenía mucha confianza. Tengo muy bonitos recuerdos de eso. Pero mis mejores recuerdos de actuación están en el teatro. Recuerdo mi papel en “El inspector General” del ucraniano Nikolái Gógol, que yo mismo dirigí. También “Los prójimos” de Carlos Gorostiza, una obra que habla del miedo, la falta de compromiso, la superficialidad y la ceguera voluntaria de la gente. Allí actuaba con mi señora (Herta Cárdenas).
¿Los personajes teatrales terminan siendo para usted más entrañables que aquellos del cine?
¡Definitivamente! Hacer “Sacco y Vanzetti” bajo la dirección de Coco Chiarella, por ejemplo, fue fundamental. Yo hacía de fiscal, y me sorprendía de como el público me miraba con odio. Era un papel muy perverso, pues por su actuación mataron a los dos sindicalistas italianos, que eran inocentes. También me gustó mucho hacer “Cita a ciegas”, de Mario Diament, donde hice de Borges. Y también “Vallejo”, obra sobre nuestro máximo poeta que escribió Alfonso La Torre. “La prueba”, de David Auburn, dirigida por Pancho Lombardi, también me gustó mucho. Allí interpreté a un personaje que teme enloquecerse, y su hija tiene el temor de que pueda pasarle lo mismo. Ambos son matemáticos extraordinarios. Y la última, “Vivir es formidable”, que hice con Oswaldo Cattone.
En su autobiografía, Cattone le dedica a usted párrafos muy cariñosos.
Yo no había sido amigo de Oswaldo, aunque ya había trabajado en siete obras con él en el Marsano. Pero fue suficiente que hiciera con él “Vivir es formidable” para que se convirtiera en el amigo más entrañable que he tenido en el teatro.
¿Qué motivó esa amistad?
El éxito que tuvimos. Después de haber trabajado en tantas obras, él siempre decía que yo era un buen actor. Aquí, sin embargo, reafirmó que nunca me había utilizado como debería, a pesar de que me había dado buenos papeles. ¡Estuvimos prácticamente seis meses a teatro lleno! Nunca había ganado tanto en el teatro. Cuando bajaba el telón, me abrazaba y decía: “Esto es un milagro”. En el camarín, obviamente, dos viejos como nosotros hablábamos de los achaques. Yo era más sobrio, el más nervioso. Le decía que hiciera caso a su médico, que lo obedeciera.
No hemos hablado de su trabajo como maestro de teatro, ¿cuál es la lección que más repite a los jóvenes?
Yo he sido profesor toda mi vida, mi esposa también. Lo que más necesitan, primero que nada, es realmente entender si el teatro es en verdad lo que les interesa. Si creen que lo pueden realizar y si les gusta hacerlo. Solo entonces pensar en luchar para oponerse a todas las dificultades. Puede haber errores y decepciones, pero se trata de superarse y continuar. De persistir.
¿Siente que la mística teatral de las generaciones anteriores se mantiene de alguna manera entre los jóvenes?
Se ha perdido, definitivamente. A don Leonardo Arrieta, que era un señor muy mayor, como soy yo ahora, le escuchaba decir cuando yo era entonces un mocoso de 26 años, que el teatro “era un templo”. En efecto, el teatro, aunque ha sufrido muchísimos golpes, nunca morirá. Porque el teatro es vida.
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La edición especial con los ganadores del Premio Luces 2021 se publicará en la edición de Luces del próximo domingo 13 de marzo.
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